Las revistas argentinas
El siglo XIX
Por Raúl Campos
El periodismo habla de la sociedad que lo
produce. En él pueden leerse todas las problemáticas del mundo objetivo.
Incluso la ausencia o la construcción sesgada de su discurso alojan marcas para
una explicación posible.
Hablar de las revistas en el siglo XIX es
una manera de entender la historia. Se impone, entonces, la necesidad de pensar
el problema en sus diversas variantes. Pues la cuestión no gira sólo alrededor
de una perspectiva cronológica sino más bien sociológica.
El desarrollo tecnológico de este medio de
comunicación, su relación con el público, la difusión que cumple respecto de
las estructuras sociales, sus respuestas en el campo estético, se vinculan con
la evolución política, cultural y económica de la Argentina. Y, en este
sentido, se puede decir que las revistas son parte de ese movimiento.
Como término actual, “revista”, se aplica a
publicaciones de aparición semanal, quincenal, mensual o, a veces, semestral,
que participan del carácter del libro y, al mismo tiempo, del diario (tanto por
la alternancia entre lo perenne y lo efímero de la información como los
atributos formales), destinadas a difundir trabajos de cualquier materia.
Condiciones materiales difíciles para la
aparición e impresión y la ausencia de un campo cultural autónomo con respecto
al político durante casi todo el siglo XIX, figuran entre las causas que imposibilitaron
una adecuada definición del término revista durante ese período.
Los criterios seguidos para la selección de
revistas del siglo XIX tienden a distinguirlas a través de su relación con los
diarios coetáneos atendiendo las siguientes características:
1 - Su periodicidad, especialmente a partir de la aparición de las primeras
publicaciones diarias.
2 - Su calidad gráfica y diagramación.
3 – El tratamiento de tópicos variados en
una forma que incluye tanto la nota monográfica
como la información breve.
La primera y la tercera de estas condiciones
son constituyentes de este tipo de publicaciones, mientras que la segunda es
opcional.
Es el caso de El Mosquito, cuyo formato y calidad lo acercan más al tipo de
diarios. Pero su concepción en cuanto a regularidad e incorporación de
materiales lo encuadran a un proyecto de revista.
En la mayor parte del siglo XIX, a
diferencia de lo que ocurría en Europa, el escritor público no se configuraba
como el profesional independiente que vive exclusivamente de su oficio. Por el
contrario, dedicado a una actividad política, militar o comercial, veía en el
periodismo un complemento para intervenir en la vida política e intelectual de
la Argentina.
Ya en la última etapa del Virreinato, por
vía de los primeros periódicos, la administración hispana, con el apoyo tácito
del poder de la Iglesia Católica, criticaba
con intransigencia, tanto la concepción de un régimen representativo y
local, como la tarea llevada a cabo por los pocos intelectuales criollos que
promovían una rebelión contra España.
Por medio de la Real Imprenta de los Niños
Expósitos, trasladada de Córdoba en 1780 por el virrey Vértiz, las
publicaciones aparecían para el poder real y eclesiástico como un excelente
medio de propaganda.
Se imprimieron entonces gramáticas, material
religioso y algunos papeles sueltos con noticias, que carecían todavía del
carácter y la continuidad de un periódico.
En Buenos Aires se editó el 8 de enero de
1781 Noticias recibidas de Europa por el
Correo de España y por vía del Janeiro. El 1 de mayo de ese mismo año se
conoció el Extracto de las noticias
recibidas de España por la vía del Portugal.
La Iglesia Católica –tan ciega a la realidad
americana como las autoridades españolas- se dedicó a imprimir una serie de
afiches con fuerte connotación política, como el ordenado en 1784 por el obispo
de Córdoba, José de San Alberto, Instrucciones
sobre las obligaciones más principales que un vasallo debe a su rey y señor.
A la censura previa legitimada por las
licencias, se agregaba una posterior que prometía “…la cárcel, el destierro, el presidio, los azotes o la confiscación,
el fuego, el caldaso, el cuchillo y la muerte…”.
En este contexto, surgió el primer periódico
de nuestro territorio. El 1 de abril de 1801, con la dirección de Francisco
Antonio Cabello y Mesa, se editó el Telégrafo
Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de La Plata.
Editado por la Real Imprenta de los Niños
Expósitos, este periódico representaba un tipo de prensa cientificista, que no
podía hablar en contra del poder de España porque contaba con el favor del virrey
para costear la publicación.
Tenía la forma de un cuadernillo de 21 por
15 cm., con ocho páginas y contaba con 236 suscriptores. Al principio aparecía
los miércoles y los sábados; luego, sólo los domingos. Por lo tanto, tenía
todas las características de una revista.
El carácter doctrinario del Telégrafo Mercantil –ajeno a todo
discurso sobre el poder real- no presentó complicaciones. Hasta que la
publicación de un artículo titulado “Circunstancias en que se halla la
provincia de Buenos Aires e Islas Malvinas y modo de repararse” ocasionó cierto
disgusto entre los pobladores y motivó la clausura del periódico el 15 de
octubre de 1802.
La Abeja Argentina, un
proyecto diferente
Apareció el 15 de abril de 1822 y contaba entre sus colaboradores a
Santiago Wilde, Cosme Argerich, Vicente López y Planes, Esteban de Luca, Felipe
Senillosa y Valentín Gómez, miembros todos de la Sociedad Literaria creada a
instancia de B. Rivadavia.
Novedosa en su formulación, esta revista
marcó la transición hacia publicaciones provistas de un material heterogéneo
que no excluye la actualidad en sus diversos aspectos, así como tampoco el
abordaje de otra zona que trabaja con las corrientes del pensamiento.
Esta renovación temática, unidad a la
variación formal –producto de un aspecto similar al de los libros: sin
organizar el material en columnas, con un tamaño más pequeño-, la ubican como
una de las primeras revistas del Río de La Plata.
La gama de temas e incumbencias, afirmados
en una concepción ilustrada del concepto de “cultura”, que no contempla la
divulgación sino el abordaje monográfico de carácter académico, ofrecía un menú
variado de ciencias, literatura, religión, economía, política, adecuado al
campo de intereses de una minoría altamente calificada y selectiva.
El grupo que la dirigía formaba parte
ciertamente de un partido político: el unitario. Provenientes de las familias
administrativas y profesionales, muchos de ellos había conseguidos puestos en
el gobierno de Rivadavia. En realidad, esta publicación se convirtió en un
medio de difusión y propaganda como muy bien lo demuestran las notas sobre
empréstitos, bancos o economía rural.
A través de ella se elaboró un programa de
acción del Estado en procura de afianzar los propósitos de este grupo. Sin
embargo, los intereses culturales de esta fracción –que no excluían los
económicos del sector comercial de su misma clase- la llevaron, a pesar de su
pertenencia al orden dominante, a criticar algunas de las leyes adoptadas por
el gobierno.
