martes, 21 de mayo de 2013


Prensa y Dictadura: Siete Días, Gente y Humor

Por Silvina Alonso

            El golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976 significó un cambio radical en la historia nacional. No sólo en la esfera política, con el derrocamiento del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón (sería el sexto en el siglo XX), el cierre del Parlamento y la prohibición de toda actividad por parte de sindicatos y partidos políticos. Sino también por la imposición de un nuevo paradigma económico: el liberalismo a ultranza impulsado por las grandes corporaciones y “bendecido” por las potencias centrales, que destruyó el aparato productivo del país y lo que quedaba del estado de bienestar peronista y aumentó la deuda externa de 7.875 millones de dólares en 1975 a 45.087 millones en 1983.
            Pero las consecuencias sociales de esta dictadura que inauguró la junta militar de Rafael Videla,  Eduardo Massera y Orlando Agosti fueron más sangrientas, profundas y duraderas: 30.000 personas fueron asesinadas y desaparecidas por el terrorismo de Estado; miles debieron exiliarse para sobrevivir; y 649 jóvenes murieron –en su mayoría conscriptos de 18 años- y 1.082 fueron heridos en la guerra de las Islas Malvinas. Toda una generación desandó su infancia y adolescencia con libros, discos y demás obras artísticas censuradas, programas educativos gestados en las usinas militares y contenidos gráficos, radiales y televisivos controlados para formar “un nuevo ser nacional”. Una estructura de cobertura judicial que aun subsiste en democracia y algunas normas dictadas en aquellos años que todavía cuesta reemplazar, como el caso de la ley de contenidos audiovisuales.
            Toda una sociedad que en esos siete años de plomo, de 1976 a 1983, vivió sumida en el miedo y en el “estado de sitio” permanente, con slogans y falsas noticias como “¿Sabe usted qué está haciendo su hijo en este momento?”, “Estamos ganando” o  “Los argentinos somos derechos y humanos”,  difundidas en muchos medios de comunicación que fueron cómplices  de la dictadura y sus principales herramientas propagandísticas. Claro que hubo excepciones, como la revista Humor, que planteó sus críticas en tono irónico y con caricaturas, o el diario Buenos Aires Herald, que denunció la violación de derechos humanos, pero muchos otros que se enfrentaron al régimen fueron clausurados y un centenar de periodistas fueron asesinados y desaparecidos como el caso de Rodolfo Walsh.
            La dictadura utilizó los medios de comunicación para implantar el discurso oficial, esconder el genocidio que estaba llevando a cabo, y silenciar a cualquier voz opositora que pudiera cuestionar su accionar. Advirtió a la prensa que debía “inducir la restitución de los valores fundamentales que hacen a la integridad de la sociedad, como por ejemplo: orden, laboriosidad, jerarquía, responsabilidad, idoneidad, honestidad, dentro del contexto de la moral cristiana”[1]. Montó una oficina de censura que irónicamente denominó “Servicio gratuito de lectura previa” y se repartió entre las tres fuerzas el control de los canales de TV y las radios estatales de alcance nacional: El Ejército se quedó con canal 9 y las radios Belgrano, Argentina y Del Pueblo; la Armada con canal 13, radios El Mundo, Mitre y Antártida y la Aeronáutica manejó canal 11 y las radios Splendid y Excelsior. El canal 7 (que desde 1978 se denominó ATC-Argentina Televisora Color) tenía una dirección compartida y la agencia estatal de noticias Télam, una gestión rotativa.

