sábado, 11 de mayo de 2013

Cruzando el Rubicón - Una conversación con Alejandro Dolina

http://issuu.com/revista_orsai/docs/orsai_n11/99

Una obra a pie de calle

Por Bárbara Celis - Diario El País 15/5/2010

Gay Talese, padre del nuevo periodismo junto a Tom Wolfe, reivindica el compromiso de un oficio como testigo y agudo observador de la vida cotidiana. "Siempre estuve orgulloso de contar las historias tal y como fueron, sin engrandecerlas", afirma. Retratos y encuentros reúne la obra monumental de este reportero norteamericano que ha hecho del periodismo un arte.

Aunque parezca increíble, hubo un tiempo que ni todos los hombres vestían de forma clónica ni las revistas ofrecían como plato principal entrevistas con el famoso de turno. Uno de aquellos hombres, que además escribía en aquellas revistas, hoy sigue caminando por las calles de Nueva York con un traje original y hecho a medida y aún aboga por un periodismo alejado de la obsesión por la fama y la exclusiva. Su nombre es Gay Talese, y su talento principal es haber sabido hacer periodismo de todo aquello de lo que suelen huir los otros reporteros: del hombre común, del desconocido, del perdedor o simplemente de los que están lejos de los focos y el éxito y, a través de ellos, ofrecer un retrato bastante acertado del ser humano y sus obsesiones. Por ejemplo, del periodista encargado de escribir obituarios en el anonimato para The New York Times en los años sesenta. O del boxeador que tras éxitos memorables caía en el olvido. O de los obreros que construyeron ese milagro de la ingeniería llamado puente de Verrazzano y que une Brooklyn con Staten Island.

En ese mismo instante suena el teléfono de su casa. Ni siquiera es inalámbrico. Lo coge, saluda, escucha y exclama: "Claro, allí estaré. ¿Habrá buenos martinis? Ya sabes que el vino me da igual, pero unmartini antes de cenar es imprescindible". Trata de terminar la conversación y cuelga. "¿Dónde estábamos?", pregunta. "En el periodismo y las nuevas tecnologías", contesta la reportera.

El mes pasado Talese, escondiendo tras un cuerpo ágil y enjuto y una espesa cabellera sus 78 años, lo recordaba sentado sobre un elegante diván en su residencia del Upper East Side de Nueva York. Cuadros y libros tapizan las paredes y los éxitos del propio Talese se asoman tímidos desde alguna estantería. En una foto aparece estrechándole la mano a Bill Clinton, en otra a Ronald Reagan, pero ninguna de las dos reclama excesiva atención; escondido en un rincón hay un volumen especial de la revista Life dedicado a fotografías de Frank Sinatra que incluye el celebrado reportaje sobre el cantante. Bien a la vista, en cambio, hay múltiples fotos familiares, cuadros de una de sus dos hijas, grandes espejos, una lámpara de araña sobre una mesa para cenas concurridas y un extraño aire entre añejo y distinguido. Todo tiene un cierto sabor a otra época, como el pañuelo de seda asomando del bolsillo izquierdo de su chaqueta y la discreta y fina corbata que aflora bajo un chaleco ajustado de tonos tierra a juego con sus impecables pantalones. Calza un par de zapatos refinados que, como todo el conjunto, Talese podría haberle robado a su admirado Scott Fitzgerald en los años veinte.Y cuando tuvo que escribir sobre estrellas del espectáculo, porque sus jefes querían que su excelente pluma también bendijera a las celebridades, él fue capaz de darle la vuelta a los personajes y buscar el ángulo inexplorado. Entre los reportajes que han entrado en el panteón del periodismo universal está Sinatra has a cold (Sinatra está resfriado) y Ali in Havana (Alí en La Habana), incluidos en el libro de reportajes Retratos y encuentros (que publica Alfaguara, que también editará Vida de un escritor y Honrarás a tu padre). No son entrevistas ni con el cantante ni con el púgil, con quienes nunca llegó a hablar, sino perfiles sobre ambos construidos a través de las voces de quienes les conocieron. Fueron ese tipo de reportajes, sus descripciones y su tratamiento informativo los que llevaron al escritor Tom Wolfe a bautizar a Talese como "padre" del nuevo periodismo, esa corriente que asaltó la prensa a finales de los años sesenta introduciendo recursos propios de la literatura de ficción en el mundo del reportaje. Talese no comulga con esa etiqueta "porque la mayoría de quienes se apuntaron al carro del nuevo periodismo eran unos mentirosos que nunca fueron rigurosos con los hechos y que exageraban la realidad. Incluso Hunter S. Thompson... Y yo siempre estuve orgulloso de contar las historias tal y como fueron, sin engrandecerlas. Los reporteros tenemos que ser fieles a la verdad".

Su imagen es puro buen gusto, aunque sin duda haya quien la consideraría anacrónica. Y habrá a quien tampoco le gusten opiniones a contracorriente como ésta: "No leo ni blogs ni noticias online. Cuando algo es realmente bueno, acaba llegando a los periódicos, como el reportaje de ProPublica que ganó el Pulitzer. No quiero leerlo todo ni saberlo todo. Sólo quiero estar informado de las cosas esenciales". No sólo se niega a adentrarse en la información digital sino que también rechaza las comunicaciones del siglo XXI. "No tengo ni móvil ni email.Hoy hay un exceso de comunicación. No quiero despertarme y lidiar con 100 correos de desconocidos. Bastante tengo con aguantar las conversaciones de la gente que se pasea hablando a gritos a través del móvil".