El 15 de junio de 1823, La Abeja Argentina dejó de aparecer. A los motivos financieros que
consideran algunos críticos, cabe agregar una historia de disidencias entramada
con una de las leyes más conflictivas dictadas por Rivadavia: la Reforma
Eclesiástica.
La fundación de la cultura nacional: La Moda.
La
Moda. Gacetín, semanal de música, de poesía, de literatura, de costumbres. En
noviembre de 1837 apareció La Moda,
la primera tentativa de mezclar información y recreación, en vistas de un
público diferente. Este gacetín semanal definió su proyecto sobre la base de
divulgar “noticias continuas del estado y movimiento de la moda (en Europa y entre
nosotros), en trajes de hombres y señoras, en géneros, en colores, en peinados,
en muebles, en calzado, en puntos de concurrencia ‘pública’ y nociones claras y
breves, sin metafísica, al alcance de todos, sobre literatura moderna, sobre
música, sobre poesía, sobre costumbres…”
A diferencia de los semanarios culturales,
políticos o meramente informativos, La
Moda trató de explorar un nuevo espacio en el campo de la prensa. A partir
de la unión de diferentes líneas, se fue
diseñando el perfil de la revista: la tradición artístico y literaria se amalgamó con la divulgación,
en respuesta a la nueva configuración del horizonte de lectores –mujeres y
jóvenes diferenciados ampliamente de la vieja ilustración rioplatense.
Otro cambio aparece en la distancia que los
separara con respecto a la figura del intelectual. Si los escritores de la
década del ’10 y del ’20 –impregnados de las ideas iluministas- se vieron
abocados al tratamiento de asuntos que tuvieran explícita relación con el “bien
público” y la “felicidad general”, La
Moda postulaba un modelo de escritor que, sin descuidar tampoco estos
temas, no deja de esta atento a las reacciones del público. Ello implica
también pensar a la revista como objeto: se reformuló la concepción del formato
y se empezó a manejar un aspecto importante: el precio. La revista es ya casi
una mercancía.
Dos rasgos que definen la modernidad del
proyecto. Renovación temática, uno. El otro, un cambio en el estilo de
producción. Dos efectos en el engranaje de este proceso: el de la constitución
de un nuevo modelo de intelectual.
La redacción de La Moda estuvo a cargo de
J.B. Alberdi, a quien acompañaban Juan
María Gutiérrez, José Barros Pazos, Rafael Corvalán (hijo del general Manuel
Corvalán, edecán de Rozas). También colaboran
Jacinto Rodríguez Peña, Vicente Fidel López, , Carlos Eguía, Carlos Tejedor,
Nicolás Albarellos y Manuel Quiroga de la Rosa.
A Alberdi pertenecen todos los artículos
firmados bajo el pseudónimo de Figarillo.
[Alberti imitaba en sus escritos al español José Mariano Larra A la “seriedad”
de las revistas académicas, se incorporó la ligereza de las notas de actualidad
y la ironía de los cuadros de costumbres.
Desde sus primeros números la revista
presentó una concepción nueva en la diagramación. Se puede decir en este
sentido que representó un quiebre. Con un formato en octavo, cuatro páginas a
dos columnas, traía tapas y una hoja
musical. El material –redactado en artículos de corta duración- estaba dispuesto
en forma compacta. El planteo de estrategias eficaces –tapas atractivas, precio
económico, mayor cantidad de material- para “no carecer de partidarios” se
manifiesta también en la mezcla de un material heterogéneo que incluye el campo
de la cultura “alta” –literatura, música, teatro- con otra zona vinculada a las
costumbres y las modas, y en la soltura del idioma utilizado.
De alguna manera, se puede sintetizar en la
figura de Alberdi el sincretismo que caracterizó a La Moda. El tucumano en sus escritos póstumos dice:
Por Echeverría, que se había educado en Francia, tuve las
primeras noticias de Lerminier, de Villemain, de Víctor Hugo, de Alejandro
Dumas, de Lamartine, de Byron y de todo lo que entonces se llamó romanticismo
en oposición a la vieja escuela clásica. Yo había estudiado filosofía en la
universidad por Condillac y Locke. Me habían absorbido por años las lecturas
libres de Helvecio, de Cabanis, de Hollbach, de Bentham, de Rosseau. A
Echeverría debía la evolución que se operó en mi espíritu con las lecturas de
Víctor Cousin, Villemain, Chateubriand, Juffroy y todos los eclécticos
procedentes de Alemania en favor de lo que se llamó el espiritualismo”.
La
revista tuvo una postura inicial favorable al gobierno de Juan Manuel de Rozas,
pero en sus últimos números incluye notas no tan elogiosas hacia el estanciero
bonaerense.
[El historiador Fermín Chávez en La cultura en la época de Rosas. La
descolonización mental (Theoría, 1991) señala: En el Nº 3 de la publicación
se incluyó un ardiente elogio de la divisa punzó; y en la edición del 14 de
abril de 1838, que coincide con el tercer aniversario del gobierno de don Juan
Manuel, leemos en el semanario:
“También
ayer se han cumplido tres años memorables para nuestra patria, tres años desde
el día en que el pueblo de Buenos Aires, acosado de tantos padecimientos
inmerecidos, se arrojó el mismo en los brazos del hombre poderoso que tan
dignamente le ha conducido hasta este día (…).Un sólo hecho, sobre mil, pudiera
a este respecto formar su mejor apología; y es el admirable progreso
inteligente operado en la juventud durante el período de su mando…” (Trece de
Abril).]
Sin embargo, en el número 22 [la revista
alcanzó a editar 23 números) dice: “… no hay más merced, y está en el cielo:
toda merced mundana es una ridícula insolencia, una blasfemia contra la santa
ley de la igualdad”. De allí en adelante
la lucha contra Rosas les hizo perder toda individualidad y todos los
integrantes quedaron íntimamente ligados a los unitarios, debiéndose dispersar
el grupo.
Ocurre
que el grupo de intelectuales reunidos alrededor del Salón Literario de Marcos
Sastre y luego los redactores de La Moda, especialmente Alberdi, oscilaron
entre el historicismo y el iluminismo.
Los encantadores zumbidos de El Mosquito
Cuando en 1863 Enrique Meyer, Auerbach y el
Dr. J. Carlos Paz decidieron fundar El Mosquito,
acertaron con la fórmula del éxito. Apareció el 24 de mayo de ese año.
Con una vorágine de inmigrantes
transformando la ciudad, y en medio de un proceso de alfabetización, los
directores de esta revista supieron definir un proyecto original que recurrió
tanto al sano divertimento como a la brevedad informativa para captar un
horizonte más amplio de lectores.