AÑOS DE PLOMO
            María Estela Martínez de Perón quedó al frente del Poder Ejecutivo Nacional el 1 de julio de 1974, tras la muerte de su esposo Juan Domingo Perón.  Su gobierno estuvo signado por la lucha interna entre la izquierda y la derecha peronista, con la lucha armada de Montoneros y el grupo terrorista paraestatal Triple A de José López Rega, que cada vez ejercía mayor influencia sobre la presidenta. Pero también por un escenario económico internacional complicado por la “crisis del petróleo”, que había comenzado el año anterior.
En 1973, los países productores de petróleo nucleados en la OPEP,  en su mayoría de origen árabe, acordaron no exportar crudo a Estados Unidos y a las naciones de Europa Occidental que habían apoyado a Israel en la guerra del Yom Kippur. Esto generó una fuerte estampida del precio del petróleo y un inmediato efecto inflacionario en virtud de la dependencia del mundo industrializado sobre ese recurso. A esa complicada situación mundial, se sumó la suspensión en 1975 de la compra de carnes argentinas por parte del Mercado Común Europeo. Eso terminó en una devaluación del peso, lo que generó un incremento en los reclamos gremiales por la pérdida del poder adquisitivo de los salarios.
            Tras la renuncia de Alfredo Gómez Morales al Palacio de Hacienda, asumió en 1975 como nuevo ministro de Economía Celestino Rodrigo, un ingeniero de muy buena relación con el “Brujo” López Rega  que decidió implementar una devaluación de más del 100 por ciento y subas sustanciales en los precios del transporte, las tarifas de servicios públicos y el combustible, acompañado de un tope en los incrementos salariales demandados por los sindicatos. El denominado “Rodrigazo” multiplicó las protestas obreras y la pelea política. En julio de ese año, hubo una fuerte huelga general de la CGT –sostenida especialmente por la Unión Metalúrgica de Lorenzo Miguel- que obligó a la renuncia de López Rega.
            Las acciones armadas de los grupos de izquierda como Montoneros o el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) se incrementaron y Martínez de Perón pidió licencia por razones de salud desde el 13 de setiembre al 6 de noviembre de 1975. El Ejecutivo quedó interinamente a cargo del presidente provisional del Senado, Italo Luder, quien  firmó los decretos 2.770, 2.771 y 2.772 que crearon el Consejo de Seguridad Interior. Éste fue integrado por los jefes de las Fuerzas Armadas y su objetivo era “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”, lo que terminó abriendo la puerta a la represión ilegal que luego se extendería y agravaría durante la dictadura posterior.
            Varios periodistas y medios de comunicación venían horadando desde sus páginas la imagen del gobierno de la viuda de Perón, especialmente aquellos que luego apoyarían el golpe de Estado. El gobierno suspendió por diez días la salida del diario La Opinión, de Jacobo Timerman, por haber publicado “noticias falsas o deformantes de la verdad, o bien comentarios que instigan a la quiebra del orden constitucional”. También levantó el programa Tiempo Nuevo, de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, por críticas a su gestión, según recuerda Carlos Ulanovsky en su libro “Paren las rotativas”. Pero la embestida no paró e incluso el diario La Razón, uno de los más leídos de la época, comenzó desde el 2 de marzo una suerte de cuenta regresiva desde sus titulares, que cerraría el martes 23 de marzo de 1976 con su sentencia de tapa: “Es inminente el final. Todo está dicho”.
            En la madrugada del día siguiente, los militares enviaron presa a la Presidenta al sur del país y comenzaron el denominado “Proceso de Reorganización Nacional”. “Agotadas todas las instancias del mecanismo constitucional, superada la posibilidad de rectificaciones dentro del marco de las instituciones y demostrada, en forma irrefutable, la imposibilidad de recuperación del proceso por sus vías naturales, llega a su término una situación que agravia a la Nación y compromete su futuro.", sostuvieron en su proclama.[2] La junta integrada por Videla, Massera y Agosti (jefes del Ejército, Marina y Aeronáutica, respectivamente) impuso la pena de muerte y los consejos de guerra en su primera jornada en la Casa Rosada y en el comunicado 19 advirtió:
       “Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiera, divulgare o propagara comunicados o imágenes provenientes o atribuidos a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o de terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta 10 años el que por cualquier medio difundiera, divulgare o propagara noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas de seguridad o policiales”.