Cuando al hablar de su fobia al email fue inquirido por la opinión al respecto de Nan, su esposa, conocida editora, y sobre cuya relación de cinco décadas versará el próximo libro de este veterano, Talese tomó por asalto la entrevista y realizó un exhaustivo e incómodo interrogatorio a su entrevistadora sobre novios, maridos y amantes. Desventajas de entrevistar a un periodista... La contra entrevista sólo pudo ser abortada invitándole a hablar precisamente de relaciones, un tema en el que indagó durante casi diez años para escribir el libro La mujer de tu prójimo (Grijalbo), su mayor best seller. Con él, Talese se metía directamente en la cama de los estadounidenses -a los que citaba con nombres propios y reales-, haciendo una crónica del comportamiento sexual de su país en los años setenta y para el que practicó abiertamente relaciones con otras mujeres, vivió en una comuna de amor libre y fue propietario de dos saunas. Su matrimonio sobrevivió al terremoto de aquella experiencia y se dispone a explicar los detalles en el libro que está escribiendo (aún sin título ni fecha). "Creo que es una buena historia. ¿Cuánta gente puede decir que lleva cincuenta años casado con la misma persona, viviendo bajo el mismo techo, haciendo cosas que jamás se te hubiera ocurrido hacer estando solo?". Teniendo en cuenta que en Estados Unidos la duración media de un matrimonio son apenas siete años, sin duda su caso es una rareza. Claro que Talese no es exactamente un hombre con ideas corrientes.

-Tuvimos una revolución sexual y gracias a eso ahora tú puedes vivir con tu novio sin estar casada, pero si tienes un lío fuera del matrimonio... ¡Mira la que se ha armado alrededor de Tiger Woods y sus amantes! ¡Como si él las hubiera obligado a acostarse con él!

-No entiendo muy bien...

-Lo que quiero decir es que la llegada de las mujeres a la prensa y a otras posiciones de poder ha convertido los escándalos sexuales en noticia.

-¿Cómo dice?

-Sí, cuando yo trabajaba en The New York Times todos los jefazos tenían líos sexuales, pero no se hacían públicos. Y todos sabíamos que el presidente Kennedy tenía muchas amantes, pero a nadie se le ocurría escribir sobre ello. La vida sexual de la gente no era noticia.

-Pero... ¿no será que la prensa simplemente ha descubierto un nuevo filón económico?

-No, lo que ha cambiado es que las mujeres también toman decisiones. Está claro que los poderes conservadores también hacen su parte pero sin duda la entrada de la mujer en el mundo laboral ha redefinido lo que es noticia.

-Yo no le echaría la culpa a las mujeres...

-Yo no les echo la culpa, eso lo has dicho tú. Sólo digo que su influencia en la prensa y en el mundo legal ha cambiado ciertas cosas.

-O sea, que ¿no le parece bien que se persiga por ejemplo al ex fiscal Spitzer por acostarse con prostitutas después de promover una ley contra los clientes?

-Sí, de eso me alegro. En muchos casos merecen ser noticia, pero no creo que la prensa deba erigirse como defensora de los códigos de moralidad sexual. No le corresponde. Y me parece mal que las leyes condenen la actividad sexual de la gente que mantiene relaciones con consentimiento mutuo. Obviamente, que se destapen los abusos sexuales de la Iglesia lo veo muy bien, pero eso es diferente.

La conversación vuelve a dirigirse hacia el periodismo, en concreto hacia Internet. "Los periodistas han sido absorbidos por las nuevas tecnologías y ahora su trabajo está dirigido a personas como ellos, con educación digital. No salen de ese círculo, no están en la calle, no conocen a gente nueva y no descubren nada. Por eso, si no entro en Internet, no me pierdo nada", dice reacomodándose en el sillón y ofreciendo a la periodista otro vaso de vino -un error de cálculo, habría que haberle pedido un martini...- mientras él bebe agua en copa.

Pese a sus opiniones negativas sobre el mundo digital, Talese considera que el periodismo que se hace hoy es mejor que el de décadas anteriores. "Como están amenazados por la crisis, reporteros y empresas trabajan bajo presión, están obligados a dar lo mejor de sí porque corren el peligro de hundirse, así que lo que llega a los periódicos es muy bueno. Los blogueros son demasiado vagos para dejar de mirar sus ordenadores, pero siempre hará falta un buen periodista que mueva el culo y salga a la calle a escuchar a la gente, a mirar el mundo real, y a escribir sobre él".

Cierto es que esa fue siempre la esencia del periodismo y eso es lo que ha guiado a este italo-americano desde los quince años, cuando escribió su primera columna en el periódico de su instituto en Ocean City (Nueva Jersey). En esa pequeña ciudad en la que nació en 1932, dominada por protestantes irlandeses, siempre se sintió fuera de lugar: su familia era católica e italiana, algo que Mussolini y la Segunda Guerra Mundial convirtieron en motivo de estigma. Era mal estudiante y encima era el único niño que vestía con chaqueta y corbata, las que diseñaba su padre, un sastre que emigró desde Calabria (Italia del sur) y que montó una pequeña tienda junto a su esposa en Ocean City. Allí fue donde Talese aprendió a escuchar. "Las clientas de mi madre le contaban sus problemas y frustraciones, y con ellas aprendí a interesarme por las preocupaciones del ciudadano común". Y eso es lo que trató de reflejar en sus reportajes desde que fue contratado por The New York Times en 1953 como chico de los recados. Consiguió ascender a redactor porque fue capaz de llamar la atención de sus superiores ofreciéndoles artículos sobre gente corriente. "Escribir sobre Obama es muy fácil porque el personaje es apasionante. Pero ahí no hay desafío. El verdadero reto es conseguir que un desconocido, por ejemplo, el doble de Brad Pitt, se convierta en un personaje interesante gracias a tu pluma".

Eso hizo en The Bridge, una palpitante crónica de la construcción del puente de Verrazzano, el más largo de los puentes colgantes de Estados Unidos, en la que hizo exactamente lo mismo que Truman Capote en A sangre fría: hablar con todos los protagonistas anónimos que participaron en la construcción del puente, igual que Capote trazó la cronología del asesinato de la familia Clutter metiéndose en las entrañas del pueblo donde ocurrió. Curiosamente, ambos libros se publicaron casi a la vez, entre 1964 y 1965, y con ambos quedó inaugurada oficialmente la literatura de no ficción.

Fue la revista Esquire la que desde 1966 le ofreció la mejor plataforma para explorar ese formato periodístico que en The New York Times no podía desarrollar debido a las restricciones de espacio. Y fue enEsquire, que en aquella época hacía revolución con las portadas del diseñador George Lois, donde Talese publicó sus más celebrados reportajes. Pero incluso pudiendo disfrutar del espacio que aquella revista le ofrecía -15.000 palabras para escribir sobre Sinatra sin ni siquiera hablar con él, una quimera inalcanzable en términos periodísticos actuales-, Talese quería más. Y además tenía ideas que aún nadie había explorado, como la de escribir sobre periodistas. Fue así como llegó a publicar El reino y el poder (Grijalbo), sobre los "habitantes" de The New York Times, que se convirtió en un éxito instantáneo en 1969.

