lunes, 20 de mayo de 2013


Las revistas argentinas
El siglo XIX

Por Raúl Campos 

   El periodismo habla de la sociedad que lo produce. En él pueden leerse todas las problemáticas del mundo objetivo. Incluso la ausencia o la construcción sesgada de su discurso alojan marcas para una explicación posible.
   Hablar de las revistas en el siglo XIX es una manera de entender la historia. Se impone, entonces, la necesidad de pensar el problema en sus diversas variantes. Pues la cuestión no gira sólo alrededor de una perspectiva cronológica sino más bien sociológica.
   El desarrollo tecnológico de este medio de comunicación, su relación con el público, la difusión que cumple respecto de las estructuras sociales, sus respuestas en el campo estético, se vinculan con la evolución política, cultural y económica de la Argentina. Y, en este sentido, se puede decir que las revistas son parte de ese movimiento.
   Como término actual, “revista”, se aplica a publicaciones de aparición semanal, quincenal, mensual o, a veces, semestral, que participan del carácter del libro y, al mismo tiempo, del diario (tanto por la alternancia entre lo perenne y lo efímero de la información como los atributos formales), destinadas a difundir trabajos de cualquier materia.
   Condiciones materiales difíciles para la aparición e impresión y la ausencia de un campo cultural autónomo con respecto al político durante casi todo el siglo XIX, figuran entre las causas que imposibilitaron una adecuada definición del término revista durante ese período.
   Los criterios seguidos para la selección de revistas del siglo XIX tienden a distinguirlas a través de su relación con los diarios coetáneos atendiendo las siguientes características:
1 - Su periodicidad, especialmente a partir de la aparición de las primeras publicaciones diarias.
   2 - Su calidad gráfica y diagramación.
   3 – El tratamiento de tópicos variados en una forma que incluye tanto la nota monográfica  como la información breve.
   La primera y la tercera de estas condiciones son constituyentes de este tipo de publicaciones, mientras que la segunda es opcional.
   Es el caso de El Mosquito, cuyo formato y calidad lo acercan más al tipo de diarios. Pero su concepción en cuanto a regularidad e incorporación de materiales lo encuadran a un proyecto de revista.
   En la mayor parte del siglo XIX, a diferencia de lo que ocurría en Europa, el escritor público no se configuraba como el profesional independiente que vive exclusivamente de su oficio. Por el contrario, dedicado a una actividad política, militar o comercial, veía en el periodismo un complemento para intervenir en la vida política e intelectual de la Argentina.
   Ya en la última etapa del Virreinato, por vía de los primeros periódicos, la administración hispana, con el apoyo tácito del poder de la Iglesia Católica, criticaba    con intransigencia, tanto la concepción de un régimen representativo y local, como la tarea llevada a cabo por los pocos intelectuales criollos que promovían una rebelión contra España.
    Por medio de la Real Imprenta de los Niños Expósitos, trasladada de Córdoba en 1780 por el virrey Vértiz, las publicaciones aparecían para el poder real y eclesiástico como un excelente medio de propaganda.
   Se imprimieron entonces gramáticas, material religioso y algunos papeles sueltos con noticias, que carecían todavía del carácter y la continuidad de un periódico.
    En Buenos Aires se editó el 8 de enero de 1781 Noticias recibidas de Europa por el Correo de España y por vía del Janeiro. El 1 de mayo de ese mismo año se conoció el Extracto de las noticias recibidas de España por la vía del Portugal.
   La Iglesia Católica –tan ciega a la realidad americana como las autoridades españolas- se dedicó a imprimir una serie de afiches con fuerte connotación política, como el ordenado en 1784 por el obispo de Córdoba, José de San Alberto, Instrucciones sobre las obligaciones más principales que un vasallo debe a su rey y señor.
   A la censura previa legitimada por las licencias, se agregaba una posterior que prometía “…la cárcel, el destierro, el presidio, los azotes o la confiscación, el fuego, el caldaso, el cuchillo y la muerte…”.
   En este contexto, surgió el primer periódico de nuestro territorio. El 1 de abril de 1801, con la dirección de Francisco Antonio Cabello y Mesa, se editó el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de La Plata.
   Editado por la Real Imprenta de los Niños Expósitos, este periódico representaba un tipo de prensa cientificista, que no podía hablar en contra del poder de España porque contaba con el favor del virrey para costear la publicación.
   Tenía la forma de un cuadernillo de 21 por 15 cm., con ocho páginas y contaba con 236 suscriptores. Al principio aparecía los miércoles y los sábados; luego, sólo los domingos. Por lo tanto, tenía todas las características de una revista.
   El carácter doctrinario del Telégrafo Mercantil –ajeno a todo discurso sobre el poder real- no presentó complicaciones. Hasta que la publicación de un artículo titulado “Circunstancias en que se halla la provincia de Buenos Aires e Islas Malvinas y modo de repararse” ocasionó cierto disgusto entre los pobladores y motivó la clausura del periódico el 15 de octubre de 1802.

La Abeja Argentina, un proyecto diferente

   Apareció el 15 de abril de 1822 y contaba entre sus colaboradores a Santiago Wilde, Cosme Argerich, Vicente López y Planes, Esteban de Luca, Felipe Senillosa y Valentín Gómez, miembros todos de la Sociedad Literaria creada a instancia de B. Rivadavia.
   Novedosa en su formulación, esta revista marcó la transición hacia publicaciones provistas de un material heterogéneo que no excluye la actualidad en sus diversos aspectos, así como tampoco el abordaje de otra zona que trabaja con las corrientes del pensamiento.
   Esta renovación temática, unidad a la variación formal –producto de un aspecto similar al de los libros: sin organizar el material en columnas, con un tamaño más pequeño-, la ubican como una de las primeras revistas del Río de La Plata.
   La gama de temas e incumbencias, afirmados en una concepción ilustrada del concepto de “cultura”, que no contempla la divulgación sino el abordaje monográfico de carácter académico, ofrecía un menú variado de ciencias, literatura, religión, economía, política, adecuado al campo de intereses de una minoría altamente calificada y selectiva.
   El grupo que la dirigía formaba parte ciertamente de un partido político: el unitario. Provenientes de las familias administrativas y profesionales, muchos de ellos había conseguidos puestos en el gobierno de Rivadavia. En realidad, esta publicación se convirtió en un medio de difusión y propaganda como muy bien lo demuestran las notas sobre empréstitos, bancos o economía rural.
   A través de ella se elaboró un programa de acción del Estado en procura de afianzar los propósitos de este grupo. Sin embargo, los intereses culturales de esta fracción –que no excluían los económicos del sector comercial de su misma clase- la llevaron, a pesar de su pertenencia al orden dominante, a criticar algunas de las leyes adoptadas por el  gobierno.
   El 15 de junio de 1823, La Abeja Argentina dejó de aparecer. A los motivos financieros que consideran algunos críticos, cabe agregar una historia de disidencias entramada con una de las leyes más conflictivas dictadas por Rivadavia: la Reforma Eclesiástica.