SIETE DIAS Y LA PROPAGANDA
            Siete Días surgió en 1965 por un acuerdo entre editorial Abril y el diario La Razón, de Félix Laiño. Se distribuía como suplemento los martes dentro del diario y no tenía contenidos mayormente de actualidad pero sí marcaba tendencias. “Todos los martes aparece ‘7 días’. Ud. Podrá pasar revista al país, al mundo y su gente, con la información más precisa, las fotos más asombrosas, el color más colorido y los consejos más oportunos. Entreténgase todo la semana con 7 días”, decía la publicidad de entonces.
La nueva publicación, dirigida por Roberto Hosne, mostraba una impronta moderna por las máquinas de última generación que César Civita (1905-2005) había traído al país. Este empresario italiano desembarcó en 1941 en la Argentina como representante de la compañía Walt Disney y luego  fundó la editorial Abril, que convirtió en un imperio a partir de la revistas de historietas foráneas como Mickey y Pato Donald. Fue precursor también de revistas de fotonovelas, como Idilio. Y luego sumó otras publicaciones como la famosa Corsa, de automovilismo,  Panorama y Siete Días, de actualidad, Claudia, dirigida a la mujer, y Adán, que marcó estilo entre los jóvenes ejecutivos en ascenso.
Civita, que tuvo que escapar con su familia de la Italia de Mussolini, cobijó en su editorial a muchos escritores e intelectuales  (judíos como él o no) que huyeron del fascismo europeo, como el caso del dibujante Hugo Pratt, creador de “El corto Maltés”, la fotógrafa Grete Stern o el sociólogo Gino Germani. Y por su redacción pasaron también figuras como Alberto Breccia, Héctor Oesterheld, Juan Carlos Gené, Gregorio Selser y Rodolfo Walsh, entre otros. En la década del’50, empezó a apostar con el negocio familiar en Brasil, donde hoy Editorial Abril es uno de los multimedios más poderosos.
Siete Días se independizó del diario La Razón y se hizo semanario a partir de mayo de 1967. Tuvo una dirección inicial de Luis Clur, pero fue Norberto Firpo, venido de Primera Plana, el que dio lugar a una “verdadera escuelita de jóvenes valores”[3]. Las fotografías de grandes dimensiones fueron una marca distintiva de la revista y, consecuentemente, el cargo de editor gráfico se fue desarrollando fuertemente en el medio local a partir de esta publicación. Con el modelo de la estadounidense Life o la francesa Paris Match, el magazine se ocupaba de una gran variedad temática: asuntos políticos y económicos del momento, tanto nacionales como internacionales, la promoción de  figuras a través de las entrevistas, la narración de  historias con fuerte acento en lo humano, etc. Tuvo un salto importantísimo en su tirada con el lanzamiento del concurso Miss Siete Días, donde salieron elegidas reconocidas modelos como Adriana Constantini, Teté  Coustarot o Graciela Alfano.
            En 1969, la revista se destacó con una edición especial por el denominado “Cordobazo”, el estallido social que se registró el 29 de marzo en plena dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1973) cuando trabajadores, estudiantes y vecinos en general coparon las calles de la capital mediterránea en rechazo de las políticas laborales y sociales del gobierno y fueron brutalmente reprimidos, con una veintena de muertos y decenas de personas heridas. Este levantamiento popular –precedido por asambleas y protestas en varios puntos del país- fue el desencadenante de la destitución de Onganía por sus propios colegas militares al año siguiente, del fortalecimiento de la lucha sindical y de la ampliación del accionar de las organizaciones de izquierda en la época.
            Cinco días después de los hechos, la revista Siete Días salió a la calle con una edición titulada “El desafío cordobés”, sintetizando la reacción de la población hacia al entonces temido poder militar. La tapa mostraba a tres uniformados montados a caballo en retirada, pero uno de ellos apuntando con su arma hacia  los manifestantes, que no aparecían en la imagen. El número estuvo íntegramente dedicado al Cordobazo, con predominio de fotografías de gran tamaño. Y entre las crónicas de los sucesos, aparecían historias de mayor contenido emotivo como la de un vecino que fue herido por una bala perdida: “Tan solo un rostro de la tragedia”.