Talese defiende la necesidad de mantener el contacto con la gente a la que un periodista entrevista, para poder regresar a ellos. Así lo hizo con todos sus reportajes y libros, incluido Honrarás a tu padre, sobre la familia mafiosa Bonnano. Toda su documentación está almacenada en el sótano de su casa, donde está su oficina, un lugar sin ventanas ni teléfono, ordenado y silencioso, donde cajas que llevan el nombre de cada uno de sus libros lucen decoradas con vistosos collages hechos por él mismo. "Me gusta visualizar mis historias", dice. Sobre la mesa hay un ordenador con al menos dos décadas. La máquina de escribir quizás tenga una solo. Hay cafetera, sillón y ducha, y es hora de volver al trabajo. "Esta es mi guarida. No tengo email, pero, cuando quieras volver a entrevistarme, ya sabes dónde estoy".

¿Una entrevista? No, gracias

Por Gabriel García Márquez - Diario El País - 15/07/1981

En el curso de una entrevista, un reportero me hizo la pregunta eterna: «¿Cuál es su método de trabajo?». Permanecí pensativo, buscando una respuesta nueva, hasta que el periodista me dijo que si la pregunta me parecía demasiado difícil podía cambiarla por otra. «Al contrario», le dije, «es una pregunta tan fácil y tantas veces contestada por mí que estoy buscando una respuesta distinta». El periodista se disgustó, pues no podía entender que yo explicara mi método de trabajo de un modo diferente para cada ocasión. Sin embargo, así era. Cuando se tiene que conceder un promedio de una entrevista mensual durante doce años, uno termina por desarrollar otra clase de imaginación especial para que todas no sean la misma entrevista repetida.En realidad, el género de la entrevista abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corso en los manglares de la ficción. Lo malo es que la mayoría de los entrevistadores lo ignoran, y muchos entrevistados cándidos todavía no lo saben. Unos y otros, por otra parte, no han aprendido aún que las entrevistas son como el amor: se necesitan por lo menos dos personas para hacerlas, y sólo salen bien si esas dos personas se quieren. De lo contrario, el resultado será un sartal de preguntas y respuestas de las cuales puede salir un hijo en el peorde los casos, pero jamás saldrá un buen recuerdo.
La introducción es siempre la misma, y casi siempre por teléfono. «He leído todas las entrevistas que le han hecho a usted, y todas son iguales», dice una voz amable y muy segura de sí misma. «Lo que yo quiero hacerle es algo distinto». Es inútil replicar que todos dicen lo mismo. Además, no lo hago de ningún modo, porque siempre me he considerado un periodista, por encima de todo, y cuando otro periodista me solicita una entrevista me siento en un callejón sin salida: a la vez víctima y cómplice. De modo que termino siempre por aceptar, con ese hilo de suicida irremediable que todos llevamos dentro.
En dos de cada tres casos, el resultado es el mismo: no resulta una entrevista distinta, porque las preguntas son las de siempre. Incluso la última: «¿Quisiera decirme una pregunta que nunca le hayan hecho y quisiera contestar?». La respuesta es siempre la más desoladora: «Ninguna». Tal vez los entrevistadores no se den cuenta de hasta qué punto nos duele su fracaso a los entrevistados, pues en la realidad no es un fracaso de ellos solos, sino, sobre todo, un fracaso nuestro. Siempre me quedo con la impresión sobrecogedora de que el domingo próximo, cuando los lectores abran el periódico, se dirán con un gran desencanto, y quizá con una rabia justa, que allí está otra vez la misma entrevista de siempre, del escritor de siempre, que ya se encuentran hasta en la sopa, y pasarán con toda razón y todo derecho a la página providencial de las historietas cómicas. Tengo la esperanza de que en un día no muy lejano nadie volverá a comprar los periódicos donde se publiquen entrevistas conmigo.
Hay entrevistadores de diversas clases, pero todos tienen dos cosas en común: piensan que aquella será la entrevista de su vida, y están asustados. Lo que no saben -y es muy útil que lo sepan- es que todos los entrevistados con sentido de la responsabilidad están más asustados que ellos. Como en el amor, por supuesto. Los que creen que el susto sólo lo tienen ellos, incurren en uno de los dos extremos: o se vuelven demasiado complacientes, o se vuelven demasiado agresivos. Los primeros no harán nunca nada que en realidad valga la pena. Los segundos no consiguen nada más que irritar al entrevistado. «Eso es bueno», me dijo un excelente entrevistador de radio. «Si uno logra irritar al entrevistado, éste terminará por gritar la verdad de pura rabia». Otros emplean el método de los malos maestros de escuela, tratando de que el entrevistado caiga en contradicciones, tratando de que diga lo que no quiere decir, y tratando, en el peor de los casos, de que digan lo que no piensan. He tenido que enfrentarme algunas veces a esta clase de entrevistadores, y los resultados han sido siempre los más deplorables. Debo reconocer, sin embargo, que, en otro género de entrevistas, el método puede conducir a una explosión deslumbrante. Este fue el caso, hace algunos años, en una conferencia de Prensa sobre temas económicos que concedió el presidente de Francia Valéry Giscard d'Estaing. Fue un espectáculo radiante, en el cual los periodistas disparaban con cargas de profundidad, y el entrevistado respondía con una precisión, una inteligencia y un conocimiento asombrosos. De pronto, una periodista preguntó con el mayor respeto: «¿Sabe usted, señor presidente, cuánto cuesta un billete de Metro?». El señor presidente, por supuesto, no lo sabía.