La fundación de la cultura nacional: La Moda.

   La Moda. Gacetín, semanal de música, de poesía, de literatura, de costumbres. En noviembre de 1837 apareció La Moda, la primera tentativa de mezclar información y recreación, en vistas de un público diferente. Este gacetín semanal definió su proyecto sobre la base de divulgar “noticias continuas del estado y movimiento de la moda (en Europa y entre nosotros), en trajes de hombres y señoras, en géneros, en colores, en peinados, en muebles, en calzado, en puntos de concurrencia ‘pública’ y nociones claras y breves, sin metafísica, al alcance de todos, sobre literatura moderna, sobre música, sobre poesía, sobre costumbres…”
   A diferencia de los semanarios culturales, políticos o meramente informativos, La Moda trató de explorar un nuevo espacio en el campo de la prensa. A partir de la unión  de diferentes líneas, se fue diseñando el perfil de la revista: la tradición artístico  y literaria se amalgamó con la divulgación, en respuesta a la nueva configuración del horizonte de lectores –mujeres y jóvenes diferenciados ampliamente de la vieja ilustración rioplatense.
   Otro cambio aparece en la distancia que los separara con respecto a la figura del intelectual. Si los escritores de la década del ’10 y del ’20 –impregnados de las ideas iluministas- se vieron abocados al tratamiento de asuntos que tuvieran explícita relación con el “bien público” y la “felicidad general”, La Moda postulaba un modelo de escritor que, sin descuidar tampoco estos temas, no deja de esta atento a las reacciones del público. Ello implica también pensar a la revista como objeto: se reformuló la concepción del formato y se empezó a manejar un aspecto importante: el precio. La revista es ya casi una mercancía.
   Dos rasgos que definen la modernidad del proyecto. Renovación temática, uno. El otro, un cambio en el estilo de producción. Dos efectos en el engranaje de este proceso: el de la constitución de un nuevo modelo de intelectual.
   La redacción de La Moda estuvo a cargo de J.B. Alberdi,  a quien acompañaban Juan María Gutiérrez, José Barros Pazos, Rafael Corvalán (hijo del general Manuel Corvalán,  edecán de Rozas). También colaboran Jacinto Rodríguez Peña, Vicente Fidel López, , Carlos Eguía, Carlos Tejedor, Nicolás Albarellos y Manuel Quiroga de la Rosa.
   A Alberdi pertenecen todos los artículos firmados bajo el pseudónimo de Figarillo. [Alberti imitaba en sus escritos al español José Mariano Larra A la “seriedad” de las revistas académicas, se incorporó la ligereza de las notas de actualidad y la ironía de los cuadros de costumbres.
   Desde sus primeros números la revista presentó una concepción nueva en la diagramación. Se puede decir en este sentido que representó un quiebre. Con un formato en octavo, cuatro páginas a dos columnas, traía tapas  y una hoja musical. El material –redactado en artículos de corta duración- estaba dispuesto en forma compacta. El planteo de estrategias eficaces –tapas atractivas, precio económico, mayor cantidad de material- para “no carecer de partidarios” se manifiesta también en la mezcla de un material heterogéneo que incluye el campo de la cultura “alta” –literatura, música, teatro- con otra zona vinculada a las costumbres y las modas, y en la soltura del idioma utilizado.
   De alguna manera, se puede sintetizar en la figura de Alberdi el sincretismo que caracterizó a La Moda. El tucumano en sus escritos póstumos dice:

Por Echeverría, que se había educado en Francia, tuve las primeras noticias de Lerminier, de Villemain, de Víctor Hugo, de Alejandro Dumas, de Lamartine, de Byron y de todo lo que entonces se llamó romanticismo en oposición a la vieja escuela clásica. Yo había estudiado filosofía en la universidad por Condillac y Locke. Me habían absorbido por años las lecturas libres de Helvecio, de Cabanis, de Hollbach, de Bentham, de Rosseau. A Echeverría debía la evolución que se operó en mi espíritu con las lecturas de Víctor Cousin, Villemain, Chateubriand, Juffroy y todos los eclécticos procedentes de Alemania en favor de lo que se llamó el espiritualismo”.          
  
     La revista tuvo una postura inicial favorable al gobierno de Juan Manuel de Rozas, pero en sus últimos números incluye notas no tan elogiosas hacia el estanciero bonaerense.

   [El historiador Fermín Chávez en La cultura en la época de Rosas. La descolonización mental (Theoría, 1991) señala: En el Nº 3 de la publicación se incluyó un ardiente elogio de la divisa punzó; y en la edición del 14 de abril de 1838, que coincide con el tercer aniversario del gobierno de don Juan Manuel, leemos en el semanario:
      “También ayer se han cumplido tres años memorables para nuestra patria, tres años desde el día en que el pueblo de Buenos Aires, acosado de tantos padecimientos inmerecidos, se arrojó el mismo en los brazos del hombre poderoso que tan dignamente le ha conducido hasta este día (…).Un sólo hecho, sobre mil, pudiera a este respecto formar su mejor apología; y es el admirable progreso inteligente operado en la juventud durante el período de su mando…” (Trece de Abril).]

   Sin embargo, en el número 22 [la revista alcanzó a editar 23 números) dice: “… no hay más merced, y está en el cielo: toda merced mundana es una ridícula insolencia, una blasfemia contra la santa ley de la igualdad”.  De allí en adelante la lucha contra Rosas les hizo perder toda individualidad y todos los integrantes quedaron íntimamente ligados a los unitarios, debiéndose dispersar el grupo.
   Ocurre que el grupo de intelectuales reunidos alrededor del Salón Literario de Marcos Sastre y luego los redactores de La Moda, especialmente Alberdi, oscilaron entre el historicismo y el iluminismo.
     