Pero fue a mediados de la década del ’70 cuando se acentuó el rol político-propagandístico de Siete Días.  César Civita, el dueño de la editorial Abril, estaba amenazado de muerte por la Triple A de López Rega y decidió irse del país junto con su familia,  luego de que explotara el 28 de abril de 1975 en la vereda de la firma, ubicada en Leandro N. Alem al 800,  una bomba con mensajes intimidatorios para él y otros destacados escritores y actores como Alfredo Alcón, Luisina Brando, Leonor Manso, Roberto “Tito” Cossa, Tomás Eloy Martínez, entre otros.
            Siete Días fue uno de los tantos medios gráficos que saludaron la llegada del golpe militar contra María Estela Martínez de Perón, a quien habían cuestionado fuertemente durante su gestión. El 26 de marzo de  1976, dos días después de la asunción de la junta militar, la revista salió con una tapa de pretendida objetividad bajo el título “Los hechos”, las imágenes de Videla, Massera y Agosti y la promesa de “El proceso en fotos”. En su interior, apareció un artículo titulado “Fuerzas Armadas: Un trascendente Compromiso”, donde detallaba el contenido de los primeros comunicados de los dictadores y advertía que “a pesar del continuo desplazamiento de tropas en todo el país, (la jornada), se vivió en calma y tranquilidad laboral”.
            El semanario tuvo un rol abiertamente propagandístico de la dictadura. El periodista Carlos Burone, desde una sección titulada “El diario de un pequeño burgués”, defendía las medidas represivas y en junio de 1978 se molestaba por “la orquestada campaña antiargentina que los medios de difusión (internacionales) despliegan contra nuestro país y su gobierno”, y aseguraba conocer “escenas de barbarie que, en estos precisos momentos, tienen un escenario real y concreto en África y Camboya, preparadas y ejecutadas por los secuaces de Fidel Castro y el comunismo vietnamita ”.
           También durante el Mundial de Fútbol de 1978, la revista salió al cruce de las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos que organismos internacionales habían realizado especialmente en Europa y que –por ejemplo- habían llevado al seleccionado holandés a negarse a recibir la medalla de subcampeón de la mano de Videla.  “Ha llegado el momento en el que cada uno de los argentinos debemos levantar la voz en defensa de nuestro país para que en el mundo nos oigan claramente”, incitaba.
            En la edición posterior al final del torneo, Siete Días declamó desde su tapa “Le ganamos al mundo”, con una foto de Passarella alzando el trofeo. El mensaje excedía el mundo futbolero.
            También durante la Guerra de las Islas Malvinas, la revista jugó su complicidad con la dictadura. Desde sus páginas  mostró un escenario triunfalista que –luego se sabría- era diametralmente opuesto a lo que estaban viviendo los jóvenes conscriptos enviados a luchar sin prácticamente instrucción militar, con escasez de víveres y un equipamiento y tecnología sustancialmente inferior al de las tropas británicas. “La Gran Batalla”, tituló tras el desembarco argentino en el archipiélago.
En junio del ’82, apenas dos semanas antes de la rendición, Siete Días publicó una foto a toda tapa de un soldado  cuerpo a tierra en posición de lucha con la leyenda “El ‘Invencible’ fuera de Combate” y prometía contar cómo había sido “la gran hazaña argentina”,  tal como calificó al blanco que hizo un misil argentino sobre el buque insignia de la marina inglesa. En sus páginas centrales, el periodista Nicolás Kasanzew relataba su diario de guerra desde las islas y sentenciaba “Cuerpo a cuerpo hasta la victoria”.
              El gobierno, paralelamente, había desplegado una amplia campaña publicitaria siempre sobre el mentiroso discurso del “vamos ganando” e instaba: “¡Argentinos a vencer! Ganemos la batalla en todos los frentes”, mostrando imágenes de personas trabajando en distintos oficios como si también ellos estuvieron en un puesto de combate.
            La derrota de la guerra en Malvinas terminó por debilitar al gobierno militar. Leopoldo Galtieri fue reemplazado en el cargo por Reynaldo Bignone y la presión política, sindical y social para el llamado a elecciones democráticas finalmente dio fruto y el domingo 30 de octubre de 1983 el radical Raúl Alfonsín ganaba con el 51,75 por ciento de los votos. Casi un mes después, el 23 de noviembre, la revista Siete Días salió a la calle con una edición que detonaba el pacto de silencio impuesto sobre el comando de la guerra en Malvinas.
El Informe Final elaborado por la Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades Políticas y Estratégico Militares en el Conflicto del Atlántico Sur, más conocido por el apellido de quien presidió la comisión, el teniente general Benjamín Rattenbach, fue elaborado bajo secreto militar entre el 2 de diciembre de 1982 y el 16 de setiembre de 1983. Sus conclusiones fueron fulminantes para la Junta: se habló de “aventura militar” y se advirtió sobre las graves responsabilidades que le cabían a los altos mandos militares y civiles: el teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri y al almirante Jorge Isaac Anaya quedaban alcanzados por artículos del Código de Justicia Militar que los hacían pasibles de la pena de muerte o de reclusión perpetua y para el brigadier Basilio Lami Dozo, el tercer miembro de la junta, contemplaba la pena de destitución y reclusión por tiempo indeterminado. La junta gobernante decidió ocultar las 13 copias existentes. Fue desclasificado recién por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en enero de 2012.[4]
Justamente en ocasión de la revelación oficial del documento, el periodista Héctor D’Amico, entonces subdirector de la revista, relató cómo fue el proceso que terminó en la difusión de la información: “Hubo contactos con personas que nunca fueron debidamente identificadas que fueron entregando lo que después se llamó el ‘Informe Rattenbach’ y llegamos a la conclusión que lo íbamos a entregar en dos etapas. También tomamos la decisión de que lo íbamos a compartir con  los principales medios de la Argentina. El general Bignone pidió que hubiese una investigación judicial. Durante un día o dos días se clausuraba la revista. Se pensó que como una parte ya estaba allí y la otra ya estaba en resguardo y que iba a salir en otros medios no tenía mucho sentido clausurarla. Pero decidieron procesar al director, al subdirector y al secretario de redacción ante una corte militar”.[5] Querían saber quién lo había filtrado.
          En rigor, la forma en que llegaron a la redacción del semanario las 300 copias del informe fue propia de una novela de suspenso. Un periodista recibió un papel con pequeñas anotaciones que tenían el aspecto de jeroglíficos. Eran listas con direcciones y horarios. Las direcciones correspondían a teléfonos públicos situados en las calles del centro, Retiro, Palermo y Recoleta. Cada teléfono, a su vez, tenía asignado el horario en el que alguien debía levantar el tubo para recibir instrucciones. Esa fue la hoja de ruta que guió a los periodistas hasta los lugares donde habían sido dejados sobres con fotocopias de los capítulos del Informe. La difusión del documento tuvo un impacto fuertísimo en la sociedad, que empezaba a saber lo que realmente había pasado en la guerra de Malvinas.

