domingo, 7 de octubre de 2012

Una buena entrevista

   
                       
Por Jorge Halperín

      ¿Cómo reconocemos una buena entrevista periodística? De muchas formas.
Sabemos que una entrevista es buena porque ha conseguido un inteligente equilibrio entre información, testimonios y opiniones.
      Pero una entrevista puede sorprendernos por razones diferentes. Por ejemplo, cuando nos muestra la cara oculta de la luna: nos trae el costado impensado de una figura conocida, o, al contrario, ilumina una existencia singular que hasta ese momento ha permanecido en el mundo de los seres “anónimos”.
     Una entrevista puede ser muy buena porque captura un momento muy especial de un gran personaje. Celebramos el goce que nos produce una entrevista cuando
nos trae la atmósfera del encuentro y la vibración del personaje hasta un punto en que alcanzamos a “verlo” desde las páginas del diario.
     La entrevista es buena cuando nos descubre y revela, cuando los diálogos nos atrapan, cuando el periodista ha acompañado el vuelo de su entrevistado, y ha logrado disparar —o, al menos, no interfiere en— la imaginación del personaje. También,
cuando podemos paladear las palabras, que no siempre ingresan en el texto escrito sin resignar su tono coloquial.
     En los géneros de la entrevista política, una entrevista es buena cuando el periodista tiene una actitud de “sospecha informada” (como lo describe mi colega Oscar Raúl Cardoso, aludiendo a la necesidad de que el periodista político sea desconfiado pero se provea de una información profunda antes de sentarse
a dialogar).
     Aunque, pensándolo un poco, harán muy bien el entrevistador cultural, el de Deportes, Espectáculos o Sociedad en actuar con la sospecha informada. Estudiar cuidadosamente a su entrevistado, incluso dejarse seducir por el personaje aunque sin
abandonar un estado de alerta. No someterse a lo literal, y sospechar segundos sentidos que, finalmente, nos pueden ayudar a “atrapar” al sujeto.
     Algunos diálogos cobran un vuelo literario y consiguen llevar el género a su estadio superior: la entrevista como la más pública de las conversaciones privadas.

* Reproducción parcial del Prólogo para Diálogos, libro de entrevistas publicado
por El País Cultural (El País, de Montevideo).

La entrevista periodística


-"¿Quiere hacerme más preguntas?", inquirió Trotsky amablemente.
-"Una sola, pero temo que sea indiscreta. ", (Sonríe y me indica con un gesto que prosiga.)
-"Algunos diarios afirman que hace poco vinieron a verlo unos agentes enviados por Moscú para pedirle que vuelva a Rusia.",
(Su sonrisa se hace más amplia) .
-"Es falso, pero conozco el origen de ese rumor. Se trata de un artículo mío, publicado por la prensa norteamericana hace un par de meses. Yo diría, entre otras cosas, que dada la situación existente en Rusia, estaría dispuesto a servir al país si lo amenaza cualquier peligro." ,
(Está tranquilo y silencioso. )
-"¿ Volvería usted al servicio activo?"
Asiente con la cabeza...