Los encantadores zumbidos de El Mosquito

   Cuando en 1863 Enrique Meyer, Auerbach y el Dr. J. Carlos Paz decidieron fundar El Mosquito, acertaron con la fórmula del éxito. Apareció el 24 de mayo de ese año.
   Con una vorágine de inmigrantes transformando la ciudad, y en medio de un proceso de alfabetización, los directores de esta revista supieron definir un proyecto original que recurrió tanto al sano divertimento como a la brevedad informativa para captar un horizonte más amplio de lectores.
   Separándose, entonces, de los modelos tradicionales de revistas enciclopédicas y a la vez, de los más novedosos proyectos populares, El Mosquito abrió el camino para los semanarios satíricos de actualidad que aprovechaban la complicidad con el lector para criticar a los políticos más cuestionados y no desdeñan la aparición de noticias interesantes para otro público como las policiales.
   Durante los casi 30 años en que se extendió su publicación, esta revista persistió siempre en la misma estructura. De las cuatro páginas de 45 x 36 cm., las tres primeras eran ilustradas. La tapa aparecía, por lo general, destinada al retrato de una personalidad importante, ya sea política, intelectual o militar. Las dos páginas internas contenían las caricaturas. Por último, la contratapa era la única página redactada.
   En cuatro columnas de siete cm. se brinda información sobre el personaje retratado, política, eventos culturales, actualidad, algunas cortas polémicas con otros diarios y revistas, chistes y –en una nada escasa proporción de la página- avisos publicitarios.
   Su inteligente ironía y la excelencia de sus dibujos hicieron de El Mosquito una revista exitosa que, con su amena lectura, atrajo un público diverso y múltiple.
   Con respecto a las suscripciones, hacia 1886, la revista tiraba entre 1.200 y 1.500 ejemplares. Aunque en tiempos de agitación política podía llegar a vender de 3.000 a 4.000. Y en agosto de 1888, después de dedicar un número completo a “El crimen de Olavarria” las ventas alcanzaron luego de dos reediciones 26 ejemplares.
   En cuanto a los avisos comerciales, prevalecían los relacionados con profesionales particular –médicos, odontólogos y fotógrafos- y los que provenían del rubro de la indumentaria y los comestibles. Sin dudas, nunca dejó de faltar el aviso de la librería de la cual también era propietario Enrique Stein, el editor gerente de la revista.
  Si bien la publicidad se regía por viejos cánones, a partir de 1881 aparecieron los primeros avisos con litografías. Y el 4 de febrero de 1883 en un único número coloreado dedicado por completo al carnaval, se publicitó en toda la contratapa –por supuesto también coloreada-  la cerveza Bieckert. En marzo de 1893 dejó de aparecer.
  Tal vez El Mosquito sea uno de los modelos más acabado de periodismo festivo durante este período. Sin embargo, no se puede omitir la existencia de otras dos revistas representativas: La Cotorra y El Bicho Colorado, esta último dirigida por José Hernández.

Cavalaro, Diana, Revistas argentinas del siglo XIX, Bs.As., AAER, 1996.  
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La revista moderna

   Caras y Caretas, el periodismo totalizador. La verdadera revista argentina empezó con Caras y Caretas (1898-1941), donde quedaron registradas cuatro décadas de historia: historia política, de las costumbres, de la cultura, de la sociedad, del país.
   Jorge Ruffinelli analizó así el fenómeno: Caras y Caretas, dentro de su estilo epocal, refleja traslucidamente su mundo, ya a través de sus 'compromisos', ya a través de sus 'evasiones'.
   Prácticamente ningún escritor, salvando las composiciones modernistas que mimetizaban en parnasianismo francés, dejó de mostrar en sus cuentos o poemas tanto el sentimiento particular ante los conflictos que responsabilizaban a toda una sociedad, como los hechos mismos que en definitiva la constituían.
   No es extraño, entonces, el marcado auge de la literatura costumbrista -a que el periodismo dio empuje-, de la preocupación nacional que denotaba la literatura pos gauchesca y del directo compromiso -en el ensayo, donde se explicitan las ideas- en que estaban presentes poetas y narradores, no sólo periodistas.
   La primera época de Caras y Caretas fue la más notable. La dirigía José S. Alvarez, Fray Mocho, quien accedería luego a la fama también a través de sus cuentos y crónicas costumbristas. La revista cubría todos los aspectos de la vida de entonces, desde el literario hasta el político.
   Las cuestiones más importantes del momento -como el asesinato de Humberto I o la guerra anglo-boer- eran allí tratadas pormenorizadamente. "Frente a sus ejemplos anteriores -el más claro, la revista Don Quijote- Caras y Caretas significó un merecido avance en muchos aspectos.
   No sólo ponía en manos de miles de ciudadanos una revista popular y variada (se autodefinía "semanario festivo, literario, artístico y de actualidades") donde se reflejaban las preocupaciones nacionales de toda índole, así como los sucesos internacionales, sino que en varios aspectos más pequeños pero característicos, pudo tener el orgullo de la originalidad que exigía la época: comenzaron a pagarse las colaboraciones literarias y se levantó el nivel técnico con el empleo de cromos y fotograbados", afirma Rufinelli.
   Caras y Caretas del cambio de siglo constituyó, sin duda, el más fiel reflejo de aquella Argentina. En sus páginas quedó impreso el fenómeno de la inmigración, el desarrollo del comercio y la producción y, sobre todo, la metamorfosis de la Gran Aldea, convertida en ciudad. Acompañó el cambio hasta donde pudo. Su auge comenzó a quedar atrás cuando debió competir con otras revistas más novedosas que ganaban el favor del público, como Mundo Moderno, fundada en 1911. Acaso su vocación por abarcarlo todo, por expresar integralmente a la sociedad de entonces, fue la causa principal de la agonía. Duró 41 años.