REVISTA GENTE Y EL COLABORACIONISMO
Otra de las revistas que trabajó enfáticamente a favor de los jerarcas de la última dictadura militar fue Gente, de Editorial Atlántida. Nacida el 29 de julio de 1965, bajo inspiración también (como ocurrió con Siete Días) en revistas como Paris Match, Life o la italiana Oggi pretendió combinar los temas políticos-económicos de la agenda periodística “dura” con la frivolidad de los romances resonantes o la modelo del momento. En el primer número, apareció el conductor Cacho Fontana en el pico de la fama. “La nueva revista era informal y osada pero muy integrada en el sistema occidental y cristiano. Casi nunca abandonaba sus miradas de frivolidad y, especialmente en verano, admitía un módico destape sobre el físico de las modelos (a las que puso de moda) y se ponía ‘fresca’”, recuerda Ulanovsky.[6]
En los primeros años fue dirigida por Carlos Fontanarrosa y la impronta del trabajo era salir a la calle a buscar la noticia, pero principalmente la foto: Jacqueline Lee Bouvier, viuda de Kennedy, medio desnuda en una estancia de Ascochinga, el romance de Palito Ortega y Evangelina Salazar, un sargento chileno herido por un gendarme argentino en un incidente en la frontera, la represión de alumnos y estudiantes en lo que se conoció como “La Noche de los Bastones Largos”.  Esa heterogeneidad informativa fue el sello distintivo del semanario que fue creciendo en influencia y en ventas y una de las características de la tradicional sección “La fotografía del año”, donde se mezclaban modelos, científicos, políticos, deportistas y hombres de la cultura.
Abundaban también las crónicas en primera persona (bastante innovador en aquella época en el periodismo argentino),  se le daba mucha importancia al recurso fotográfico y era habitual que viajaran periodistas a cubrir hechos internacionales destacados. Una cobertura particular fue  la última pelea de Carlos Monzón en Europa, adonde la revista envió al pintor Antonio Berni como ilustrador y a la escritora Silvina Bullrich como cronista de boxeo. En su redacción se destacaron periodistas como Mario Mactas, Víctor Sueiro, Rodolfo Bracelli, Horacio de Dios, Julia Constenla y Samuel “Chiche” Gelblung, que luego llegaría a ser director, entre otros.
Gente forma parte, aún hoy, del grupo de revistas lanzadas por la editorial Atlántida, que fundó el empresario uruguayo Constancio Vigil el 7 de marzo de 1918. La empresa familiar, que luego se convertiría en un emporio periodístico, fue una de las pioneras en la idea de ofrecer productos segmentados de acuerdo al gusto del público. Así fueron apareciendo El Gráfico, un magazine deportivo; Billiken, una destacada revista infantil que se vendió incluso en países vecinos, y Para Ti, la revista destinada al público femenino, entre otras.
Gelblung ingresó en el semanario el 28 de junio de 1966, el día en que el presidente radical Arturo Illia fue derrocado por el general Juan Carlos Onganía. Fue enviado a hacer “guardia” a la casa del hermano del mandatario destituido, puesto que se especulaba que iba a guarecerse allí. Según contó el propio periodista, ingresó a la vivienda diciendo que era parte de un grupo de las juventudes radicales de Avellaneda y Trenque Lauquen que había llegado para darle ánimo a Arturo Illia y allí se enteró de pormenores del asalto del poder por parte de los militares. Gelblung continuaría en la revista hasta 1981 y , en el cargo de director, daría una línea editorial colaboracionista con la dictadura que iniciaron Videla-Massera-Agosti y cómplice con las violaciones a los derechos humanos cometidos durante esa época.
En enero de 1976, la revista Gente realizó una entrevista a Raúl Lastiri, yerno de López Rega y ex presidente interino. Lo mostraba en su lado frívolo, posando junto a su colección de 300 corbatas francesas e italianas y trajes importados, y luego recostado en su cama matrimonial con su esposa Norma López Rega. La publicación tuvo una repercusión importante y formó parte de la campaña que muchos medios gráficos de la época llevaron a cabo para atacar al gobierno de María Estela Martínez de Perón –en este caso por el costado de banalidad—y que prepararon el terreno para el golpe de Estado del 24 de marzo.
Tras el derrocamiento de la viuda de Perón, la revista Gente sacó una edición extra bajo el título “Nuevo gobierno” y dos fotos en la etapa: en la parte superior, la Casa Rosada con tanques de guerra y debajo las fotos de los integrantes de la junta militar que asaltaba el poder. Durante la gestión de Gelblung, la revista mostró el “lado humano” de los jerarcas del régimen y fue uno de los principales voceros mediáticos del terrorismo de Estado inventando noticias y denunciando una “campana antiargentina”.
No me avergüenza nada de lo que hice. Nadie me obligó. Era una época en la que todos creíamos estar en guerra, nos habían vendido una guerra y todos la habíamos comprado. Había que estar en un bando o en el otro. Y yo elegí. Hicimos una opción y fue la misma que adoptaron Clarín y La Nación. Pero es más fácil meterse con Gente que con los grandes diarios. Te lo repito: nosotros no hicimos nada que ellos no hicieran”, sostuvo Gelblung en un reportaje publicado en 2008 en la Revista Sociedad. Y en junio de 2012, admitió en una entrevista en la Revista Mu que conoció periodistas que participaron de sesiones de tortura en la ESMA,  pero que él nunca fue.
Uno de los casos emblemáticos de la complicidad entre la última dictadura y la revista Gente fue el falso fallecimiento de Norma Arrostito, importante militante de la organización Montoneros. El 9 de diciembre de 1976, el semanario publicó en su tapa una gran foto tipo carnet de la mujer, que llevaba un sello con la leyenda MUERTA (2/12/76- 21 horas). Y en las páginas interiores publicó: “En los últimos 9 meses -exactamente a partir del 24 de marzo de 1976- más de 600 guerrilleros cayeron bajo las balas de las fuerzas de seguridad. A esas muertes, decisivas para el resultado final de la lucha, se suman operativos en todo el país que capturaron imprentas, archivos y fábricas de armas clandestinas: verdaderos golpes de muerte para el aparato logístico de la guerrilla. El 2 de diciembre, en Lomas de Zamora, cayó Esther Norma Arrostito, integrante del grupo que secuestró y asesinó a Pedro Eugenio Aramburu. La crónica que sigue, además del caso Arrostito, quiere reflejar los hechos más importantes de esos 9 meses de lucha, un período que llevó a las fuerzas de seguridad hasta el umbral de la victoria y que costó mucha sangre de oficiales, soldados y policías”…
Pero la realidad es que Arrostito ese mismo día fue secuestrada por un grupo de tareas y recluida en la Escuela de Mecánica de la Armada. Allí permaneció como trofeo de guerra para quebrar emocionalmente a los recién capturados y fue asesinada el 15 de enero de 1978 en el campo de concentración de la ESMA.
             Una semana después, el 16 de diciembre de 1976, la revista Gente publicó una doble página de una “Carta abierta a los padres argentinos”, donde plantea una escenario bélico en el país en línea con el discurso militar del momento: “Después del 24 de marzo de 1976, usted sintió un alivio. Sintió que retornaba el orden. Que todo el cuerpo social enfermo recibía una transfusión de sangre salvadora. Bien. Pero ese optimismo -por lo menos, en exceso- también es peligroso. (…) Hoy, aún cuando el fin de la guerra parece cercano, aún cuando el enemigo parece en retirada, todavía hay posiciones claves que no han podido ser recuperadas. Porque hay que entender algo, con claridad y para siempre. En esta guerra no sólo las armas son importantes. También los libros, la educación, los profesores. La guerrilla puede perder una o cien batallas, pero habrá ganado la guerra si consigue infiltrar su ideología en la escuela primaria, en la secundaria, en la universidad, en el club, en la iglesia. Ese es su objetivo principal. Y eso es lo que todavía puede conseguir. Sobre todo si usted, que tiene hijos, no está alerta. (…) Porque si usted se desinteresa, no tendrá derecho a culpar al destino o a la fatalidad cuando la llamen de la morgue”.