        El novelista belga George Simenon viajó en junio de 1933 a la isla de Prinkipo, frente a Estambul, para entrevistar a León Trotsky en su exilio. El fundador del Ejército Rojo había puesto la condición de que le enviara sus inquietudes por escrito y Simenon lo hizo pero advirtiendo que le resultaba difícil formular preguntas precisas y que su foco de interés estaba en conocer su opinión sobre "los nuevos grupos humanos que surgen en esta época de turbulencia".  Trosky respondió también por escrito, pero luego admitió continuar  con este diálogo que Simenon relató en su nota publicada en el “Paris Soir”, para el que entonces era corresponsal especial.
        La entrevista es la seducción, la perspicacia, la inteligencia, la osadía. Es la negociación, la incomodidad, la sorpresa, la batalla de sentidos.  La entrevista es, al fin, el arte del vínculo, como sostiene el periodista Jorge Halperin, y es en el creativo y sólido despliegue de este intercambio (antes, durante y luego del diálogo)  donde surge la potencia periodística del género.
       Como la  forma literaria del diálogo inventada por los griegos 400 años antes de cristo para divulgar principios filosóficos, a través del mecanismo de interlocutores antagónicos, la entrevista periodística mantiene hoy el precepto de transmitir conocimiento. Y en eso reside el rol social de este género informativo que se muestra tan íntimo y privado, pero que adquiere una función en la implantación de “discursos de autoridad” para una comunidad y en un contexto histórico determinado.
        La entrevista periodística masifica la voz de determinados locutores, dándola a conocer a un buen número de lectores/oyentes/televidentes e instituyéndole un papel social. La opinión del entrevistado (un personaje socialmente significativo por su actividad, profesión o posición de poder) pasará a ocupar (o ratificará su espacio), a través de su publicación en el medio de comunicación, el universo de modelos de pensamiento que constituyen una sociedad, que hacen a sus normas de convivencia, que plantean parámetros de aceptación y de juzgamiento.
       La entrevista mantiene la notoriedad pública de algunas posiciones sociales, tal como sostiene la investigadora Ana Atorresi, porque confiere, refuerza y socializa el prestigio de un entrevistado. Y también contribuye a generar la identificación con el universo de ideas y opiniones del personaje, puesto que al difundirlo está reconociendo y corroborando su autoridad y distinción dentro de la sociedad (y reforzando, por consenso u oposición, los rasgos esenciales de la ideología dominante).
      
      
      

La confrontación

      La relación entre entrevistado y entrevistador es asimétrica. Hay una captura simbólica del otro, hay una pregunta que orienta e intenta controlar la respuesta. Y que obliga a una reacción, (“la pregunta es fascista”, denunció Milan Kundera), ya sea de cooperación o de resistencia pasiva o incluso explícita.
     Preguntar es detener por un instante el mundo y someterlo a un examen. Desde la inmolación de Sócrates, el gran preguntador, el tábano de los griegos, hasta nuestros días, las preguntas son socialmente más incómodas que las respuestas. Pertenecen, claro al campo de lo incierto y, en consecuencia, es comprensible que puedan desatar cortocircuitos, sostiene Jorge Halperín en su libro La Entrevista Periodística.
      En esta puja dialógica es donde se ponen a prueba las cualidades de un buen entrevistador: la curiosidad, la habilidad para escuchar y repreguntar, la capacidad para no anteponer su opinión por sobre la del interlocutor en cuanto al tema abordado;  la tolerancia con las diferencias políticas, sociales e ideológicas; el conocimiento adecuado del personaje (su trayectoria y hasta su temperamento) pero también de la realidad política, social y económica que los enmarca; la facultad para ser incisivo pero no agresivo, para manejar los climas, los tiempos y los silencios; la inteligencia de poner en juego un buen cuestionario.
         Y también en esta puja dialógica subyacen los condicionamientos del entrevistado. No solamente habla para el interlocutor físico, sino también en cada respuesta y abordaje del tema está pensando en los miles de lectores que puede convencer y en sus colegas que juzgarán sus palabras, en las personas que influyen en su actividad y en su vida y en la repercusión que sus dichos tendrá en la realidad de la sociedad. El entrevistado tratará de convencer con sus respuestas, de controlar el juego de seducción puesto en práctica por el buen entrevistador, limitar las fisuras y contradicciones de su discurso, controlar su intimidad.
     El buen trabajo de los contendientes dará como resultado la buena entrevista.