La Institucionalización y El Hogar

   El país de la primera década del siglo XX cosechaba los frutos de la institucionalización que se había establecido durante las presidencias de Sarmiento, Avellaneda y  Roca. Hacia fines del siglo anterior también se había organizado la UCR.
   En 1904 Alberto M. Haynes había inaugurado una nueva modalidad periodística al fundar El Hogar, revista que reconoce a la familia como unidad social (la editorial Haynes sería más tarde editora de Mundo Argentino, Selecta y del diario El Mundo).
   En 1918, Constancio C. Vigil funda la Editorial Atlántida, que luego se convertiría en una de las empresas fabricantes de revistas más grandes y prolíficas del país. Atlántida es también el nombre de su primer producto. Aquel estilo totalizador que había tenido su cenit con Caras y Caretas de fines del siglo XIX y principios del siguiente daba con Atlántida uno de sus últimos pasos más importantes. Hasta ese momento las revistas -por lo menos las más notables- habían sido las canalización de vocaciones políticas.
   La importancia de El Hogar en la conformación de los gustos, vestimentas y formas de vida de los argentinos todavía no ha sido suficientemente estudiada. Fue por mucho tiempo la revista de mayor venta y el público reconocía en ella a la publicación más identificada con un incipiente estilo de vida nacional.
   Comenzó con el nombre de El Consejero del Hogar, "revista quincenal literaria, recreativa, de moda y humorística", pero sin mayor eco, hasta que inició una evolución que apuntaba al gusto femenino de la clase media y halagaba la vanidad de la clase alta, dedicando numerosas páginas a reflejar fiestas, casamientos, viajes, ropas y lugares de veraneo de las familias tradicionales. El éxito fue significativo y lo acompañó con adelantos técnicos: simplificó el nombre, adoptó características de semanario ilustrado y por primera vez utilizó tapas en tricromía.
   La transformación del El Hogar le permitió identificarse con vastos sectores de la vida argentina y alcanzó consagración nacional. Era el espejo de los principales acontecimientos sociales y políticos, interesaba al lector femenino, al lector joven, al lector sentimental, al lector de las ciudades de provincias. Intenta perpetuar sucesos, establece modas y costumbres y consagra escritores. Acceder a sus páginas en alguna de esas formas era alcanzar el Parnaso criollo o una zona para pocos elegidos.
   Fue la pionera que sacó a las revistas argentinas de los límites del país al tener difusión internacional. El Hogar llegaba a los principales centros del mundo como algo más que un semanario impreso en Buenos Aires; era también una publicación elaborada por argentinos, que hacía conocer firmas, literatura y pensamiento argentino. Exaltaba las tradiciones, el arte, el folklore, la historia, los usos y cosas cotidianas, los héroes de la nacionalidad.
   El libro argentino pasó en esa época de orfandad casi total a tener aceptación en sectores más amplios, tarea en la que El Hogar contribuyó en medida no despreciable, exaltando el pasado literario y abriendo sus páginas a los principales expositores del pensamiento vernáculo, como Enrique Méndez Calzada, Eduardo González Lanuza, Manuel Láinez, José Quesada, Ernesto Mario Barreda...Horacio Quiroga, Conrado Nalé Roxlo, Julio Aramburu y otros.
   Las secciones más leídas y comentadas era una serie gráfica ("Don Pancho Talero" y su familia, dibujada por Lanteri) y "La Paja en el Ojo ajeno" por el "Pescatori di Perle" (Francisco Ortiga Anckermann). El atractivo mayor residía, sin embargo, en la reproducción gráfica de los acontecimientos sociales y las fotografía de las damas, casas y objetos de las familias tradicionales. Los padres celosos de las buenas costumbres encontraban en El Hogar un fiel aliado que fortificaba la vida doméstica y restauraba la sana devoción.
   "El Hogar estaba destinado por su nombre a ser lo que ha sido -resumió Mariano de Vedia-, hogar de la inteligencia, de la inspiración, de la gracia, de los recuerdos. Por el carácter familiar de sus charlas y la preferente consagración de sus ilustraciones, hogar argentino, antiguo y moderno, que no ha logrado sofocar todavía la presión de las nuevas ideas y las nuevas modas".
   Mundo Argentino, de la misma editorial, también alcanzó una importante popularidad y se completaba con su hermana mayor. Atlántida, a pesar de su más lujoso aspecto y moderna diagramación, no alcanzó nunca el consenso realmente importante que fue patrimonio de El Hogar por varias décadas.
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Mendelevich, Pablo, “Las revistas argentinas” en colección La vida de nuestro pueblo, Las Revistas, Fascículo 3,  Bs. As., CEAL, 1981.
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    Puede afirmarse que Caras y Caretas (9-10-1898) es el punto de arranque de la revista moderna argentina. Concebida como revista de interés general por un grupo de periodistas que se revelan como agudos conocedores de los gustos y expectativas de los nuevos lectores urbanos, proporcionará un modelo no sólo para las revistas que siguen su línea (PBT, 1904; Fray Mocho, 1913, etc), sino también para la mayor parte de las publicaciones hebdomadarias de las dos primeras décadas del siglo XX.
   Pero es con Haynes -una empresa de capitales ingleses que edita El Consejero del Hogar (1903) y Mundo Argentino (1911)- y especialmente con Atlántida –editora de la revista del mismo nombre (1918)- que comenzará a definirse el público moderno y especializado que persistirá hasta hoy.
   Es muy ilustrativo, en este sentido, el ejemplo de esta última editorial cuyas revistas Para Ti (femenina), El Gráfico (deportiva) y Billiken (infantil-escolar) crecerán ininterrumpidamente desde el comienzo de la década de 1920, marcando en lengua española notables records en tiraje y promedio de lectores. Para Ti, por ejemplo, incrementa sus venta en forma sostenida, pasando de los 6.3 millones ejemplares de 1921 a los 24,3 millones de 1933.
   El desarrollo del período de 1920-1930, el fortalecimiento del mercado interno, el desarrollo de la radio y el éxito del cine mudo, etc., harán de estos años una etapa de franca consolidación que se afirmará –a pesar de los coletazos de la crisis de 1929- a lo largo de la tercera década.
   Esta ve afirmarse, en efecto, a proyectos como Patoruzú (1936), la revista de humor y historieta creada por el dibujante Dante Quinterno (fundador a su vez de una editorial de revistas, que actualmente ocupa el cuarto lugar entre las empresas del rubro), como Pif-Paf (1937), una revista de historietas de concepción gráfica, moderna y de sólido impacto entre los lectores del género, como en su momento lo habían sido Tic-Bits y la pionera El Tony (1923) de Ramón Columba.
   Hacia 1940 el nuevo panorama revisteril parece totalmente desarrollado. Se cuenta con revistas femeninas como Para Ti, Rosalinda, El Hogar, Selecta, Vosotras, etc., de interés general como Atlántida o Mundo Argentino, de carácter gráfico como Ahora y Aquí Está, de información deportiva como El Gráfico y La Cancha, de notas y cuentos como Suplemento Semanal y Leoplán, de folletines e historietas como Rojinegro, Tic-Bits, Pif-Paf, El Tony, Figuritas, Patoruzú, etc., de cine y radio como Sintonía, Radiolandia, Antena, etc.
   Periodismo en gran medida nacional, aunque compre materiales al King Features Syndicate o admita la participación de alguna empresa extranjera como es el caso de Hay Bells (responsable de Rosalinda y Rojinegro), en el que se destacan dos vertientes en continuo crecimiento: las historietas, que culminarán en 1945 con Patoruzito de Dante Quinterno e Intervalo, de Columba, y el humor cuyo punto más alto es Rico Tipo (1944), revista que llegó a tirar más de 200 mil ejemplares y que puede señalarse como una de las cumbres del periodismo de crónica cotidiana y del humor gráfico nacional de tendencia costumbrista.
   Durante el peronismo, en el que Estado controla y realiza nuevas experiencias con las revistas, de lo que fuera Editorial Haynes, no se producen mayores novedades en este campo, salvo en lo que se refiere a la instalación en la Argentina de la Editorial Abril, empresa relacionada con técnicas y capitales italianos, que hoy se cuenta entre las más fuertes del país.
   Pero en los umbrales mismo de la década de 1960 comienza a advertirse algunos signos de cambio cualitativo en el marco de nuevas inversiones de capital extranjeros, de la vigorosa movilización del campo publicitario, de la internacionalización de los contenidos y técnicas gráficas, etc.
   Se Inicia por entonces el desarrollo de las revistas gráficas de interés general, consumísticas, impresas a todo color, como Siete Días (Abril) y Gente (Atlántida), ambas ubicadas en la actualidad a la cabeza de las estadísticas de tiraje, y paralelamente el de los semanarios de opinión y formación que se inspiran en las fórmula de Times o L’Express, como Primera Plana, Confirmado, Panorama, etc., destinados de manera preferente a una franja de público más restringida y con mayor nivel socioeconómico.
   En este marco general –entre 1955 y 1965 aproximadamente- se verifica el notable desarrollo de la fotonovela (Anahí, Nocturno, entre algunos ejemplos representativos), y se produce al mismo tiempo el sensible deterioro del rubro historietas nacionales, desplazadas por su similar mexicano-norteamericano, circunstancias que provoca el éxodo de los valiosos dibujantes y guionistas que lo habían alimentado hasta el momento. Se interrumpe, asimismo, el éxito de la línea de humor liderada por Rico Tipo y más tarde por Tía Vicenta, línea que no volverá a protagonizar fenómenos de alta tirada hasta la aparición de Hortensia y Satiricón, entre 1971 y 1972, respectivamente.
   Es a partir de esta etapa que la producción de revistas termina por concentrarse en cuatro editoriales, dejando cada vez menos margen a los proyectos aislados. Hoy, de las 532 revistas que se editan en Argentina el 20% de los títulos cubren el 80 por ciento de las tiradas. De estos 100 títulos, a su vez, aproximadamente un 70 por ciento se concentra en cuatro editoriales: Atlántida, Abril, Julio Korn y Quinterno.
   Dentro de este espectro la producción se estabiliza hasta 1974, año en el cual se llegó a un volumen bruto de circulación del orden de 340 millones de ejemplares, con una venta de 290 millones y una colocación en el exterior de 22 millones.
   Luego de la crisis de 1975 el rubro revisteril fue el más castigado de los medios. Sus ventas bajaron en un 40 por ciento, provocando un estancamiento del cual todavía no se ha salido. Campo muy sensible a los cambios generales, parece comenzar a vislumbrar nuevos proyectos y estos pueden acentuar las pautas consumísticas afirmadas a partir de 1960, o retornar hacia la tradicional revisteril autónoma que en otras épocas se destacó por su gran capacidad de creación y su contacto vivo y actuante con el mercado popular.