No sólo desde la revista Gente, la editorial Atlántida de los Vigil planteó esta línea de colaboración. En marzo de 1977, en la revista Para Ti salió una nota que planteaba Cómo reconocer la infiltración marxista en las escuelas” y en la revista Somos se publicó un artículo sobre “Cómo viven los desertores de la subversión” con fotos de un supuesto “centro de rehabilitación para extremistas”. Hubo también una serie de  notas bajo el título “Los hijos del terror”, que daba cuenta sobre la situación de niños involucrados en operativos militares.[7] La infantil Billiken tuvo en esa época una línea moralizante, cientificista, obsesivamente higienista y hasta racista, sostiene la  investigadora Paula Guitelman  en su libro “La infancia en dictadura”.
            Algunas de las notas falsas publicadas por la editorial Atlántida generaron juicios que se están dirimiendo todavía hoy en los tribunales y esperan sanción. Es el caso de la nota publicada
el 10 de setiembre de 1979 en la revista Para Ti bajo el título “Habla la madre de un subversivo muerto”. La entrevistada era Thelma Jara de Cabezas, madre de un joven desaparecido que estaba secuestrada en la ESMA y que fue forzada a realizar el reportaje simulado en un bar de Belgrano –adonde fue trasladada por el represor Ricardo Miguel Cavallo-, con el que el régimen pretendía contrarrestar las denuncias de los organismos de derechos humanos. La mujer, ella misma integrante de un organismo de DD.HH. recomendaba a las madres argentinas en ese falso testimonio que “vigilen de cerca a sus hijos. Es la única forma de no tener que pagar el gran precio de la culpa, como yo estoy pagando por haber sido tan ciega, tan torpe”. Tras la recuperación democrática, Jara de Cabezas demandó a los directivos de la revista y de la editorial en aquella época.