Separándose, entonces, de los modelos
tradicionales de revistas enciclopédicas y a la vez, de los más novedosos
proyectos populares, El Mosquito abrió el camino para los semanarios satíricos
de actualidad que aprovechaban la complicidad con el lector para criticar a los
políticos más cuestionados y no desdeñan la aparición de noticias interesantes
para otro público como las policiales.
Durante los casi 30 años en que se extendió
su publicación, esta revista persistió siempre en la misma estructura. De las
cuatro páginas de 45 x 36 cm., las tres primeras eran ilustradas. La tapa
aparecía, por lo general, destinada al retrato de una personalidad importante,
ya sea política, intelectual o militar. Las dos páginas internas contenían las
caricaturas. Por último, la contratapa era la única página redactada.
En cuatro columnas de siete cm. se brinda
información sobre el personaje retratado, política, eventos culturales,
actualidad, algunas cortas polémicas con otros diarios y revistas, chistes y
–en una nada escasa proporción de la página- avisos publicitarios.
Su
inteligente ironía y la excelencia de sus dibujos hicieron de El Mosquito una revista exitosa que, con
su amena lectura, atrajo un público diverso y múltiple.
Con respecto a las suscripciones, hacia
1886, la revista tiraba entre 1.200 y 1.500 ejemplares. Aunque en tiempos de
agitación política podía llegar a vender de 3.000 a 4.000. Y en agosto de 1888,
después de dedicar un número completo a “El crimen de Olavarria” las ventas
alcanzaron luego de dos reediciones 26 ejemplares.
En cuanto a los avisos comerciales,
prevalecían los relacionados con profesionales particular –médicos, odontólogos
y fotógrafos- y los que provenían del rubro de la indumentaria y los
comestibles. Sin dudas, nunca dejó de faltar el aviso de la librería de la cual
también era propietario Enrique Stein, el editor gerente de la revista.
Si bien la publicidad se regía por viejos
cánones, a partir de 1881 aparecieron los primeros avisos con litografías. Y el
4 de febrero de 1883 en un único número coloreado dedicado por completo al
carnaval, se publicitó en toda la contratapa –por supuesto también
coloreada- la cerveza Bieckert. En marzo
de 1893 dejó de aparecer.
Tal vez
El Mosquito sea uno de los modelos más acabado de periodismo festivo
durante este período. Sin embargo, no se puede omitir la existencia de otras
dos revistas representativas: La Cotorra
y El Bicho Colorado, esta último
dirigida por José Hernández.
Cavalaro, Diana, Revistas argentinas del siglo XIX,
Bs.As., AAER, 1996.
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La
revista moderna
Caras y Caretas,
el periodismo totalizador. La verdadera revista argentina empezó con Caras y Caretas (1898-1941), donde
quedaron registradas cuatro décadas de historia: historia política, de las
costumbres, de la cultura, de la sociedad, del país.
Jorge Ruffinelli analizó así el fenómeno: Caras y Caretas, dentro de su estilo epocal, refleja traslucidamente
su mundo, ya a través de sus 'compromisos', ya a través de sus 'evasiones'.
Prácticamente ningún escritor, salvando las composiciones modernistas
que mimetizaban en parnasianismo francés, dejó de mostrar en sus cuentos o
poemas tanto el sentimiento particular ante los conflictos que
responsabilizaban a toda una sociedad, como los hechos mismos que en definitiva
la constituían.
No es extraño, entonces, el marcado auge de la
literatura costumbrista -a que el periodismo dio empuje-, de la preocupación
nacional que denotaba la literatura pos gauchesca y del directo compromiso -en
el ensayo, donde se explicitan las ideas- en que estaban presentes poetas y
narradores, no sólo periodistas.
La
primera época de Caras y Caretas fue
la más notable. La dirigía José S. Alvarez, Fray
Mocho, quien accedería luego a la fama también a través de sus cuentos y
crónicas costumbristas. La revista cubría todos los aspectos de la vida de
entonces, desde el literario hasta el político.
Las cuestiones más importantes del momento -como el asesinato de
Humberto I o la guerra anglo-boer- eran allí tratadas pormenorizadamente.
"Frente a sus ejemplos anteriores -el más claro, la revista Don Quijote- Caras y Caretas significó un merecido avance en muchos aspectos.
No
sólo ponía en manos de miles de ciudadanos una revista popular y variada (se
autodefinía "semanario festivo, literario, artístico y de actualidades")
donde se reflejaban las preocupaciones nacionales de toda índole, así como los
sucesos internacionales, sino que en varios aspectos más pequeños pero
característicos, pudo tener el orgullo de la originalidad que exigía la época:
comenzaron a pagarse las colaboraciones literarias y se levantó el nivel
técnico con el empleo de cromos y fotograbados", afirma Rufinelli.
Caras y Caretas del cambio de siglo
constituyó, sin duda, el más fiel reflejo de aquella Argentina. En sus páginas
quedó impreso el fenómeno de la inmigración, el desarrollo del comercio y la
producción y, sobre todo, la metamorfosis de la Gran Aldea, convertida en
ciudad. Acompañó el cambio hasta donde pudo. Su auge comenzó a quedar atrás
cuando debió competir con otras revistas más novedosas que ganaban el favor del
público, como Mundo Moderno, fundada
en 1911. Acaso su vocación por abarcarlo todo, por expresar integralmente a la
sociedad de entonces, fue la causa principal de la agonía. Duró 41 años.
La
Institucionalización y El Hogar
El
país de la primera década del siglo XX cosechaba los frutos de la
institucionalización que se había establecido durante las presidencias de
Sarmiento, Avellaneda y Roca. Hacia
fines del siglo anterior también se había organizado la UCR.
En
1904 Alberto M. Haynes había inaugurado una nueva modalidad periodística al
fundar El Hogar, revista que reconoce a la familia como unidad social (la
editorial Haynes sería más tarde editora de Mundo
Argentino, Selecta y del diario El Mundo).
En
1918, Constancio C. Vigil funda la Editorial Atlántida, que luego se
convertiría en una de las empresas fabricantes de revistas más grandes y
prolíficas del país. Atlántida es
también el nombre de su primer producto. Aquel estilo totalizador que había
tenido su cenit con Caras y Caretas
de fines del siglo XIX y principios del siguiente daba con Atlántida uno de sus
últimos pasos más importantes. Hasta ese momento las revistas -por lo menos las
más notables- habían sido las canalización de vocaciones políticas.
La
importancia de El Hogar en la
conformación de los gustos, vestimentas y formas de vida de los argentinos
todavía no ha sido suficientemente estudiada. Fue por mucho tiempo la revista
de mayor venta y el público reconocía en ella a la publicación más identificada
con un incipiente estilo de vida nacional.