Entrevistas de guerra

En esta clase de entrevistas, que tal vez debían llamarse entrevistas de guerra, el nombre culminante es el de mi admirada Oriana Fallaci. Otros periodistas que creen conocerla -pero que sin duda no la quieren- tienen reservas en relación con su método. Dicen que en efecto no altera ni una sola palabra de lo que dijo el entrevistado frente al micrófono, pero en cambio acomoda a su antojo el orden en que que dicho, y, sobre todo, cambia Y retoca sus propias preguntas como mejor le conviene. No me consta, Y es muy probable que quienes lo hacen no lo sepan tampoco de primera mano. A fin de cuentas, no creo que ese método sea menos sospechoso que el empleado en la actualidad por las revistas norteamericanas Time y Newsweek, que graban una conversación de varías horas y luego no utilizan sino el material de una página, sin preguntarse si las omisiones no alteran de algún modo el sentido del texto original. En todo caso, el resultado del método de Oriana Fallaci es casi siempre revelador y fascinante, y muy pocas personalidades de este mundo han resistido a la vanidad de concederle una entrevista. A ella, por su parte, sólo se le ha ablandado el corazón frente a dos hombres: el príncipe Rainiero de Mónaco y monseñor Helder Camera. El propio Henry Kissinger admitió en sus memorias que la entrevista de Oriana Fallaci fue la más catastrófica que le habían hecho jamás. Es fácil comprender, porque en ninguna otra había quedado tan descubierto por dentro y por fuera, y de cuerpo entero. Como sólo puede lograrse, desde luego, con los recursos mágicos de la ficción.Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener con su entrevistado una conversación fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será literal, por supuesto, pero creo que será más fiel, y sobre todo más humano, como lo fue durante tantos años de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de magnetófono. Ahora, en cambio, uno tiene la impresión de que el entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que el magnetófono lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista. No se crea, sin embargo, que estas desdichas me alegran. Al contrario: al cabo de tantos años de frustraciones, uno sigue esperando en el fondo de su alma que llegue por fin el entrevistador de su vida. Siempre como en el amor.

A propósito

Después de terminar la nota anterior me encontré con una entrevista a Mario Vargas Llosa publicada por la revista Cromos, de Bogotá, con el siguiente título: «Gabo publica las sobras de Cien años de soledad». La frase, entre comillas, quiere decir, además, que es una cita literal. Sin embargo, lo que Vargas Llosa dice en su respuesta es lo siguiente: «A mí me impresiona todavía un libro como Cien años de soledad, que es una suma literaria y vital. García Márquez no ha repetido semejante hazaña porque no es fácil repetirla. Todo lo que ha escrito después es una reminiscencia, son las sobras de ese inmenso mundo que él ideó. Pero creo que es injusto criticárselo. Es injusto decir que la Crónica no está bien porque no es como Cien años de sociedad. Es imposible escribir un libro como ése todos los días». En realidad -ante una pregunta provocadora del entrevistador-, Vargas Llosa le dio una buena lección de cómo se debe entender la literatura. El titulador, por su parte, ha dado también una buena lección de cómo se puede hacer el mal periodismo. A propósito de esto, creo que alguna vez tendremos que hablar sobre otro de los aspectos más sucios de una entrevista: la manipulación.
Copyright 1981. Gabriel García Márquez-ACI.

¿Me entrevistas o me quieres?

Por Juan Cruz - Diario El País 11/01/2013

El 14 de octubre de 1892 la mujer de Rudyard Kipling, Caroline, escribió en su diario, según se cuenta en Las mejores entrevistas de la historia (Edición de Christopher Sylvester, EL PAÍS Aguilar, 1993), que la jornada de ambos en Boston se había “echado a perder a causa de dos periodistas” que habían querido entrevistar a su marido. Kipling explicó con más detalle su ira: “¿Que por qué me niego a ser entrevistado? ¡Porque es una inmoralidad! Es un delito, en la misma medida que una ofensa a mi persona y una agresión, y como tal merece castigo”. Es más, decía: “Es una vileza y una cobardía. Ningún hombre respetable pediría una cosa así; y, menos aún, la concedería”. 