            También Alejandrina Barry recurrió a la Justicia porque las revistas Gente, Para Ti y Somos publicaron una fotografía suya, cuando tenía 3 años, con la leyenda de que había sido “abandonada” por sus padres, militantes de la organización Montoneros, cuando en realidad éstos habían sido asesinados en Uruguay, en el marco del Plan Cóndor.

            Durante el Mundial ’78, la revista Gente se hizo eco de la denuncia del gobierno militar sobre la existencia de una campaña para desprestigiarlos con denuncias sobre violación de los derechos humanos. El propio Gelblung, en vísperas del campeonato de fútbol, escribió desde París un artículo titulado “Cara a cara con los jefes de la campaña antiargentina”.  Y sentenció que “el terrorismo abrió un frente externo. Y esto que aquí investigamos es sólo una de sus expresiones. Pero el país no está desarmado para hacerles frente. Debe contrarrestar, con la verdad, su arma más poderosa, esa campaña”.

Las tapas de la revista durante el torneo siguieron esa tónica. Gente puso una foto de Kempes festejando con la leyenda “El grito de la gloria”. La revista Somos, también de la editorial Atlántida, salió con una gran foto de Videla exultante, levantando las manos tras ganar la Copa: “Los argentinos y el Mundial. Un país que cambió”. Y El Gráfico, la publicación especializada en deportes, llegó a publicar una carta falsa del capitán holandés Ruud Krol, donde le hablaba a su hija de la “la Copa de la Paz”. La misiva fue inventada por el periodista mendocino Enrique Romero.

           El relato que fue haciendo la revista Gente de la guerra de Malvinas es el documento más acabado de las mentiras que la junta militar transmitía a la sociedad sobre lo que pasaba en las islas.  Tras el desembarco argentino del 2 de abril, el semanario afirmó desde su tapa: “Vimos rendirse a los ingleses”, mientras en la foto se mostraban soldados británicos con las manos y armas en alto. Un mes después, la revista anunciaba que “Estamos ganando” y el 13 de mayo prometía en título central “Las fotos de la guerra que usted nunca vio” y mucho más pequeño informaba sobre el hundimiento del buque Belgrano y denunciaba “Gran Bretaña asesina”.
          Para mediados de mayo, la revista anticipaba que “Vamos a atacar” en respuesta a “agresiones británicas”. Pocos días después mantenía la expectativa con un “¡Seguimos ganando!”. Ya en junio habló de “La gran batalla” y, cuando la rendición argentina ya había ocurrido, sólo se limitó a prometer una cobertura fotográfica de “La guerra que no vimos”. Desde la revista Somos, la editorial Atlántida eligió instar a la población a no bajar los brazos: “Perdimos la batalla. No perdamos el país”