(Rivera, Jorge B., y Ford, Aníbal, “Los medios masivos de comunicación en la Argentina, en Medios de Comunicación y Cultura Popular, Bs.As, Legasa, 1985).   
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  Análisis e información en el circuito de las revistas

   El periodismo, entre nosotros, ha cumplido una labor eminentemente precursora en los campos de la producción de cultura popular y del análisis o la historia de sus múltiples expresiones, fenómenos y productos.
   En líneas generales las revistas especializadas o no contienen abundante material de calidad muy disparar sobre prácticamente la totalidad de las formas, productos  y fenómenos de la cultura popular y los medios de comunicación. Dan cuenta de una época y sus tensiones en punto a la política, la economía, la sociedad y la cultura, etc.
   El rastreo pormenorizado de una extensa conciencia registrada por diarios y revistas desde el siglo pasado permitiría recomponer una serie de historias de las que carecemos y cuya importancia no parece accesoria: una historia, por ejemplo, de la radiotelefonía, o de la cultura popular, o del periodismo o del papel de la mujer, entre otra extensa lista de temas y tensiones.
   No faltan, por ciento, revistas especializadas que permitirían reconstruir una casuística más o menos completa de la radio y el cine desde los años ’30, como Micrófono, Antena y Radiolandia, entre otras. Y algo similar se puede decir a propósito de la televisión a partir de publicaciones como TV Guía y sus similares.
   El examen de esas publicaciones serviría, fundamentalmente, para la etapa heurística, en términos de precisar y catalogar los aspectos fácticos más relevantes, aspectos de los que sólo han quedado huellas entre sus páginas, en la mayoría de los casos.
   El desarrollo de la investigación y de la reflexión sobre los medios y la problemática cultural ha estimulado, no obstante, por lo menos a partir de los años ’60, un mayor y más vigoroso trabajo de las facetas críticas y analíticas del asunto, inclusive en publicaciones no destinadas a un público de especialistas o iniciados en las ciencias humanas y sociales.
   Pero el advenimiento de una publicación especializada que fuese al mismo tiempo “popular” (en el sentido de circular por medio del sistema de quioscos) y “rigurosa”  (por su tratamiento crítico), es un hecho relativamente tardío, que ser verifica recién hacia fines de 1978, con la aparición de Medios y comunicación, dirigida por Raúl N. Barreiros.
   No faltaron hasta entonces, por cierto, las publicaciones capaces de de abordar el tema o los temas en análisis desde una perspectiva científica o político – cultural más rica e iluminadora, pero se trataba generalmente de revistas destinadas a circuitos restringidos y altamente especializados.
   En su momento lo fueron Lenguajes, también Comunicación y cultura y en un sentido más amplio Los libros o revistas culturales como Crisis durante el período 1973-1976 o de publicaciones circunscritas a géneros específicos como Gente de Cine, Flashback o LD, la sofisticada fumetológica de Oscar Masotta.
   Medios y comunicación tendió más bien a amalgamar géneros y tendencias analíticas procurando un acercamiento más concreto y operativo con el “consumidor medio”  de la industria cultural.
   Algo así como un lector hastiado de los “romances” y de la frivolidad de las revistas de consumo, y ansioso por encontrar algunas pistas críticas para orientarse en ese enmarañado universo de apelaciones audio-visuales y emocionales que le proponían los medios.
   En los 18 números que aparecieron entre noviembre de 1978 y octubre de 1982 la revista de Barreiros trató, con mayor o menor fortuna, de convertirse en una suerte de herramienta cultural, menos atenta al ensayo puramente teórico que a la presentación crítica de una amplia gama casuística relacionada con la televisión, el cine, la radio, el periodismo, la música, el teatro, etc.
   En esas 18 entregas e habló de la especificidad de lo electrónico, del lenguaje elusivo, de las emisoras de frontera, de la censura y las listas negras, de Alberto Migré, del sensacionalismo periodístico de la televisión-color, de las revistas femeninas, de los programas cómicos, de las utopías periodísticas, del teatro, de los semanarios de actualidad, etc., sin omitir el género de las historietas, al televisión en circuito cerrado, la novela policial, la guerra de Malvinas y sus derivaciones informativas, la publicidad, los semanarios juveniles, la manipulación del receptor, la ley de radios, Clemente, la marginalidad, el rock nacional, etc.
  