Sylvester, el editor de este libro, recuerda que Kipling cometió la misma vileza que deploraba con Mark Twain, a quien entrevistó unos años antes de amenazar a los reporteros de Boston. Saul Bellow, que tenía un carácter más apacible que el de Kipling, creía que las entrevistas “eran marcas de huellas dactilares en su garganta”. Para ilustrar el resquemor del entrevistado ante el reportero, Sylvester saca a colación una anécdota que Dustin Hoffman cuenta de lo que fue su primer contacto con un entrevistador. Había entrado en su casa una periodista. “Ya tenían decidido lo que yo era”, cuenta el protagonista de El graduado. “Acababan de encerarme el suelo cuando llegó la periodista. Husmeó el aire y concluyó: ‘¿Ha estado fumando yerba?’. Le respondí que era el olor de la cera y me contestó: ‘Vamos, sé cómo se lo monta la gente como usted”.
En un libro de 1927 que Sylvester cita al principio de su interesante recopilación, Edward Price Bell explica: “Entrevistar, en el sentido periodístico, es el arte de extraer declaraciones personales para su publicación... La entrevista es un mecanismo cuidadosamente elaborado, un medio de transmisión, un espejo”. Pero si el otro no colabora, si no consigues respuestas, ¿para qué sirvió el esfuerzo de concertarla?
Ahora que el género de la entrevista se halla en el centro de la controversia generada en torno al tono de la conversación televisiva de Jesús Hermida con el rey Juan Carlos hemos acudido a algunos entrevistadores de referencia. ¿Cómo tiene que ser la actitud de un entrevistador? ¿Cuáles son sus límites?
Iñaki Gabilondo, cuya pregunta más famosa fue aquella que le hizo a Felipe González sobre si el entonces presidente había sido la X de los GAL, ha hecho “miles de entrevistas”, en todos los formatos radiofónicos o televisivos (en la SER, en TVE, en Canal +) y a gente muy diversa. Quizá sea esa variedad la que lo ha llevado a conocer con qué actitud hay que plantear las preguntas, pues cada uno de los interlocutores es una historia distinta, que se ha de abordar de un modo diferente. Si no es así, te conviertes en “una máquina de hacer preguntas”, dice Gabilondo. A la hora de hacer estas, hay una ética civil básica; proviene del respeto que le debes a la persona, aunque esa persona sea Hitler. “Has de preguntarle con respeto y con respeto has de esperar que te hable”, añade.
El respeto incluye la documentación, dice Manuel Campo Vidal, presidente de la Academia de Televisión y entrevistador habitual de campañas electorales. “Humildad, respeto e investigación”. Una entrevista es para descubrir a un personaje. “¿Cómo lo vas a descubrir si no sabes de él? Esa preparación te permite hacerle preguntas cerradas, que le impidan irse por las ramas...”. ¿Hay algún límite? “Ninguno. Siempre que guardes respeto, todo está permitido”. Como dice Gabilondo, la indiscreción es posible si se ha conseguido el clima de confianza que deviene del respeto.
En el libro de Sylvester hay un prólogo de Rosa Montero, que durante años fue entrevistadora de EL PAÍS Semanal. Ahí ella dice: “(...) Detesto al periodista enfant terrible, al reportero fastidioso y narciso cuya única ambición consiste en dejar constancia de que es mucho más listo que el entrevistado cuando en realidad siempre es mucho más tonto, porque no aprende nada”.
En esa línea está Manuel Campo Vidal. “Parece que si no matas, si no eres agresivo, no eres bueno entrevistando... Algunos le dicen al presidente del Gobierno o al líder de la oposición cómo ha de comportarse”. Un periodista pregunta para saber, y para que el lector sepa a través de él. “Para saber no tienes que agredir”.
La entrevista ha de ser tensa, pero no agresiva, dice Pepa Bueno, que tiene tras de sí un buen número de ellas en TVE y ahora en SER. “Una entrevista no es una charla entre amigos, ni tampoco un tercer grado. Es una cuestión de confianza: la has pedido y te la conceden. Y mientras las haces debes conseguir que la confianza vaya in crescendo, hasta que llega el momento oportuno para hacer la pregunta que tienes en la cabeza”. Pero si no escuchas ni sabes repreguntar, no conseguirás colar esa pregunta que llevas madurando. “En lo que te dice el entrevistado puede estar lo más valioso, tienes que oírlo para ponerlo de manifiesto. Tienes que dejarte sorprender sin perder el mando”, añade Bueno. Existe el entrevistador rottweiler, que muerde en seguida. “No me parece la mejor vía para obtener buenos resultados... Has de tener puño de acero en guante de seda. El oyente no puede sentirse incómodo con tu agresividad. Si el entrevistado se va por las ramas, debes atraerlo sin agresividad”, concluye.
De esa escuela es Juan Ramón Lucas, que ha entrevistado en Radio Nacional, en TVE y en otras cadenas... “Saber escuchar, esa es la clave. Y la preparación. Pero no has de mirarlo: si quieres tener un diálogo inteligente, prepárate para cualquier cosa... ¿Límites para las preguntas? Depende del clima que hayas obtenido”. No vale irritarse con el entrevistado, “aunque por dentro te sientas irritado”. Pero puede ocurrir que el entrevistado diga algo que no es cierto, “y entonces tienes que estar preparado para repreguntar... Una entrevista no debe ser una discusión en la que el entrevistador se ponga en el mismo nivel que el entrevistado”. Lo inteligente, dice Lucas, “es poner de manifiesto las contradicciones de la persona a la que entrevistas, pero has de hacerlo de modo que el oyente siga tu propia actitud”.
Julia Otero (ahora en Onda Cero, antes en TV3, en TVE...) sabe que “los personajes tienden a escaparse”. Un buen entrevistador debe volver sobre sus preguntas “cuantas veces sea posible, pero en algún momento hay que tirar la toalla, porque, si no, se igualan los planos”. Y el periodista no está en el mismo nivel que su interlocutor. “Puedes insistir dos o tres veces, pero hay un momento determinado en que ya insistir es incómodo también para quien te escucha”. Hay, indica Otero, “quien encaja la mandíbula en la presa y ahí es donde actúa el entrevistador más agresivo. El más cordial deja la presa antes. Una entrevista no es una discusión, intento evitar ese momento”. En radio las entrevistas son más puras, en cierto modo, que en la prensa escrita, pues el periodista tiene menos facilidades para convertirse en “un demiurgo”. “Un entrevistador de radio no corta ni introduce sus prejuicios, emite lo que está oyendo. En prensa se pueden incluir con más facilidad los prejuicios. En la radio los entrevistados son dueños de sus silencios y sobre todo de su tempo”, explica Otero.
A Antonio San José (que hizo entrevistas en Antena 3, en Canal +, en CNN +..., y últimamente en público en la Fundación March) esgrime la humildad como el arma secreta del entrevistador. “Y saber escuchar. Una entrevista se funda en las respuestas del otro; no puedes ir con todo decidido. En medio de una conversación, si la has llevado bien, ya puedes incluir la pregunta que más te quemaba. Y has de oír: si alguien te dice que se va a suicidar no puedes preguntarle por sus proyectos para el año que viene”. “La agresividad me irrita mucho. Te puedo preguntar gritando cualquier banalidad, que el que escucha dirá qué tipo tan valiente. Puedes preguntar por los fondos reservados a un ministro del Interior o por el plagio a un escritor, y si hallas el momento preciso es probable que consigas una mejor respuesta que si has calentado el asunto en el minuto uno”.
Martín Caparrós, periodista y escritor argentino que hizo un libro, Pole pole (ediciones Ecicero), en el que reconstruye el camino que condujo a la famosa entrevista a Livingstone, cree que el límite a la repregunta “es el del morro o la certeza de cada cual”. “Los míos son escasos, así que corto más o menos pronto... La agresividad produce una reacción defensiva del entrevistado, que se abroquela y calla o recurre a sus lugares comunes. Pienso que es mejor táctica dejarle espacio, mostrarle simpatía y empatía —y mostrarle que uno se ha preparado, que sabe de qué hablamos cuando hablamos de él— para ponerlo cómodo, con ganas de hablar: hay poca gente que resista una buena escucha. Suelo pensar que la verdadera entrevista empieza a la mitad de la entrevista, cuando ya se ha establecido esa falsa amistad efímera y cuando el entrevistado ya ha contestado todo eso que sabía de antemano y empieza a tener que pensarse las respuestas”.
Magis Iglesias, que fue presidenta de la Federación de Asociaciones de la Prensa y enseña Periodismo, dice que la repregunta “es una herramienta muy valiosa para obtener información, especialmente la que es difícil de obtener con preguntas directas”. “Es útil para arrancar la verdad, revelar lo que el protagonista pretende ocultar o, en todo caso, poner en evidencia su resistencia a asumir la verdad. Sin embargo, la repregunta ha de abandonarse cuando se pone de manifiesto que su destinatario no está dispuesto a contestar”.
En la convención de una entrevista, el entrevistado no espera que lo quieras, sino que le preguntes. Jordi Évole, que ha alcanzado gran éxito con sus entrevistas en Salvados (La Sexta), dice qué espera como espejo del que tiene delante: “Para mí la entrevista es un encuentro con alguien que sabe más que yo y que los que nos escuchan. Es una oportunidad que me tomo desde la postura del chafardero consentido”. “No uso ninguna táctica, no soy consciente. Es como encontrarte ante un amigo que te cuenta algo interesante y a quien repreguntas con naturalidad, sin estar pendiente del cuestionario. Y a veces te quedas callado, para que siga contando cosas. Cuando te dice algo que parece un titular se produce en ti un orgasmo periodístico, un momentazo. Y cuando no hay nada, cuando no rompes la defensa, cuando no puedes driblar, te vas con la cola entre las piernas”.
Repreguntar es un arte, pero no hay que pasarse de la raya. Lo dice María Casado (El debate, Los desayunos, en TVE). Lo que debe procurar el entrevistador, dice, “es no ser protagonista”. Confiesa: “Mi trabajo de verdad comienza antes, en la trastienda, cuando preparo la entrevista; una vez que sabes quién es el personaje y has preparado el diálogo con él, depende de cómo te responda. Y tu actitud ha de ser la del que escucha, para preguntar, y después para repreguntar”. Pero repreguntar no es una posibilidad infinita. “Si te dice algo que sabes que es incierto, le aprietas; pero hay un límite. No puedes llegar al acoso. Después de tres intentonas, si se sigue escapando lo dejas; lo que tienes que lograr es que para el televidente resulte claro que se escapó pero que tú preguntaste”.
Manuel Campo Vidal cuenta que después de una entrevista para televisión con la cantante Nacha Guevara esta le dijo: “Gracias por esta entrevista tan antigua”. ¿Por qué antigua, señora?, le preguntó el periodista. “¡Porque usted se ha dedicado a escucharme!”. Quizá en esa anécdota se refleja, en fin, cuál es la tarea primordial del entrevistador, preguntar y escuchar, y volver a preguntar, tenga enfrente a Rudyard Kipling o al Rey de España.