Comenzó con el nombre de El
Consejero del Hogar, "revista
quincenal literaria, recreativa, de moda y humorística", pero sin
mayor eco, hasta que inició una evolución que apuntaba al gusto femenino de la
clase media y halagaba la vanidad de la clase alta, dedicando numerosas páginas
a reflejar fiestas, casamientos, viajes, ropas y lugares de veraneo de las
familias tradicionales. El éxito fue significativo y lo acompañó con adelantos
técnicos: simplificó el nombre, adoptó características de semanario ilustrado y
por primera vez utilizó tapas en tricromía.
La
transformación del El Hogar le
permitió identificarse con vastos sectores de la vida argentina y alcanzó
consagración nacional. Era el espejo de los principales acontecimientos
sociales y políticos, interesaba al lector femenino, al lector joven, al lector
sentimental, al lector de las ciudades de provincias. Intenta perpetuar
sucesos, establece modas y costumbres y consagra escritores. Acceder a sus páginas
en alguna de esas formas era alcanzar el Parnaso criollo o una zona para pocos
elegidos.
Fue la pionera que sacó a las revistas argentinas de los límites del
país al tener difusión internacional. El
Hogar llegaba a los principales centros del mundo como algo más que un
semanario impreso en Buenos Aires; era también una publicación elaborada por
argentinos, que hacía conocer firmas, literatura y pensamiento argentino.
Exaltaba las tradiciones, el arte, el folklore, la historia, los usos y cosas
cotidianas, los héroes de la nacionalidad.
El
libro argentino pasó en esa época de orfandad casi total a tener aceptación en
sectores más amplios, tarea en la que El
Hogar contribuyó en medida no despreciable, exaltando el pasado literario y
abriendo sus páginas a los principales expositores del pensamiento vernáculo,
como Enrique Méndez Calzada, Eduardo González Lanuza, Manuel Láinez, José
Quesada, Ernesto Mario Barreda...Horacio Quiroga, Conrado Nalé Roxlo, Julio
Aramburu y otros.
Las secciones más leídas y comentadas era una serie gráfica ("Don
Pancho Talero" y su familia, dibujada por Lanteri) y "La Paja en el
Ojo ajeno" por el "Pescatori di Perle" (Francisco Ortiga
Anckermann). El atractivo mayor residía, sin embargo, en la reproducción
gráfica de los acontecimientos sociales y las fotografía de las damas, casas y
objetos de las familias tradicionales. Los padres celosos de las buenas
costumbres encontraban en El Hogar un
fiel aliado que fortificaba la vida doméstica y restauraba la sana devoción.
"El Hogar estaba
destinado por su nombre a ser lo que ha sido -resumió Mariano de Vedia-, hogar
de la inteligencia, de la inspiración, de la gracia, de los recuerdos. Por el
carácter familiar de sus charlas y la preferente consagración de sus
ilustraciones, hogar argentino, antiguo y moderno, que no ha logrado sofocar
todavía la presión de las nuevas ideas y las nuevas modas".
Mundo Argentino, de la misma editorial,
también alcanzó una importante popularidad y se completaba con su hermana
mayor. Atlántida, a pesar de su más lujoso aspecto y moderna diagramación, no
alcanzó nunca el consenso realmente importante que fue patrimonio de El Hogar por varias décadas.
41
Mendelevich, Pablo, “Las revistas
argentinas” en colección La vida de
nuestro pueblo, Las Revistas, Fascículo 3,
Bs. As., CEAL, 1981.
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Puede
afirmarse que Caras y Caretas (9-10-1898)
es el punto de arranque de la revista moderna argentina. Concebida como revista
de interés general por un grupo de periodistas que se revelan como agudos
conocedores de los gustos y expectativas de los nuevos lectores urbanos,
proporcionará un modelo no sólo para las revistas que siguen su línea (PBT, 1904; Fray Mocho, 1913, etc), sino también para la mayor parte de las
publicaciones hebdomadarias de las dos primeras décadas del siglo XX.
Pero es con Haynes -una empresa de capitales
ingleses que edita El Consejero del Hogar
(1903) y Mundo Argentino (1911)- y
especialmente con Atlántida –editora de la revista del mismo nombre (1918)- que
comenzará a definirse el público moderno y especializado que persistirá hasta
hoy.
Es muy ilustrativo, en este sentido, el
ejemplo de esta última editorial cuyas revistas Para Ti (femenina), El
Gráfico (deportiva) y Billiken
(infantil-escolar) crecerán ininterrumpidamente desde el comienzo de la década
de 1920, marcando en lengua española notables records en tiraje y promedio de
lectores. Para Ti, por ejemplo,
incrementa sus venta en forma sostenida, pasando de los 6.3 millones ejemplares
de 1921 a los 24,3 millones de 1933.
El desarrollo del período de 1920-1930, el
fortalecimiento del mercado interno, el desarrollo de la radio y el éxito del
cine mudo, etc., harán de estos años una etapa de franca consolidación que se
afirmará –a pesar de los coletazos de la crisis de 1929- a lo largo de la
tercera década.
Esta
ve afirmarse, en efecto, a proyectos como Patoruzú
(1936), la revista de humor y historieta creada por el dibujante Dante
Quinterno (fundador a su vez de una editorial de revistas, que actualmente ocupa
el cuarto lugar entre las empresas del rubro), como Pif-Paf (1937), una revista de historietas de concepción gráfica,
moderna y de sólido impacto entre los lectores del género, como en su momento
lo habían sido Tic-Bits y la pionera El Tony (1923) de Ramón Columba.
Hacia 1940 el nuevo panorama revisteril
parece totalmente desarrollado. Se cuenta con revistas femeninas como Para Ti, Rosalinda, El Hogar, Selecta, Vosotras, etc., de interés general como Atlántida o Mundo Argentino,
de carácter gráfico como Ahora y Aquí Está, de información deportiva como
El Gráfico y La Cancha, de notas y cuentos como Suplemento Semanal y Leoplán,
de folletines e historietas como Rojinegro,
Tic-Bits, Pif-Paf, El Tony, Figuritas, Patoruzú, etc., de cine y radio como Sintonía, Radiolandia, Antena, etc.
Periodismo en gran medida nacional, aunque
compre materiales al King Features Syndicate o admita la participación de
alguna empresa extranjera como es el caso de Hay Bells (responsable de Rosalinda y Rojinegro), en el que se destacan dos vertientes en continuo
crecimiento: las historietas, que culminarán en 1945 con Patoruzito de Dante Quinterno e Intervalo,
de Columba, y el humor cuyo punto más alto es Rico Tipo (1944), revista que llegó a tirar más de 200 mil
ejemplares y que puede señalarse como una de las cumbres del periodismo de crónica
cotidiana y del humor gráfico nacional de tendencia costumbrista.