REVISTA HUMOR Y LA RESISTENCIA
            La revista Humor fue una suerte de oasis en el medio de un periodismo que era clausurado, censurado o que se volvía complaciente y hasta colaboracionista durante la última dictadura. Luego de la experiencia de Satiricón, que fue cerrada en marzo de 1976 con el advenimiento del golpe militar, el diseñador gráfico Andrés Cascioli decidió ampararse en la sátira y el realismo grotesco para cuestionar a la dictadura militar y sus políticas económicas desde una nueva publicación que salió a la venta en 1978.
Tuvo un staff de lujo. En los inicios estuvieron los dibujantes Grondona White, Tabaré, Tomás Sanz y los escritores Aquiles Fabregat, Jorge Guinzburg y Alejandro Dolina. Luego estuvieron los humoristas gráficos Ceo, Fati, Nine, Fortín, Izquierdo Brown, Altuna y Maicas; las columnas de Santiago Kovadloff, Pacho O’Donnell, Luis Gregorich, Juan Pablo Feinmann, Aída Bortnik, Luis Frontera, Carlos Abrevaya, Hugo Paredero, Osvaldo Soriano, Jorge Sábato y Juan Sasturain. “La revista era la posibilidad de encontrarse con algo diferente. Decíamos cosas, a veces entre líneas, a veces más directamente, y en medio de la tragedia tratábamos de instalar una mueca de risa”, declaró Cascioli.[8]
Las caricaturas de tapa (mayormente de Cascioli) se convirtieron en la expresión de una sociedad oprimida, censurada y con miedo. Y la revista pronto logró una fuerte empatía y complicidad con su público. En sólo un año, llegó a vender 60.000 ejemplares y pasó de ser mensual a quincenal. El fenómeno puso en estado de alerta a los militares, que llegaron a secuestrar varias ediciones.
El primer número del 2 de junio de 1978, víspera del comienzo del Mundial de Fútbol, mostraba al director técnico del seleccionado nacional con unas exageradas orejas típicas del ministro de Economía.  “Menotti de Hoz: ‘El Mundial se hace cueste lo que cueste’”, decía poniendo sobre el tapete subliminalmente los millonarios gastos que la junta militar realizaba para ser sede del campeonato de fútbol y utilizarlo para enfrentar las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos.
Otras tapas memorables fueron aquella que mostraba a Martínez de Hoz como protagonista de la película-historieta “Inflación II”, en referencia a la exitosa Tiburón II estrenada en la época;  el barco llamado “El Proceso” yéndose a pique; un Massera descamisado y el comandante Nicolaides cayéndose de una patineta, que tuvo orden de secuestro, o la que muestra a los jefes de las fuerzas armadas como monitos que no escuchan, no ven y no hablan.
Con inteligencia y en clave de sorna, la revista marcaba sus críticas especialmente sobre la política económica instrumentada por Martínez de Hoz, el Fondo Monetario, la burocracia e ineficiencia estatales, los programas de los canales de televisión manejadas por las fuerzas armadas y hasta, en alguna medida, sobre el Poder Judicial.  Se reservaban los editoriales (que no salían en todos los números) para abordar cuestiones de ética periodística, los valores y la honestidad intelectual, la intolerancia, los ataques a la prensa y la censura y, en parte, la violación a los derechos humanos. Los lectores fueron aprendiendo a leer más las entrelíneas que lo textual en un escenario de censura.
         “Una vez por semana, el grupo editorial de primera plana se reunía en un microcine del edificio para discutir lo más importante: el tema de tapa. Y cómo tratarlo, y cómo manejarlo tratando de saltar por encima de los ojos de la censura”,  periodista y dibujante que colaboró con la revista[9]. “Humor fue el cable a tierra para contrarrestar tanta locura, desesperanza y muerte”, declaró Mona Moncalvillo, una de las periodistas destacadas del staff.
            Es que las entrevistas de Moncalvillo fueron uno de los sellos distintivos de la revista a partir de 1979, porque allí aparecieron el pensamiento de personajes que estaban vedados en otros medios de comunicación, como fue el caso del premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, Hebe de Bonafini, Mercedes Sosa y Osvaldo Soriano, entre otros. Y a partir de 1981 comenzaron a desfilar en ese espacio los políticos, silenciados desde el golpe de Estado de 1976.
            También desde 1981 empezaron a publicarse notas de carácter político e investigaciones con denuncias de Héctor Ruiz Núñez .
            La calidad y simbología de las historietas publicadas en Humor marcaron historia: “Boogie el Aceitoso”, de Roberto Fontanarrosa; “La clínica del Doctor Cureta!, de Ceo, Meiji y Rep; “Los Alfonsín”, de Rep; “Las puertitas del señor López”, de Trillo y Altuna, entre otros.
            Tras la recuperación democrática, la revista Humor fue perdiendo el romance con su público. Recibió críticas sobre sus simpatías con el gobierno de Raúl Alfonsín que fue restando  lectores progresivamente y en la década del ’90, la editorial afrontó juicios del gobierno de Menem y problemas de endeudamiento para continuar. El último número salió el 18 de octubre de 1999, una semana antes de las elecciones en la que se consagraría Fernando de la Rúa. “Somos menos” decían los peronistas Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf tomados de la mano en alto. Hoy las ediciones de la revista Humor son artículos de colección.


Bibliografía consultada
-         Ulanovsky, Carlos (1997). Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires. Espasa Ed. 
-         Romero, Luis Alberto ( 2001). Breve historia contemporánea de la Argentina. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.
-         Seoane, María/Muleiro, Vicente (2001). El dictador. La historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla. Buenos Aires. Ed. Sudamericana.
-         Rouquié, Alain (1984)  El Estado Militar en América Latina. Buenos Aires. Emecé
-         Silva, Soledad (2012)  Ponencia en cátedra Taller de Periodismo Gráfico, UNLZ.
           




[1]  Circular firmada por el capitán de navío Luis Arigotti, adscripto a la Secretaría de Prensa y Difusión de la Junta Militar.
[2] Proclama de la Junta Militar del 24 de marzo de 1976, firmada por el general Jorge Rafael Videla; el almirante Emilio Eduardo Massera; y el brigadier general Orlando Ramón Agosti.
[3]Ulanovsky, Carlos (1997). Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires. Espasa Ed.
[4] Se puede acceder al Informe Rattenbach en la página web de Presidencia de la Nación www.casarosada.gov.ar
[5]Edición digital del diario La Nación del 26 de junio de 2012.

[6]Ulanovsky, Carlos (1997). Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires. Espasa Ed.

[7] Claudia Acuña (2010) El papel de la prensa durante la dictadura, artículo publicado en el blog El Noticialista, noticias con identidad. (www.elnoticialista.com.ar)
[8]Ulanovsky, Carlos (1997). Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires. Espasa Ed.
[9] Ana Von Rebeur. Breve historia de las publicaciones humorísticas argentinas (Apogeo y caída de la revista Humor).

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