El Rey-Hermida: un error de formato

La conversación de Hermida con el Rey no corresponde a los moldes de una entrevista tal como la entienden muchos periodistas. Es evidente, cree Iñaki Gabilondo, “que el Rey no se va a someter a una entrevista”. “El formato que le dieron a esa conversación no fue el de una entrevista”. Y, “como no era una entrevista, y por tanto no se iba a hablar de las preguntas de inmediato interés del público, la gente fue inducida a error”.

Campo Vidal es de la misma opinión. “No es lo mismo decir que el Rey ha dado una entrevista a que el Rey ha accedido a una conversación... El periodista que se somete a llevarla a cabo sabe que va a pagar un precio por hacerla, porque la gente espera una entrevista y no lo es”.

Juan Ramón Lucas: “ Hermida es un referente y creo que no debió aceptar una entrevista sin preguntas. Cualquier asunto que hubiera sacado a colación no cabía en algo tan rígido. Un periodista tiene que preguntar por esas cosas. Y si no puede hacerlo, mejor que no lo haga”.
Julia Otero: “No la vi con demasiadas expectativas. No hay nada peor para una entrevista que el protagonista quiera quedar bien con todo el mundo. Y por norma el Rey se supone que, siendo el Rey de todos, querrá quedar bien y tiene que fingir y mentir muchas veces. Hermida no está impelido ahora a hacer preguntas de actualidad”.

Antonio San José: “Demasiada reverencia distancia un poco; Hermida es un personaje en sí mismo, sabían qué podría dar de sí una entrevista suya: sería una conversación, y no fue más allá”. 


Pepa Bueno: “No era una entrevista. Una entrevista incluye preguntas, repreguntas que permitan abrir cortinas. Probablemente fue un error de formato. Un reportaje hubiera sido más adecuado. No se puede entrevistar un poquito... Las preguntas son las que hay que hacer. Y si no se pueden hacer, que no haya entrevista”.

María Casado: “El género está inventado desde hace muchos años; puede tener mil formas; ocurre con la entrevista como con el fútbol, todo el mundo tiene dentro un entrenador, todo el mundo sabe qué preguntas tenías que haber hecho. En cuanto a la de Hermida con el Rey, como documento es impagable, porque no siempre tienes a un Rey siendo entrevistado. En cuanto a la forma, cada uno la juzgará. La entrevista es la que es”.

Jordi Évole: “No dejaron al Rey ser el Rey. Un Rey enfrentado a un cuestionario es algo casi único, y la decepción ha sido enorme. El entorno del Rey (no culpo a Hermida) se dedicó a proteger a don Juan Carlos y a desproteger al telespectador. Si se encuentran un Rey y un periodista se genera una expectativa que no fue nunca satisfecha. Consiguieron algo encosertado, previsible, nada fresco. Hermida debe de estar diciendo, como el Rey después de Botsuana: ‘Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”.


Jesús Hermida ya hizo las preguntas. Ahora guarda silencio.