Durante el peronismo, en el que Estado
controla y realiza nuevas experiencias con las revistas, de lo que fuera Editorial
Haynes, no se producen mayores novedades en este campo, salvo en lo que se
refiere a la instalación en la Argentina de la Editorial Abril, empresa
relacionada con técnicas y capitales italianos, que hoy se cuenta entre las más
fuertes del país.
Pero en los umbrales mismo de la década de
1960 comienza a advertirse algunos signos de cambio cualitativo en el marco de
nuevas inversiones de capital extranjeros, de la vigorosa movilización del
campo publicitario, de la internacionalización de los contenidos y técnicas
gráficas, etc.
Se Inicia por entonces el desarrollo de las
revistas gráficas de interés general, consumísticas, impresas a todo color,
como Siete Días (Abril) y Gente (Atlántida), ambas ubicadas en la
actualidad a la cabeza de las estadísticas de tiraje, y paralelamente el de los
semanarios de opinión y formación que se inspiran en las fórmula de Times o L’Express, como Primera Plana,
Confirmado, Panorama, etc., destinados de manera preferente a una franja de
público más restringida y con mayor nivel socioeconómico.
En este marco general –entre 1955 y 1965
aproximadamente- se verifica el notable desarrollo de la fotonovela (Anahí, Nocturno, entre algunos ejemplos representativos), y se produce al
mismo tiempo el sensible deterioro del rubro historietas nacionales,
desplazadas por su similar mexicano-norteamericano, circunstancias que provoca
el éxodo de los valiosos dibujantes y guionistas que lo habían alimentado hasta
el momento. Se interrumpe, asimismo, el éxito de la línea de humor liderada por
Rico Tipo y más tarde por Tía Vicenta, línea que no volverá a
protagonizar fenómenos de alta tirada hasta la aparición de Hortensia y Satiricón, entre 1971 y 1972, respectivamente.
Es a partir de esta etapa que la producción
de revistas termina por concentrarse en cuatro editoriales, dejando cada vez
menos margen a los proyectos aislados. Hoy, de las 532 revistas que se editan
en Argentina el 20% de los títulos cubren el 80 por ciento de las tiradas. De
estos 100 títulos, a su vez, aproximadamente un 70 por ciento se concentra en
cuatro editoriales: Atlántida, Abril, Julio Korn y Quinterno.
Dentro de este espectro la producción se
estabiliza hasta 1974, año en el cual se llegó a un volumen bruto de
circulación del orden de 340 millones de ejemplares, con una venta de 290
millones y una colocación en el exterior de 22 millones.
Luego de la crisis de 1975 el rubro
revisteril fue el más castigado de los medios. Sus ventas bajaron en un 40 por
ciento, provocando un estancamiento del cual todavía no se ha salido. Campo muy
sensible a los cambios generales, parece comenzar a vislumbrar nuevos proyectos
y estos pueden acentuar las pautas consumísticas afirmadas a partir de 1960, o
retornar hacia la tradicional revisteril autónoma que en otras épocas se
destacó por su gran capacidad de creación y su contacto vivo y actuante con el
mercado popular.
(Rivera, Jorge B., y
Ford, Aníbal, “Los medios masivos de comunicación en la Argentina, en Medios de Comunicación y Cultura Popular,
Bs.As, Legasa, 1985).
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Análisis e
información en el circuito de las revistas
El periodismo, entre nosotros, ha cumplido
una labor eminentemente precursora en los campos de la producción de cultura
popular y del análisis o la historia de sus múltiples expresiones, fenómenos y
productos.
En líneas generales las revistas
especializadas o no contienen abundante material de calidad muy disparar sobre
prácticamente la totalidad de las formas, productos y fenómenos de la cultura popular y los
medios de comunicación. Dan cuenta de una época y sus tensiones en punto a la
política, la economía, la sociedad y la cultura, etc.
El rastreo pormenorizado de una extensa
conciencia registrada por diarios y revistas desde el siglo pasado permitiría recomponer
una serie de historias de las que carecemos y cuya importancia no parece
accesoria: una historia, por ejemplo, de la radiotelefonía, o de la cultura
popular, o del periodismo o del papel de la mujer, entre otra extensa lista de
temas y tensiones.
No faltan, por ciento, revistas
especializadas que permitirían reconstruir una casuística más o menos completa
de la radio y el cine desde los años ’30, como Micrófono, Antena y Radiolandia, entre otras. Y algo similar
se puede decir a propósito de la televisión a partir de publicaciones como TV
Guía y sus similares.
El examen de esas publicaciones serviría,
fundamentalmente, para la etapa heurística, en términos de precisar y catalogar
los aspectos fácticos más relevantes, aspectos de los que sólo han quedado
huellas entre sus páginas, en la mayoría de los casos.
El desarrollo de la investigación y de la
reflexión sobre los medios y la problemática cultural ha estimulado, no
obstante, por lo menos a partir de los años ’60, un mayor y más vigoroso
trabajo de las facetas críticas y analíticas del asunto, inclusive en
publicaciones no destinadas a un público de especialistas o iniciados en las
ciencias humanas y sociales.
Pero el advenimiento de una publicación
especializada que fuese al mismo tiempo “popular” (en el sentido de circular
por medio del sistema de quioscos) y “rigurosa”
(por su tratamiento crítico), es un hecho relativamente tardío, que ser
verifica recién hacia fines de 1978, con la aparición de Medios y comunicación, dirigida por Raúl N. Barreiros.
No faltaron hasta entonces, por cierto, las
publicaciones capaces de de abordar el tema o los temas en análisis desde una
perspectiva científica o político – cultural más rica e iluminadora, pero se
trataba generalmente de revistas destinadas a circuitos restringidos y
altamente especializados.
En su momento lo fueron Lenguajes, también Comunicación
y cultura y en un sentido más amplio Los
libros o revistas culturales como Crisis
durante el período 1973-1976 o de publicaciones circunscritas a géneros
específicos como Gente de Cine, Flashback o LD, la sofisticada fumetológica
de Oscar Masotta.
Medios
y comunicación tendió más bien a amalgamar géneros y tendencias analíticas
procurando un acercamiento más concreto y operativo con el “consumidor
medio” de la industria cultural.
Algo así como un lector hastiado de los
“romances” y de la frivolidad de las revistas de consumo, y ansioso por
encontrar algunas pistas críticas para orientarse en ese enmarañado universo de
apelaciones audio-visuales y emocionales que le proponían los medios.
En los 18 números que aparecieron entre
noviembre de 1978 y octubre de 1982 la revista de Barreiros trató, con mayor o
menor fortuna, de convertirse en una suerte de herramienta cultural, menos atenta
al ensayo puramente teórico que a la presentación crítica de una amplia gama
casuística relacionada con la televisión, el cine, la radio, el periodismo, la
música, el teatro, etc.