 Por qué, para qué
     La entrevista no escapa a la esencia del periodismo: contar historias. Pero aquí la estrategia cambia, el sujeto narrador será el personaje – que revelará lo interesante- y también el periodista –que tendrá que lograr esa revelación y encaminar el relato que genere interés en el lector-. Dos narradores que  construirán una conversación que tendrá la cotidianeidad del intercambio verbal entre las personas, pero con una estricta normativa institucional donde las posiciones de uno y otro no son intercambiables, los temas a abordar pueden tener limitaciones e incluso están latentes las infracciones.
     Este juego de confrontación, entonces, se merece buenas razones para ser desplegado.  Y la primera de ellas debería ser elegir un buen personaje para entrevistar (porque es representativo de un sector social, de una escuela de pensamiento; porque tiene autoridad intelectual para hablar sobre determinada cuestión; porque es interesante, curioso, polémico; porque puede aportar ideas valiosas a la comunidad). La segunda, tener en claro los objetivos de la conversación: desde una revelación o una denuncia en boca del entrevistado,  pasando por el debate que su forma de pensar puede disparar en el seno de la sociedad, hasta bucear más profundamente en su personalidad y/o intimidad.
     Gran parte del camino, entonces, estará hecho. Las preguntas luego traerán las conjeturas, las hipótesis, las inquietudes y las perspectivas. La sagacidad del guía-entrevistador generará  el clima y el escenario para que el personaje se confiese, se contradiga,  profundice, navegue en el debate, se silencie. La apropiación de la palabra quedará materializada en el texto. Y con ella la utopía de la transparencia. La palabra  ya está fuera del marco de su enunciación, de su contexto y de su tiempo. Pero el relato buscará restituir la escena.


Bibliografía:

- ARFUCH, Leonor. La entrevista, una invencion dialógica, Paidós, Barcelona, 1995.
- HALPERIN, Jorge. La entrevista periodística. Paidós, Buenos Aires, 1995.
- ATORRESI, Ana. Los géneros periodísticos. Ediciones Colihue. Buenos Aires, 1996.

Entrevista a Subcomandante Marcos


Por Gabriel García Márquez y Roberto Pombo. ( 25 de marzo de 2001)

El subcomandante Marcos llegó en 1984 a la selva lacandona de Chiapas, en el sureste de México, y allí vivió durante 17 años con las comunidades indígenas tzotziles y tzeltales hasta el 11 de marzo pasado, cuando la marcha que encabezó y que cruzó medio país remató con una manifestación gigantesca en la Plaza de la Constitución -mejor conocida como el Zócalo- de Ciudad de México.
En ese lugar, cargado de un enorme peso histórico, el jefe del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, sin un arma encima, hizo oficial la decisión de su movimiento de hacer política por las buenas. Desde ese día los mexicanos tienen el alma en vilo, pues saben que en buena medida el destino del país depende del éxito o del fracaso de las gestiones de este misterioso hombre encapuchado y del puñado de comandantes que componen su estado mayor. Su misión es lograr la aprobación de una ley de derechos para los indígenas y sentar al Gobierno de Vicente Fox, cara a cara, en una mesa de negociación.
Marcos se instaló con su gente en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), al sur de la ciudad, cuyos salones de clase improvisados como dormitorios y recintos de reuniones se han convertido en el centro de la atención de la opinión pública mundial, debido a la importancia de sus inquilinos actuales y a la catarata de noticias de implicaciones definitivas que se generan allí minuto a minuto.
El subcomandante de los zapatistas no había logrado que el Congreso le permitiera exponer su criterio sobre la ley de los indígenas ante los diputados en pleno, pues la división de opiniones en todos los partidos políticos impedía alcanzar cualquier consenso frente al tema. Al final, el jueves, se abrió una luz de esperanza cuando el Congreso aprobó, en una votación apretada, la propuesta de oírlo. Entre tanto, Marcos y el presidente Fox buscaban sin éxito ponerse de acuerdo sobre cuál es la mejor manera de dar el primer paso para iniciar en firme el proceso de conversaciones de paz entre la guerrilla y el Gobierno.
La semana pasada terminó en un suspenso tremendo. Antes de la decisión del Congreso, los zapatistas habían anunciado su determinación de regresar a Chiapas por considerar que la clase política se estaba cerrando al diálogo, y para atajarlos Fox había respondido con la orden de levantar los puestos de vigilancia militar en la zona del conflicto y con el anuncio de que liberaría al resto de los guerrilleros que aún están en prisión. El temor que generaba el ingreso zapatista a Ciudad de México para exigir los derechos de los indígenas parecía haber sido superado por la inquietud que producía la posibilidad de que regresaran a su tierra con las manos vacías.
A través de una cadena de mensajes con amigos comunes, el subcomandante Marcos aceptó hablar con los periodistas de Cambio. La cita era a las 9:30 de una noche de la semana pasada. La entrada principal de la Escuela de Antropología está protegida por agentes de la policía, y un grupo de estudiantes, que hace guardia las 24 horas del día, vigila los salones de clase donde están los zapatistas. Después de atravesar los dos anillos de seguridad, llegamos al lugar de la reunión donde no había más que una mesa y tres sillas. Cinco minutos más tarde llegó Marcos y habló con nosotros.