Una buena entrevista

Por Jorge Halperín


      ¿Cómo reconocemos una buena entrevista periodística? De muchas formas.
Sabemos que una entrevista es buena porque ha conseguido un inteligente equilibrio entre información, testimonios y opiniones.
      Pero una entrevista puede sorprendernos por razones diferentes. Por ejemplo, cuando nos muestra la cara oculta de la luna: nos trae el costado impensado de una figura conocida, o, al contrario, ilumina una existencia singular que hasta ese momento ha permanecido en el mundo de los seres “anónimos”.
     Una entrevista puede ser muy buena porque captura un momento muy especial de un gran personaje. Celebramos el goce que nos produce una entrevista cuando
nos trae la atmósfera del encuentro y la vibración del personaje hasta un punto en que alcanzamos a “verlo” desde las páginas del diario.
     La entrevista es buena cuando nos descubre y revela, cuando los diálogos nos atrapan, cuando el periodista ha acompañado el vuelo de su entrevistado, y ha logrado disparar —o, al menos, no interfiere en— la imaginación del personaje. También,
cuando podemos paladear las palabras, que no siempre ingresan en el texto escrito sin resignar su tono coloquial.
     En los géneros de la entrevista política, una entrevista es buena cuando el periodista tiene una actitud de “sospecha informada” (como lo describe mi colega Oscar Raúl Cardoso, aludiendo a la necesidad de que el periodista político sea desconfiado pero se provea de una información profunda antes de sentarse
a dialogar).
     Aunque, pensándolo un poco, harán muy bien el entrevistador cultural, el de Deportes, Espectáculos o Sociedad en actuar con la sospecha informada. Estudiar cuidadosamente a su entrevistado, incluso dejarse seducir por el personaje aunque sin
abandonar un estado de alerta. No someterse a lo literal, y sospechar segundos sentidos que, finalmente, nos pueden ayudar a “atrapar” al sujeto.
     Algunos diálogos cobran un vuelo literario y consiguen llevar el género a su estadio superior: la entrevista como la más pública de las conversaciones privadas.

* Reproducción parcial del Prólogo para Diálogos, libro de entrevistas publicado
por El País Cultural (El País, de Montevideo).

La entrevista periodística


APUNTE DE LA CATEDRA

-"¿Quiere hacerme más preguntas?", inquirió Trotsky amablemente.
-"Una sola, pero temo que sea indiscreta. ", (Sonríe y me indica con un gesto que prosiga.)
-"Algunos diarios afirman que hace poco vinieron a verlo unos agentes enviados por Moscú para pedirle que vuelva a Rusia.",
(Su sonrisa se hace más amplia) .
-"Es falso, pero conozco el origen de ese rumor. Se trata de un artículo mío, publicado por la prensa norteamericana hace un par de meses. Yo diría, entre otras cosas, que dada la situación existente en Rusia, estaría dispuesto a servir al país si lo amenaza cualquier peligro." ,
(Está tranquilo y silencioso. )
-"¿ Volvería usted al servicio activo?"
Asiente con la cabeza...

        El novelista belga George Simenon viajó en junio de 1933 a la isla de Prinkipo, frente a Estambul, para entrevistar a León Trotsky en su exilio. El fundador del Ejército Rojo había puesto la condición de que le enviara sus inquietudes por escrito y Simenon lo hizo pero advirtiendo que le resultaba difícil formular preguntas precisas y que su foco de interés estaba en conocer su opinión sobre "los nuevos grupos humanos que surgen en esta época de turbulencia".  Trosky respondió también por escrito, pero luego admitió continuar  con este diálogo que Simenon relató en su nota publicada en el “Paris Soir”, para el que entonces era corresponsal especial.
        La entrevista es la seducción, la perspicacia, la inteligencia, la osadía. Es la negociación, la incomodidad, la sorpresa, la batalla de sentidos.  La entrevista es, al fin, el arte del vínculo, como sostiene el periodista Jorge Halperin, y es en el creativo y sólido despliegue de este intercambio (antes, durante y luego del diálogo)  donde surge la potencia periodística del género.
       Como la  forma literaria del diálogo inventada por los griegos 400 años antes de cristo para divulgar principios filosóficos, a través del mecanismo de interlocutores antagónicos, la entrevista periodística mantiene hoy el precepto de transmitir conocimiento. Y en eso reside el rol social de este género informativo que se muestra tan íntimo y privado, pero que adquiere una función en la implantación de “discursos de autoridad” para una comunidad y en un contexto histórico determinado.
        La entrevista periodística masifica la voz de determinados locutores, dándola a conocer a un buen número de lectores/oyentes/televidentes e instituyéndole un papel social. La opinión del entrevistado (un personaje socialmente significativo por su actividad, profesión o posición de poder) pasará a ocupar (o ratificará su espacio), a través de su publicación en el medio de comunicación, el universo de modelos de pensamiento que constituyen una sociedad, que hacen a sus normas de convivencia, que plantean parámetros de aceptación y de juzgamiento.
       La entrevista mantiene la notoriedad pública de algunas posiciones sociales, tal como sostiene la investigadora Ana Atorresi, porque confiere, refuerza y socializa el prestigio de un entrevistado. Y también contribuye a generar la identificación con el universo de ideas y opiniones del personaje, puesto que al difundirlo está reconociendo y corroborando su autoridad y distinción dentro de la sociedad (y reforzando, por consenso u oposición, los rasgos esenciales de la ideología dominante).
      
      
      

La confrontación

      La relación entre entrevistado y entrevistador es asimétrica. Hay una captura simbólica del otro, hay una pregunta que orienta e intenta controlar la respuesta. Y que obliga a una reacción, (“la pregunta es fascista”, denunció Milan Kundera), ya sea de cooperación o de resistencia pasiva o incluso explícita.
     Preguntar es detener por un instante el mundo y someterlo a un examen. Desde la inmolación de Sócrates, el gran preguntador, el tábano de los griegos, hasta nuestros días, las preguntas son socialmente más incómodas que las respuestas. Pertenecen, claro al campo de lo incierto y, en consecuencia, es comprensible que puedan desatar cortocircuitos, sostiene Jorge Halperín en su libro La Entrevista Periodística.
      En esta puja dialógica es donde se ponen a prueba las cualidades de un buen entrevistador: la curiosidad, la habilidad para escuchar y repreguntar, la capacidad para no anteponer su opinión por sobre la del interlocutor en cuanto al tema abordado;  la tolerancia con las diferencias políticas, sociales e ideológicas; el conocimiento adecuado del personaje (su trayectoria y hasta su temperamento) pero también de la realidad política, social y económica que los enmarca; la facultad para ser incisivo pero no agresivo, para manejar los climas, los tiempos y los silencios; la inteligencia de poner en juego un buen cuestionario.
         Y también en esta puja dialógica subyacen los condicionamientos del entrevistado. No solamente habla para el interlocutor físico, sino también en cada respuesta y abordaje del tema está pensando en los miles de lectores que puede convencer y en sus colegas que juzgarán sus palabras, en las personas que influyen en su actividad y en su vida y en la repercusión que sus dichos tendrá en la realidad de la sociedad. El entrevistado tratará de convencer con sus respuestas, de controlar el juego de seducción puesto en práctica por el buen entrevistador, limitar las fisuras y contradicciones de su discurso, controlar su intimidad.
     El buen trabajo de los contendientes dará como resultado la buena entrevista.