En esas 18 entregas e habló de la
especificidad de lo electrónico, del lenguaje elusivo, de las emisoras de
frontera, de la censura y las listas negras, de Alberto Migré, del
sensacionalismo periodístico de la televisión-color, de las revistas femeninas,
de los programas cómicos, de las utopías periodísticas, del teatro, de los
semanarios de actualidad, etc., sin omitir el género de las historietas, al
televisión en circuito cerrado, la novela policial, la guerra de Malvinas y sus
derivaciones informativas, la publicidad, los semanarios juveniles, la
manipulación del receptor, la ley de radios, Clemente, la marginalidad, el rock
nacional, etc.
Las revistas Lenguajes
y Comunicación y cultura
En octubre de 1970 se crea en Buenos Aries
la Asociación Argentina de Semiótica, bajo la presidencia de Eliseo Verón, con
lo cual se convierte en la segundad entidad nacional tras la fundación de la
Asociación Internacional de Semiótica en 1969 y la creación de la sociedad
italiana correspondiente.
Una de las contribuciones más significativas
de la Asociación en su primera etapa fue la publicación de la revista Lenguajes, cuyo primer número apareció
en abril de 1974, con un Comité Editorial integrado por Juan Carlos Indart,
Oscar Steimberg, Oscar Traversa y Eliseo Verón.
Así como Lenguajes,
pone el acento en el análisis semiológico de la producción social de la
significación (más que en lo que denominamos “sociología de la cultura”), una
revista contemporánea como Comunicación y
cultura privilegiará, en cambio, una actitud más frontalmente
“socio-política”, en relación con los fenómenos, procesos y prácticas de la
comunicación masiva y de la cultura en general, frente a las presiones
tutelares y magistrales de los centros internacionales de poder.
Lenguajes,
sin desconocer la situación misma de la dependencia cultural y la estructura de
la dominación imperialista (antes bien poniéndola de relieve, tras la cortina
cientificista de la semiología) examina los lenguajes, las comunicaciones
masivas, los mensajes, los códigos y los discursos, en términos de “mercancías”
nada “inocentes”, que portan en sus mecanismos de producción y circulación los
signos de un proceso múltiple de mercado, de intercambio, de producción, etc.
Comunicación y cultura, en su primera
etapa argentina, se aproxima a los medios masivos y a la comunicación bajo las
premisas de la lucha ideológica y desde una perspectiva fuertemente
alternativista, con los medios entrevistos casi exclusivamente como “aparatos
de difusión de ideologías” y con las prácticas comunicaciones en una dirección
de franca ruptura con el dominio de las ideologías de poder.
No es arbitrario, en consecuencia, que Lenguajes se subtitule, muy
técnicamente, “revista de lingüística y semiología”, en tanto que Comunicación y cultura adopta el
subtítulo de “la comunicación masiva en el proceso latinoamericano”.
Tampoco es aleatorio que Comunicación y cultura apunte sus
baterías polémicas sobre Lenguajes, a
través de un artículo de Héctor Schmucler aparecido ene. Número 4 (cfr. “La
investigación sobre comunicación masiva”, en Comunicación y cultura, Nº
4, 1975, pp. 3-14). En esta revista Schmucler era co-director junto con Hugo
Assmann y Armando Mattelart.
De manera sintética podemos agrupar las
objeciones de Schmucler (quien por otra parte reconoce con amplitud el carácter
esencialmente “correcto” de la semiología, en tanto forma de abordaje) en media
docena de grandes áreas complementarias:
1) La invocación de la
neutralidad científica como justificación autosuficiente.
2) La sistemática
impugnación de lo político como fuente de conocimiento político.
3) El reflotamiento
anacrónico de la oposición ciencia/ideología.
4) La “ceguera” frente a
la imposibilidad profunda de compatibilizar condiciones de producción de
conocimiento en un contexto dependiente con técnicas metropolitanas de alta
sofisticación.
5) La generación de un
campo semántico político que en la práctica aparece negado por las
realizaciones teóricas propuestas.
6) La negación de lo
“político” desde el prestigio del “saber”.
En ese mismo texto crítico Schmucler
puntualiza la perspectiva teórico-política en que se ubica su propio interés
por la investigación de la comunicación masiva: comienza por afirmar que la
significación de un mensaje debe indagarse a partir de las condiciones y
sociales en que circula, tomando principalmente en cuenta la particular
experiencia sociocultural de los receptores.
Rivera, Jorge B., La investigación en comunicación social en
la Argentina, Montevideo, Puntosur, 1987.
La segunda mitad del siglo XX
Primera
Plana (1962-1969), Crisis (1973-1976) y Humor (1978-1990).
Este último semanario fue el único de estos
tres que nació durante la última dictadura militar y circuló durante los ’80,
ya en la etapa democrática, en medio de crecientes crisis social y
desocupación.
Primera
Plana, dirigida por Jacobo Timermann, nació durante la presidencia de José
María Guido (entonces presidente provisional del Senado), en medio de una
disputa entre facciones del Ejército conocidas como Azules y Colorados. También
era la época de proscripción al peronismo. Luego desarrolló su periodismo
durante la gestión del radical Arturo Illía y dejó de salir en 1969, cuando
hacía tres años que había usurpado el gobierno el general Onganía.
El semanario le había sido encargado al
propio Timermann por un grupo de coroneles azules luego de aquel enfrentamiento
militar de septiembre de 1962. De allí que originalmente se pensara llamarlo
Azul.
No obstante su origen, la revista era mucho
más que semanario político. Era una revista de temas generales que adoptó un
estilo absolutamente novedoso en nuestro país. Su modelo eran las revistas
norteamericanas, especialmente Newsweek.
El semanario había creado desde el
principio, una imagen maniquea y estereotipada de ambos bandos militares. Unos,
los colorados, eran golpistas, antiperonistas “a muerte” y responsables de un
Ejército deliberativo. Los otros, los azules, eran profesionalistas intachables
y legalistas inquebrantables.
En mayo de 1965, cuando comenzó la segunda
etapa de la relación Gobierno-Fuerzas Armadas, la revista se transformó en el
eco de la posición militar, en la vos del lobby golpista que impulsaba la
intervención militar en Santo Domingo, el aumento del presupuesto militar y la
necesidad de “dinamizar” la acción de gobierno.
A partir de allí, Illia pasó ser centro de sus críticas.
Tras una intensa campaña golpista, el 30 de
junio de 1966 realizó una edición extra para destinada a dar la bienvenida a la
“Revolución Argentina” encabezada por Onganía.
Respecto de los lectores de Primera Plana, se destacan las secciones
de Economía y Negocios y la inclusión de columnistas especializados en
administración de empresas y macroeconomía. Esto parece confirmar que el
semanario estaba dirigido a empresarios y ejecutivos.