Después de siete años de que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional anunció que un día entrarían triunfantes a Ciudad de México, usted entra a la capital y encuentra el Zócalo completamente lleno. ¿Qué sintió al subirse a la tarima y ver ese espectáculo?
Siguiendo la tradición zapatista de anticlímax, el peor lugar para ver una manifestación en el Zócalo es el templete. Había mucho sol, mucho smog, teníamos dolor de cabeza y estábamos muy preocupados contando a las personas que se iban desmayando delante de nosotros. Yo le comentaba a mi compañero, el comandante Tacho, que debíamos apurarnos porque cuando empezáramos a hablar nosotros no iba a quedar nadie en la plaza. No alcanzaba a verse toda la extensión. La distancia que teníamos por seguridad respecto a la gente, era una distancia también emotiva, y no nos enteramos de lo que pasó en el Zócalo hasta cuando leímos las crónicas y vimos las fotos al día siguiente. En ese sentido, y ya valorando sobre lo que otros nos dicen que fue, sí pensamos que fue la culminación de una etapa, que nuestro discurso, nuestra palabra en ese día era la apropiada y la más acertada, que desconcertamos a sectores que hubieran esperado que fuéramos a tomar el Palacio o a llamar a una insurrección generalizada. Pero también a los que pensaban que nuestro discurso se iba a limitar a la cuestión poética o lírica. Creo que el balance conseguido fue suficiente y que de una u otra forma el EZLN estaba hablando en el Zócalo el 11 de marzo, pero no del 2001, sino que estaba hablando de algo que estaba todavía por completarse: ese sentimiento que significa que la derrota definitiva del racismo se convierta en una política de Estado, en una política educativa, en un sentimiento de toda la sociedad mexicana. Como que eso ya está resuelto ahí, pero falta todavía algún trecho. Como decimos los militares, la batalla estaba ganada, pero todavía había algunos combates que dar. Creo, finalmente, que el Zócalo del día 11 de marzo nos decía que había sido acertado dejar las armas a un lado, que no era eso lo que provocaba que tuviéramos interpelación con la sociedad, que la apuesta a una movilización pacífica era correcta y que daba resultados. Falta que el Estado mexicano lo entienda, que el gobierno en concreto lo entienda.