 Por qué, para qué
     La entrevista no escapa a la esencia del periodismo: contar historias. Pero aquí la estrategia cambia, el sujeto narrador será el personaje – que revelará lo interesante- y también el periodista –que tendrá que lograr esa revelación y encaminar el relato que genere interés en el lector-. Dos narradores que  construirán una conversación que tendrá la cotidianeidad del intercambio verbal entre las personas, pero con una estricta normativa institucional donde las posiciones de uno y otro no son intercambiables, los temas a abordar pueden tener limitaciones e incluso están latentes las infracciones.
     Este juego de confrontación, entonces, se merece buenas razones para ser desplegado.  Y la primera de ellas debería ser elegir un buen personaje para entrevistar (porque es  representativo de un sector social, de una escuela de pensamiento; porque tiene autoridad intelectual para hablar sobre determinada cuestión; porque es interesante, curioso, polémico; porque es famoso o ganó notoriedad por una circunstancia determinada;  porque puede aportar ideas valiosas a la comunidad). La segunda, tener en claro los objetivos de la conversación: desde una revelación o una denuncia en boca del entrevistado,  pasando por el debate que su forma de pensar puede disparar en el seno de la sociedad; su posible instauración como un caso testigo; hasta bucear más profundamente en su personalidad y/o intimidad, mostrando ángulos desconocidos del personaje.
     Gran parte del camino, entonces, estará hecho. Las preguntas luego traerán las conjeturas, las hipótesis, las inquietudes y las perspectivas. La sagacidad del guía-entrevistador generará  el clima y el escenario para que el personaje se confiese, se contradiga,  profundice, navegue en el debate, se silencie. La apropiación de la palabra quedará materializada en el texto. Y con ella la utopía de la transparencia. La palabra  ya está fuera del marco de su enunciación, de su contexto y de su tiempo. Pero el relato buscará restituir la escena.


Bibliografía:

- ARFUCH, Leonor. La entrevista, una invencion dialógica, Paidós, Barcelona, 1995.
- HALPERIN, Jorge. La entrevista periodística. Paidós, Buenos Aires, 1995.
- ATORRESI, Ana. Los géneros periodísticos. Ediciones Colihue. Buenos Aires, 1996.




                                           Construyendo una entrevista


       Alcanzado el paso primero y esencial de elegir el personaje  (con todas las implicancias periodísticas y, necesariamente, sociales que ello conlleva citadas en el texto precedente), comienza la etapa de elaboración de la entrevista en tanto texto informativo. Aunque las tipologías son generalmente discutibles, esta clasificación propuesta por Jorge Halperín puede ayudar en clarificar el objetivo de nuestro mensaje y la mejor forma de transmitirlo.

- Entrevista de personaje:  Es la que plantea mayor intimidad. Interesa tanto o más lo que el entrevistado no quiere decir cuanto aquello sobre lo que se muestra afable. El desafío es avanzar sobre lo que quiere ocultar –como en el caso de las declaraciones- y sobre las anécdotas que pueda aportar. Se busca sondear la manera de pensar, sus debilidades, contradicciones y obsesiones. Resulta fundamental lograr un buen clima en la entrevista para que el personaje se sienta relajado y confiado.

Entrevista de  declaraciones: Lo más interesante es avanzar sobre aquello que quiere ocultar o las contradicciones en que incurre o incurrió. Suelen ser las entrevistas de mayor confrontación. Según el tipo de entrevistado se plantean distintas estrategias. Entran en esta categoría las consultas e  interpelaciones al poder, a políticos, economistas o funcionarios públicos.

De divulgación o informativas: Son los entrevistados generalmente sin experiencia con la prensa, quienes se muestran ingenuos, balbuceantes y dosconfiados  al principio pero más tarde muy proclives a confundir la situación con una charla confidencial. Hay que tenerles paciencia y ofrecerles seguridad.

Testimoniales y encuestas: son aquellas en las que los entrevistados no interesan tanto por  sus referencias particulares sino en tanto forman un sector de opinión (encuestas) o por el aporte que puedan dar como testigos fortuitos de algún acontecimiento (testimoniales).

         La elaboración de un buen cuestionario constituye la base para lograr una entrevista interesante, tanto para el personaje que podrá ser guiado, de esta forma, a profundizar en sus pensamientos y revelar cuestiones desconocidas como para el lector que tendrá curiosidad de conocer a la figura entrevistada.
       Para ello, es fundamental tener un buen background (lo que implica probablemente investigación y trabajo de archivo) no sólo del entrevistado sino también de la actualidad del grupo donde se desempeña (artístico, científico, académico, político, deportivo, etc.)  No importa el número de preguntas que compongan el cuestionario, sino apuntar los temas que no pueden estar excluído de la conversación y fundamentalmente estar atentos para hacer las repreguntas necesarias. El que orienta y controla la entrevista debe ser el periodista y debe tener en claro qué necesita saber el lector de este personaje.
        El paso final será hacer pública esa conversación, lo que demandará pensar una estrategia de difusión. Cómo transmito lo esencial de las declaraciones del entrevistado, los rasgos de su personalidad y su trayectoria, su expresividad, sus vacilaciones, el clima y el escenario del encuentro, los puntos álgidos, los silencios. Cómo hago interesante y entretenido el relato de la entrevista. ¿Opto por dejar al lector que “escuche” la palabra  del personaje casi sin intermediarios (con el esquema directo de pregunta-respuesta)?,  ¿o planteo un recorrido donde voy develando la figura y sus declaraciones desde mi  marcada presencia de narrador, con una entrevista glosada? ¿Qué frase o idea elijo como representativa del núcleo de lo conversado y que, a modo de título informativo, presente una buena historia sin perder el rigor periodístico? Lo demás, lo hará la buena escritura.


Bibliografía

- HALPERIN, Jorge. La entrevista periodística. Paidós, Buenos Aires, 1995.