Las revistas Lenguajes y Comunicación y cultura

   En octubre de 1970 se crea en Buenos Aries la Asociación Argentina de Semiótica, bajo la presidencia de Eliseo Verón, con lo cual se convierte en la segundad entidad nacional tras la fundación de la Asociación Internacional de Semiótica en 1969 y la creación de la sociedad italiana correspondiente.
   Una de las contribuciones más significativas de la Asociación en su primera etapa fue la publicación de la revista Lenguajes, cuyo primer número apareció en abril de 1974, con un Comité Editorial integrado por Juan Carlos Indart, Oscar Steimberg, Oscar Traversa y Eliseo Verón.
   Así como Lenguajes, pone el acento en el análisis semiológico de la producción social de la significación (más que en lo que denominamos “sociología de la cultura”), una revista contemporánea como Comunicación y cultura privilegiará, en cambio, una actitud más frontalmente “socio-política”, en relación con los fenómenos, procesos y prácticas de la comunicación masiva y de la cultura en general, frente a las presiones tutelares y magistrales de los centros internacionales de poder.
   Lenguajes, sin desconocer la situación misma de la dependencia cultural y la estructura de la dominación imperialista (antes bien poniéndola de relieve, tras la cortina cientificista de la semiología) examina los lenguajes, las comunicaciones masivas, los mensajes, los códigos y los discursos, en términos de “mercancías” nada “inocentes”, que portan en sus mecanismos de producción y circulación los signos de un proceso múltiple de mercado, de intercambio, de producción, etc.
   Comunicación y cultura, en su primera etapa argentina, se aproxima a los medios masivos y a la comunicación bajo las premisas de la lucha ideológica y desde una perspectiva fuertemente alternativista, con los medios entrevistos casi exclusivamente como “aparatos de difusión de ideologías” y con las prácticas comunicaciones en una dirección de franca ruptura con el dominio de las ideologías de poder.
   No es arbitrario, en consecuencia, que Lenguajes se subtitule, muy técnicamente, “revista de lingüística y semiología”, en tanto que Comunicación y cultura adopta el subtítulo de “la comunicación masiva en el proceso latinoamericano”.
   Tampoco es aleatorio que Comunicación y cultura apunte sus baterías polémicas sobre Lenguajes, a través de un artículo de Héctor Schmucler aparecido ene. Número 4 (cfr. “La investigación sobre comunicación masiva”, en Comunicación y cultura,  Nº 4, 1975, pp. 3-14). En esta revista Schmucler era co-director junto con Hugo Assmann y Armando Mattelart.
   De manera sintética podemos agrupar las objeciones de Schmucler (quien por otra parte reconoce con amplitud el carácter esencialmente “correcto” de la semiología, en tanto forma de abordaje) en media docena de grandes áreas complementarias:

1) La invocación de la neutralidad científica como justificación autosuficiente.
2) La sistemática impugnación de lo político como fuente de conocimiento político.
3) El reflotamiento anacrónico de la oposición ciencia/ideología.
4) La “ceguera” frente a la imposibilidad profunda de compatibilizar condiciones de producción de conocimiento en un contexto dependiente con técnicas metropolitanas de alta sofisticación.
5) La generación de un campo semántico político que en la práctica aparece negado por las realizaciones teóricas propuestas.
6) La negación de lo “político” desde el prestigio del “saber”.

   En ese mismo texto crítico Schmucler puntualiza la perspectiva teórico-política en que se ubica su propio interés por la investigación de la comunicación masiva: comienza por afirmar que la significación de un mensaje debe indagarse a partir de las condiciones y sociales en que circula, tomando principalmente en cuenta la particular experiencia sociocultural de los receptores.

Rivera, Jorge B., La investigación en comunicación social en la Argentina, Montevideo, Puntosur, 1987.

La segunda mitad del siglo XX

   Primera Plana (1962-1969), Crisis (1973-1976) y Humor (1978-1990).
   Este último semanario fue el único de estos tres que nació durante la última dictadura militar y circuló durante los ’80, ya en la etapa democrática, en medio de crecientes crisis social y desocupación.
   Primera Plana, dirigida por Jacobo Timermann, nació durante la presidencia de José María Guido (entonces presidente provisional del Senado), en medio de una disputa entre facciones del Ejército conocidas como Azules y Colorados. También era la época de proscripción al peronismo. Luego desarrolló su periodismo durante la gestión del radical Arturo Illía y dejó de salir en 1969, cuando hacía tres años que había usurpado el gobierno el general Onganía.
   El semanario le había sido encargado al propio Timermann por un grupo de coroneles azules luego de aquel enfrentamiento militar de septiembre de 1962. De allí que originalmente se pensara llamarlo Azul.
   No obstante su origen, la revista era mucho más que semanario político. Era una revista de temas generales que adoptó un estilo absolutamente novedoso en nuestro país. Su modelo eran las revistas norteamericanas, especialmente Newsweek.
   El semanario había creado desde el principio, una imagen maniquea y estereotipada de ambos bandos militares. Unos, los colorados, eran golpistas, antiperonistas “a muerte” y responsables de un Ejército deliberativo. Los otros, los azules, eran profesionalistas intachables y legalistas inquebrantables.
   En mayo de 1965, cuando comenzó la segunda etapa de la relación Gobierno-Fuerzas Armadas, la revista se transformó en el eco de la posición militar, en la vos del lobby golpista que impulsaba la intervención militar en Santo Domingo, el aumento del presupuesto militar y la necesidad de “dinamizar” la acción de gobierno.  A partir de allí, Illia pasó ser centro de sus críticas.
   Tras una intensa campaña golpista, el 30 de junio de 1966 realizó una edición extra para destinada a dar la bienvenida a la “Revolución Argentina” encabezada por Onganía.
   Respecto de los lectores de Primera Plana, se destacan las secciones de Economía y Negocios y la inclusión de columnistas especializados en administración de empresas y macroeconomía. Esto parece confirmar que el semanario estaba dirigido a empresarios y ejecutivos.
   El semanario también estaba dirigido a los intelectuales identificados con las corrientes culturales surgidos en esa década. Hacia ellos se dirigían las secciones Cultura y Artes y Espectáculos.
   Privilegiaba a la vanguardia del cine europeo, a la literatura norteamericana, a los escritores del “boom” latinoamericano, al teatro independiente y las nuevas formas culturales expresadas por el Instituto Di Tella.
   “El primer director del semanario, que ocupó el puesto hasta el año ’64 fue Jacobo Timernann y la financiación fundamental corrió por cuenta de la empresa IKA”, señalan Maite Alvarado y Renata Rocco-Cuzzi, en Primera Plana: el nuevo discurso periodístico de la década del ’60.
   Alvarado y Rocco-Cuzzi dicen que para Eliseo Verón, este semanario sería un hecho simétrico al de la publicación del Time en Estados Unidos y de Der  Spìegel en Europa, y no un fenómeno aislado.
   El fenómeno más amplio tiene que ver con una nueva situación sociopolítica creada por los procesos de industrialización en los que el peronismo primero y el desarrollismo después han jugado un papel preponderante.
   La aplicación de los aportes de estas disciplinas es más que significativa en la transformación del discurso periodístico de Primera Plana, cuyo primer número ya se abre con una encuesta titulada “¿Cómo son los argentinos?”.
  