Usted utilizó la expresión "como decimos los militares". Para los colombianos que hemos oído a nuestra guerrilla, el suyo no suena como un discurso militar. ¿Qué tanto de militares tienen usted y su movimiento, y cómo describe la guerra en la que ha luchado?
Nosotros nos hicimos dentro de un ejército, el Zapatista de Liberación Nacional. La estructura es militar. El subcomandante Marcos es el jefe militar de un ejército. En todo caso nuestro ejército es un ejército muy otro porque lo que se está proponiendo es dejar de ser ejército. El militar es una persona absurda que tiene que recurrir a las armas para poder convencer al otro de que su razón es la razón que debe proceder, y en ese sentido el movimiento no tiene futuro si su futuro es el militar. Si el EZLN se perpetúa como una estructura armada militar, va al fracaso. Al fracaso como una opción de ideas, de posición frente al mundo. Y lo peor que le podría pasar, aparte de eso, sería que llegara al poder y se instalara como un ejército revolucionario. Para nosotros sería un fracaso. Lo que sería un éxito para una organización político-militar de las décadas del ’60 y del ’70, que surgió con los movimientos de liberación nacional, para nosotros sería un fracaso. Nosotros hemos visto que finalmente esas victorias eran fracasos o derrotas ocultas detrás de su propia máscara. Que lo que estaba pendiente siempre era el lugar de la gente, de la sociedad civil, del pueblo. Que finalmente es una disputa entre dos hegemonías. Está un poder opresor que desde arriba decide por la sociedad, y un grupo de iluminados que decide conducir al país por el buen rumbo y desplaza a ese otro grupo del poder, toma el poder y también decide por la sociedad. Para nosotros esa es una lucha de hegemonías, y siempre hay una buena y una mala: la que va ganando es la buena y la que va perdiendo es la mala. Pero para el resto de la sociedad, las cosas no están cambiando en lo fundamental. En el EZLN llega un momento en que se ve rebasado por lo que es el zapatismo. La E de la sigla queda empequeñecida, con las manos amarradas, de tal forma que para nosotros no sólo no significa una carga movilizarnos sin armas, sino que en cierto sentido también es un alivio. De hecho, la fajilla pesa menos que antes y sentimos que pesa menos la parafernalia militar que necesariamente lleva un grupo armado a la hora del diálogo con la gente. No se puede reconstruir el mundo, ni la sociedad, ni reconstruir los estados nacionales ahora destruidos, sobre una disputa que consiste en quién va a imponer su hegemonía en la sociedad. El mundo y en concreto la sociedad mexicana, está compuesto por diferentes, y la relación se tiene que construir entre esos diferentes con base en el respeto y la tolerancia, cosas que no aparecen en ninguno de los discursos de las organizaciones político-militares de las décadas del 60 y del 70. La realidad ha llegado a pasar la cuenta como siempre ocurre, y para los movimientos armados de liberación nacional el costo de la factura ha sido muy alto.

Usted parece tener diferencias con la izquierda tradicional también en cuanto a los sectores sociales que los grupos representan. ¿Eso es así?
Voy a señalar a grandes rasgos dos vacíos de la izquierda latinoamericana revolucionaria. Uno de ellos es el de los pueblos indios, de los que somos partícipes, y otros son los grupos supuestamente minoritarios. Aunque si todos nos quitáramos el pasamontañas no serían tan minoritarios, como son los homosexuales, las lesbianas, los transexuales. Esos sectores no sólo son obviados por los discursos de la izquierda latinoamericana de esas décadas y que todavía hacen carrera en el presente, sino que también se ha propuesto el marco teórico de lo que entonces era el marxismo-leninismo: prescindir de ellos y verlos como parte del proceso que debe ser eliminado. El homosexual, por ejemplo, es sospechoso de traidor, es un elemento nocivo para el movimiento y para el Estado socialista. Y el indígena es un elemento de retraso que impide que las fuerzas productivas... bla, bla, bla. Entonces lo que corresponde es eliminar esos sectores, para algunos en centros de reclusión o de reeducación, y para otros su asimilación en el proceso productivo y su transformación en mano de obra calificada. Proletarios, para ponerlo en esos términos.