El semanario también estaba dirigido a los
intelectuales identificados con las corrientes culturales surgidos en esa
década. Hacia ellos se dirigían las secciones Cultura y Artes y Espectáculos.
Privilegiaba a la vanguardia del cine
europeo, a la literatura norteamericana, a los escritores del “boom”
latinoamericano, al teatro independiente y las nuevas formas culturales
expresadas por el Instituto Di Tella.
“El primer director del semanario, que ocupó
el puesto hasta el año ’64 fue Jacobo Timernann y la financiación fundamental corrió
por cuenta de la empresa IKA”, señalan Maite Alvarado y Renata Rocco-Cuzzi, en Primera Plana: el nuevo discurso
periodístico de la década del ’60.
Alvarado y Rocco-Cuzzi dicen que para Eliseo
Verón, este semanario sería un hecho simétrico al de la publicación del Time en Estados Unidos y de Der
Spìegel en Europa, y no un fenómeno aislado.
El fenómeno más amplio tiene que ver con una
nueva situación sociopolítica creada por los procesos de industrialización en
los que el peronismo primero y el desarrollismo después han jugado un papel
preponderante.
La aplicación de los aportes de estas
disciplinas es más que significativa en la transformación del discurso
periodístico de Primera Plana, cuyo
primer número ya se abre con una encuesta titulada “¿Cómo son los argentinos?”.
Modernización del discurso periodístico
El nuevo público de la revista, con gustos por la
literatura norteamericana, es
seducido por el juego ficcional que propone el semanario desde sus títulos, que
son citas de otros títulos, en un afán de constante remisión al intertexto
literario.
La apertura digresiva y ficcionalizada que
caracteriza al discurso político de la
revista plantea una quiebra de la convención tradicional, según la cual las
notas periodísticas se estructuraban en un orden fijo que respondía a las
pregunta qué, cómo, cuándo y dónde.
El uso de la raya de diálogo para
transcribir las palabras que supuestamente habría dicho algún informante,
inserta en estos comienzos novelados, es también señal de contaminación con el
discurso literario.
Otro de los rasgos ficcionales del discurso
de Primera Plana lo constituye la
profusión de indicios, detalles aparentemente superfluos pero con una fuerte
carga informativa.
En cuanto al tiempo discursivo, salta a la
vista el uso dominante del pretérito imperfecto, tiempo privilegiado del relato
de ficción, dosificado con el pluscuamperfecto y el pretérito perfecto.
El semanario habría contaminado su discurrir sobre los hechos de la política con
procedimientos propios de la literatura para responder a los requerimientos de
un “gusto de época”.
El
lector de Primera Plana –un iniciado
en las formas recientes de la literatura, del cine y de las jergas del
psicoanálisis y de la sociología- estaba solicitando también una transformación
del lenguaje periodístico. La ficcionalización habría sido, entonces, la
respuesta que se dio a estos requerimientos.
La revista terminó clausurada por Onganía el
5 de agosto de 1969 y así fue devorada por el monstruo que había ayudado a
crear.
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La otra Argentina en Crisis
La
popularidad que Crisis alcanza entre
los sectores medios politizados durante los tres años transcurridos entre sus
apertura (1973) y su cierre (1976), matizan su condición de revista cultural
cuyo público suele ser más restringido.
Es
un período en que se registra una fuerte movilidad social; en 1969 se había
registrado el “cordobazo”, aún gobernaba la dictadura que había usurpado el
gobierno en 1966 y amplios sectores políticos, sociales, trabajadores y
estudiantes reunidos alrededor del peronismo daban una lucha en todos los
frentes por la vuelta de su líder, Juan Domingo Perón, que había sido derrocado
en 1955 y estaba exiliado en España.
En
1973 se registra el regreso definitivo de Perón, el 11 de marzo de ese año
triunfa la fórmula justicialista
integrada por Héctor Cámpora -Vicente Solano Lima, quienes renuncian meses
después y llaman a comicios en septiembre de ese mismo año, en que triunfa la
fórmula que ahora sí encabeza Perón.
La
gran popularidad de Crisis puede
acaso explicarse por el mecanismo mediante el cual sus integrantes construyen
ese “nosotros” subyacente en toda empresa intelectual como ésta.
En
este caso, la certeza de compartir un horizonte ideológico marcado por el
anticolonialismo y la utopía revolucionaria, instaura un mecanismo de mutuo
reconocimiento entre editores y lectores a lo largo de un período enmarcado por
el auge y la supresión del horizonte emancipador.
Esto parece haberle permitido funcionar como un espejo, bien que
creativo, de las propias expectativas del lector; para éste seguramente, Crisis iba dejando paulatinamente de
representar el proyecto de un grupo particular para ser interpretada como parte
del proyecto colectivo.
El
“nosotros” de sus realizadores se iba fundiendo con el “nosotros” de la clase
intelectual y de la juventud sensibilizada por ese horizonte utópico.
Aníbal Ford [secretario de redacción de la revista] recuerda que en Crisis “se sintetizaban, o mejor convergían, de manera bastante plural y en
relación muy abierta y conversada con su público, diferentes líneas político
culturales, periodísticas y laburantes”.
Si
bien su orientación ideológica predominante responde modo amplio a lo que
podríamos calificar como una revista “de izquierda” de acuerdo a las pautas de
la época, una lectura más atenta revela que en ella se dan cita distintos tipos
de discursos ideológicos y de la cultura cuya convergencia expresa una voluntad
dialógica.
Como principio orientador, Crisis
privilegia la noción de cultura en tanto sistema fundamentalmente dinámico.
Otorga preferencia a aquellas expresiones que habiendo habitado el espacio
difuso de la no-cultura, pasan ahora a formar parte de ella.
Ford afirma que “hoy pareciera
reconocérsele a Crisis un perfil más volcado a lo literario y cultural, pero no
fue así. En el centro de nuestro trabajo estaban también otros ejes y también
otros colaboradores. Basta con hojear lo publicado sobre multinacionales, nuevo
orden informativo (…), tecnología, Malvinas, petróleo, política internacional,
etc. Para ver que no era sólo una revista ‘cultural’”.
En
su voluntad de restablecer la inexistente legitimidad de los márgenes, aparece
guiada por dos ejes directrices de aguda vivencia en el campo intelectual:
1-La mirada simultánea hacia el horizonte
nacional y al latinoamericano. De esto último es ejemplo el interés de la
revista por la revolución cubana, como expresión de los nuevos ecos por ella
provocados en estos años de renacimiento del horizonte revolucionario en
Argentina.
2-El considerable lugar otorgado a los
autores y a los “relatos” del revisionismo histórico.