Modernización del discurso periodístico

   El nuevo público de la revista, con gustos por la literatura norteamericana, es seducido por el juego ficcional que propone el semanario desde sus títulos, que son citas de otros títulos, en un afán de constante remisión al intertexto literario.
   La apertura digresiva y ficcionalizada que caracteriza al discurso político de la revista plantea una quiebra de la convención tradicional, según la cual las notas periodísticas se estructuraban en un orden fijo que respondía a las pregunta qué, cómo, cuándo y dónde.
   El uso de la raya de diálogo para transcribir las palabras que supuestamente habría dicho algún informante, inserta en estos comienzos novelados, es también señal de contaminación con el discurso literario.
   Otro de los rasgos ficcionales del discurso de Primera Plana lo constituye la profusión de indicios, detalles aparentemente superfluos pero con una fuerte carga informativa.
   En cuanto al tiempo discursivo, salta a la vista el uso dominante del pretérito imperfecto, tiempo privilegiado del relato de ficción, dosificado con el pluscuamperfecto y el pretérito perfecto.
   El semanario habría contaminado su  discurrir sobre los hechos de la política con procedimientos propios de la literatura para responder a los requerimientos de un “gusto de época”.
   El lector de Primera Plana –un iniciado en las formas recientes de la literatura, del cine y de las jergas del psicoanálisis y de la sociología- estaba solicitando también una transformación del lenguaje periodístico. La ficcionalización habría sido, entonces, la respuesta que se dio a estos requerimientos.
   La revista terminó clausurada por Onganía el 5 de agosto de 1969 y así fue devorada por el monstruo que había ayudado a crear.
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La otra Argentina en Crisis

   La popularidad que Crisis alcanza entre los sectores medios politizados durante los tres años transcurridos entre sus apertura (1973) y su cierre (1976), matizan su condición de revista cultural cuyo público suele ser más restringido.
   Es un período en que se registra una fuerte movilidad social; en 1969 se había registrado el “cordobazo”, aún gobernaba la dictadura que había usurpado el gobierno en 1966 y amplios sectores políticos, sociales, trabajadores y estudiantes reunidos alrededor del peronismo daban una lucha en todos los frentes por la vuelta de su líder, Juan Domingo Perón, que había sido derrocado en 1955 y estaba exiliado en España.
   En 1973 se registra el regreso definitivo de Perón, el 11 de marzo de ese año triunfa  la fórmula justicialista integrada por Héctor Cámpora -Vicente Solano Lima, quienes renuncian meses después y llaman a comicios en septiembre de ese mismo año, en que triunfa la fórmula que ahora sí encabeza Perón.
  La gran popularidad de Crisis puede acaso explicarse por el mecanismo mediante el cual sus integrantes construyen ese “nosotros” subyacente en toda empresa intelectual como ésta.
   En este caso, la certeza de compartir un horizonte ideológico marcado por el anticolonialismo y la utopía revolucionaria, instaura un mecanismo de mutuo reconocimiento entre editores y lectores a lo largo de un período enmarcado por el auge y la supresión del horizonte emancipador.      
   Esto parece haberle permitido funcionar como un espejo, bien que creativo, de las propias expectativas del lector; para éste seguramente, Crisis iba dejando paulatinamente de representar el proyecto de un grupo particular para ser interpretada como parte del proyecto colectivo.
   El “nosotros” de sus realizadores se iba fundiendo con el “nosotros” de la clase intelectual y de la juventud sensibilizada por ese horizonte utópico.
   Aníbal Ford [secretario de redacción de la revista] recuerda que en Crisisse sintetizaban, o mejor convergían, de manera bastante plural y en relación muy abierta y conversada con su público, diferentes líneas político culturales, periodísticas y laburantes”.
   Si bien su orientación ideológica predominante responde modo amplio a lo que podríamos calificar como una revista “de izquierda” de acuerdo a las pautas de la época, una lectura más atenta revela que en ella se dan cita distintos tipos de discursos ideológicos y de la cultura cuya convergencia expresa una voluntad dialógica.
   Como principio orientador, Crisis privilegia la noción de cultura en tanto sistema fundamentalmente dinámico. Otorga preferencia a aquellas expresiones que habiendo habitado el espacio difuso de la no-cultura, pasan ahora a formar parte de ella.
   Ford afirma que “hoy pareciera reconocérsele a Crisis un perfil más volcado a lo literario y cultural, pero no fue así. En el centro de nuestro trabajo estaban también otros ejes y también otros colaboradores. Basta con hojear lo publicado sobre multinacionales, nuevo orden informativo (…), tecnología, Malvinas, petróleo, política internacional, etc. Para ver que no era sólo una revista ‘cultural’”.
   En su voluntad de restablecer la inexistente legitimidad de los márgenes, aparece guiada por dos ejes directrices de aguda vivencia en el campo intelectual:
1-La mirada simultánea hacia el horizonte nacional y al latinoamericano. De esto último es ejemplo el interés de la revista por la revolución cubana, como expresión de los nuevos ecos por ella provocados en estos años de renacimiento del horizonte revolucionario en Argentina.
2-El considerable lugar otorgado a los autores y a los “relatos” del revisionismo histórico.
   Ambas vertientes atraviesan tres espacios que la revista procura incorporar al conjunto de imágenes circulantes en el imaginario social de esta etapa:
a- La cultura popular y el arte de vanguardia
b- La vida cotidiana de grupos sociales marginados.
c- La historia, la cultura y la sociedad de las regiones que un largo proceso ha situado en una posición periférica con respecto a Buenos Aires por una parte, y la escritura de un grupo de narradores provenientes de ellas, por otra.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        
   Eduardo Galeano [director editorial de la revista] dice que Crisis “estuvo siempre centrada en la cultura argentina y latinoamericana y en la difusión de sus voces más reveladoras (…). Ningún tema nos era ajeno (…). Hubo siempre un lugar de privilegio para todo lo que ayudara a desenmascarar la realidad pasada y presente y todo lo que ayudara a descubrir la capacidad de maravilla de tierras y gentes despreciadas por la cultura oficial”.
   A partir de 1955 [año en que el golpe de estado dado por la dictadura de Aramburu y Rojas destituye al gobierno peronista] el interior se convierte en centro de reflexiones de distintas instituciones de Buenos Aires. La tradicional exclusión que Buenos Aires ejerce respecto de la literatura del interior queda con Crisis suprimida.      
   La recuperación de la cultura popular era ya un código vigente en las revistas culturales de principios de la década como Hoy en la cultura o El escarabajo de oro.
   La revista profundiza saberes culturales originales, artículos sobre mitos indígenas orales, la supervivencia del tango en el universo simbólico de las clases populares. Por otro lado, propone anular los límites entre arte popular y arte de vanguardia.
   La segunda vertiente que Crisis busca reinsertar en la memoria de sus lectores consiste en un conjunto de grupos carentes de legitimación social: los inmigrantes provenientes de los países limítrofes, paraguayos, bolivianos, chilenos, refugiados en villas miseria; los oficios terribles a que están expuestos esos grupos; los internos de hospicios a quienes la sociedad ha recluido y silenciado.
   Como publicación cultural, Crisis está destinada no sólo a generar opinión sino a emitirla: a lo largo de sus páginas privilegia el rescate de aquellos sucesos históricos y protagonistas de la historia que el revisionismo hace emerger de los márgenes del relato  liberal-conservador como el federalismo y sus caudillos.
   La labor de Crisis sobrevive unos meses al golpe militar de marzo de 1976. Su cierre, debido a las amenazas, la censura y el riesgo de sus realizadores, puede ser interpretado como la clausura  de un período iniciado en 1955. Circuló mensualmente entre mayo de 1973 y agosto de 1976.
   En la primera época editó 40 números de alrededor de 80 páginas. Entre mayo y junio de 1975 tuvo un tiraje de 34 mil ejemplares. Se distribuyó en la mayoría de las provincias y se ofreció en librerías de Bolivia, México, Perú, Uruguay, y Venezuela.
   En abril de 1986 Crisis inicia una segunda época  con algunos de sus antiguos realizadores como Federico Vogelius [director ejecutivo desde la primera época]. Colaboradores de esta revista como Rodolfo Walsh y Haroldo Conti están desaparecidos desde la última dictadura militar.