Ambas vertientes atraviesan tres espacios que la revista procura
incorporar al conjunto de imágenes circulantes en el imaginario social de esta
etapa:
a- La cultura popular y el arte de
vanguardia
b- La vida cotidiana de grupos sociales
marginados.
c- La historia, la cultura y la sociedad de
las regiones que un largo proceso ha situado en una posición periférica con
respecto a Buenos Aires por una parte, y la escritura de un grupo de narradores
provenientes de ellas, por otra.
Eduardo Galeano [director editorial de la revista] dice que Crisis “estuvo siempre centrada en la cultura argentina y latinoamericana y en
la difusión de sus voces más reveladoras (…). Ningún tema nos era ajeno (…).
Hubo siempre un lugar de privilegio para todo lo que ayudara a desenmascarar la
realidad pasada y presente y todo lo que ayudara a descubrir la capacidad de
maravilla de tierras y gentes despreciadas por la cultura oficial”.
A
partir de 1955 [año en que el golpe de estado dado por la dictadura de Aramburu
y Rojas destituye al gobierno peronista] el interior
se convierte en centro de reflexiones de distintas instituciones de Buenos
Aires. La tradicional exclusión que Buenos Aires ejerce respecto de la
literatura del interior queda con Crisis suprimida.
La
recuperación de la cultura popular era ya un código vigente en las revistas
culturales de principios de la década como Hoy
en la cultura o El escarabajo de oro.
La
revista profundiza saberes culturales originales, artículos sobre mitos
indígenas orales, la supervivencia del tango en el universo simbólico de las
clases populares. Por otro lado, propone anular los límites entre arte popular
y arte de vanguardia.
La
segunda vertiente que Crisis busca
reinsertar en la memoria de sus lectores consiste en un conjunto de grupos
carentes de legitimación social: los inmigrantes provenientes de los países
limítrofes, paraguayos, bolivianos, chilenos, refugiados en villas miseria; los
oficios terribles a que están expuestos esos grupos; los internos de hospicios
a quienes la sociedad ha recluido y silenciado.
Como publicación cultural, Crisis
está destinada no sólo a generar opinión sino a emitirla: a lo largo de sus
páginas privilegia el rescate de aquellos sucesos históricos y protagonistas de
la historia que el revisionismo hace emerger de los márgenes del relato liberal-conservador como el federalismo y sus
caudillos.
La
labor de Crisis sobrevive unos meses
al golpe militar de marzo de 1976. Su cierre, debido a las amenazas, la censura
y el riesgo de sus realizadores, puede ser interpretado como la clausura de un período iniciado en 1955. Circuló
mensualmente entre mayo de 1973 y agosto de 1976.
En
la primera época editó 40 números de alrededor de 80 páginas. Entre mayo y
junio de 1975 tuvo un tiraje de 34 mil ejemplares. Se distribuyó en la mayoría
de las provincias y se ofreció en librerías de Bolivia, México, Perú, Uruguay,
y Venezuela.
En
abril de 1986 Crisis inicia una
segunda época con algunos de sus
antiguos realizadores como Federico Vogelius [director ejecutivo desde la
primera época]. Colaboradores de esta revista como Rodolfo Walsh y Haroldo
Conti están desaparecidos desde la última dictadura militar.
La
revista Humor
La revista Humor apareció durante la última
dictadura militar. Fiel continuadora del
estilo irreverente, ingenioso y zafado de Satiricón, comenzó a circulare a
mediados de 1978 y dejó de hacerlo en los inicios del menemismo.
Congregó las voces y el ingenio de los que se oponían al gobierno
militar, provocando con sus urticantes tapas a los censores de turno.
El
director de la publicación, Andrés Cascioli, que esperaba vender en su
lanzamiento a lo sumo 40 mil ejemplares, se encontró con la sorpresa de que
para 1981 ya rondaba los 220 mil.
Humor atraía principalmente a los
lectores jóvenes con filosos artículos redactados por Luís Gregorich o Jorge
Sábato, además de los excelentes dibujos de Grondona White, Tabaré, Yibuti,
Miura.
Sus tapas, de un humor punzante, tuvieron a mal traer al régimen
militar, que llego a secuestrar sus ediciones por un decreto del PEN.
La
antipática medida, que ganó la reprobación de la Sociedad
Interamericana de Prensa
(SIP), no impidió el éxito
de una publicación que había llegado para quedarse y por mucho tiempo.
La
revista, que durante la dictadura había tenido un fuerte tono opositor, al
llegar en octubre de 1983 el gobierno del radical Raúl Alfonsín, perdió aquel
perfil y sus páginas pasaron a contener un inocultable tufillo alfonsinista, la
causa principal de pérdida de lectores.
Humor
comenzaba así a circular a contramano de los cambios que se iban registrando a
grandes pasos entre las inclinaciones de la clase media, la franja de lectores
que tenía la revista. Porque mientras ciertos sectores medios comenzaron a
inclinar la balanza electoral a favor del peronismo, la revista insistía con
una tendencia cada vez más antiperonista. El radicalismo en el gobierno había
perdido a manos del justicialismo las elecciones de renovación parlamentaria de
1987.
La reducción de su tiraje marchaba paralela
a la pérdida de apoyo popular del gobierno de Alfonsín, para dejar de circular
cuando ya el menemismo estaba instalado en el gobierno.
Actualidad
Castigado por la crisis, la desocupación y la pérdida de poder
adquisitivo de amplios sectores de la sociedad, el mercado actual de las
revistas no escapa al estado general de la Argentina.
Las revistas culturales restringieron sus tiradas y otras desaparecieron
tras la crisis económica y política del 2001, un estado de cosas que también
afectó al resto del mercado editorial.
Entre las revistas de política, Noticias
o Veintitrés, navegan por un sendero
de mediocridad, aunque la primera desarrolla un rol “opositor” desde la
“centroderecha” y la segunda ejerce un oficialismo a ultranza desde la
“centroizquierda”.
Durante 2005 la última de las revistas realizó acuerdos con directivos
de diarios de provincia para circular con estos en sus ediciones dominicales,
al mismo precio del diario, con el propósito de captar publicidad oficial y
privada.
Sin embargo, estas dos revistas no sólo se ocupan de asuntos políticos,
sino que también poseen secciones de economía, libros, cine, información
general. Noticias además contiene dos
páginas dedicadas a mostrar fotos de personajes de la farándula, empresarial,
la moda y el espectáculo.
La inversión publicitaria realizada por Presidencia de la Nación,
durante el período ENE-AGO 2004, respecto al 2003 es de casi 56 millones de
pesos: el 28.5% fué a Diarios de Capital e Interior, 8.6% a Radios AM - FM,
62.8% a la TV Capital – Interior- Cable y el 0.1% a las Revistas, según cifras
del Indice de Confianza del Consumidor.
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