La revista Humor
   La revista Humor apareció durante la última dictadura militar. Fiel continuadora del
estilo irreverente, ingenioso y zafado de Satiricón, comenzó a circulare a mediados de 1978 y dejó de hacerlo en los inicios del menemismo.
   Congregó las voces y el ingenio de los que se oponían al gobierno militar, provocando con sus urticantes tapas a los censores de turno.
   El director de la publicación, Andrés Cascioli, que esperaba vender en su lanzamiento a lo sumo 40 mil ejemplares, se encontró con la sorpresa de que para 1981 ya rondaba los 220 mil.
   Humor atraía principalmente a los lectores jóvenes con filosos artículos redactados por Luís Gregorich o Jorge Sábato, además de los excelentes dibujos de Grondona White, Tabaré, Yibuti, Miura.
   Sus tapas, de un humor punzante, tuvieron a mal traer al régimen militar, que llego a secuestrar sus ediciones por un decreto del PEN.
   La antipática medida, que ganó la reprobación de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), no impidió el éxito de una publicación que había llegado para quedarse y por mucho tiempo.
   La revista, que durante la dictadura había tenido un fuerte tono opositor, al llegar en octubre de 1983 el gobierno del radical Raúl Alfonsín, perdió aquel perfil y sus páginas pasaron a contener un inocultable tufillo alfonsinista, la causa principal de pérdida de lectores.
   Humor comenzaba así a circular a contramano de los cambios que se iban registrando a grandes pasos entre las inclinaciones de la clase media, la franja de lectores que tenía la revista. Porque mientras ciertos sectores medios comenzaron a inclinar la balanza electoral a favor del peronismo, la revista insistía con una tendencia cada vez más antiperonista. El radicalismo en el gobierno había perdido a manos del justicialismo las elecciones de renovación parlamentaria de 1987. 
   La reducción de su tiraje marchaba paralela a la pérdida de apoyo popular del gobierno de Alfonsín, para dejar de circular cuando ya el menemismo estaba instalado en el gobierno.

Actualidad

   Castigado por la crisis, la desocupación y la pérdida de poder adquisitivo de amplios sectores de la sociedad, el mercado actual de las revistas no escapa al estado general de la Argentina.
   Las revistas culturales restringieron sus tiradas y otras desaparecieron tras la crisis económica y política del 2001, un estado de cosas que también afectó al resto del mercado editorial.
   Entre las revistas de política, Noticias o Veintitrés, navegan por un sendero de mediocridad, aunque la primera desarrolla un rol “opositor” desde la “centroderecha” y la segunda ejerce un oficialismo a ultranza desde la “centroizquierda”.
   Durante 2005 la última de las revistas realizó acuerdos con directivos de diarios de provincia para circular con estos en sus ediciones dominicales, al mismo precio del diario, con el propósito de captar publicidad oficial y privada.
   Sin embargo, estas dos revistas no sólo se ocupan de asuntos políticos, sino que también poseen secciones de economía, libros, cine, información general. Noticias además contiene dos páginas dedicadas a mostrar fotos de personajes de la farándula, empresarial, la moda y el espectáculo.
    La inversión publicitaria realizada por Presidencia de la Nación, durante el período ENE-AGO 2004, respecto al 2003 es de casi 56 millones de pesos: el 28.5% fué a Diarios de Capital e Interior, 8.6% a Radios AM - FM, 62.8% a la TV Capital – Interior- Cable y el 0.1% a las Revistas, según cifras del Indice de Confianza del Consumidor.
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