Los guerrilleros suelen hablar en nombre de las mayorías. Sorprende que en su discurso usted habla en nombre de las minorías, cuando podría hablar del pueblo pobre o explotado. ¿Por qué lo hace?
Toda vanguardia se supone que es representante de la mayoría. En nuestro caso pensamos que eso no sólo es falso sino que, en el mejor de los casos, no va más allá de un buen deseo, y en el peor de los casos es un claro ejercicio de suplantación. A la hora en que se ponen en juego las fuerzas sociales, se da cuenta de que la vanguardia no es tan vanguardia y de que los representados no se reconocen en ella. A la hora en que el EZLN está renunciando a ser vanguardia, está reconociendo su horizonte real. Creer que podemos hacer esto, que podemos hablar por éstos más allá de nosotros, es masturbación política. Y en algunos casos ni siquiera es eso porque ni siquiera se siente el placer del onanismo. Apenas el que se puede obtener en los panfletos que finalmente uno es el mismo que los consume. Estamos tratando de ser honestos con nosotros mismos y alguien puede decir que es un asunto de bondad humana. No. Podemos ser incluso cínicos y decir que ser honestos nos ha dado resultado cuando decimos que sólo representamos a las comunidades indígenas zapatistas de una zona del sureste mexicano. Pero nuestro discurso ha logrado tocar el oído de mucha gente más. Hasta ahí llegamos. No más. En todos los discursos que fuimos soltando a lo largo de esta marcha le estábamos diciendo a la gente y nos estábamos diciendo a nosotros mismos que no podíamos ni debíamos empezar a encabezar o a abanderar las luchas que íbamos tocando. Nosotros suponíamos que el México de abajo estaba muy a flor de piel, que había muchas injusticias, muchos reclamos, muchas heridas... En nuestras cabezas hacíamos la imagen de que cuando nuestra marcha iniciara teníamos que llevar un arado para ir levantando la tierra y que esto fuera surgiendo. Nosotros teníamos que ser honestos y decirle a la gente que no veníamos a encabezar nada de eso. Veníamos a encabezar esta demanda y con base en ésta se podían encadenar otras. Pero ésa es otra historia.

¿Los discursos de su marcha se fueron construyendo pueblo por pueblo hasta llegar al de Ciudad de México, o los diseñó desde el comienzo para ser dichos de esa forma, y que el último no fuera necesariamente el más fuerte?
Mire, está la versión oficial y la versión real. La oficial es que nos dimos cuenta en ese momento de que los teníamos que hacer, y la versión real es que el discurso se fue construyendo en estos siete años. Llega un momento en que el zapatismo del Ezln es rebasado ya por muchas cosas. Estamos respondiendo no a lo que éramos antes de 1994, tampoco a lo que fuimos en los primeros días de 1994 cuando estábamos combatiendo, sino que sentimos que hemos ido adquiriendo una serie de compromisos éticos a lo largo de estos siete años. Lo que ocurrió es que pretendiendo llevar un arado, que finalmente no lo conseguimos a la hora de la hora, bastaba el propio batallar de la planta del pie cuando íbamos caminando para que esto fuera brotando. En cada plaza les fuimos diciendo a todos: "no venimos a dirigirlos, no venimos a decirles qué hacer sino que venimos a pedirles ayuda". AUn así, a lo largo de la marcha recibimos legajos de reclamos que venían desde antes de la revolución mexicana en espera de que alguien resuelva el problema. Si pudiéramos resumir el discurso de la marcha zapatista hasta hoy, sería: "Nadie lo va a hacer por nosotros". Hay que cambiar las formas organizativas, e incluso rehacer el quehacer político para que esto sea posible. Cuando decimos "no" a los líderes, en el fondo también estamos diciendo "no" a nosotros.

Usted y los zapatistas están en la cima de su prestigio, acaba de caer el PRI en México, hay un proyecto de ley en el Congreso que crea un estatuto indígena, y puede empezar la negociación que usted plantea. ¿Cómo ve el panorama?
Como una lucha y una disputa entre un reloj que chequea el horario de ingreso de los empleados de una empresa, que es el reloj de Fox, y el nuestro que es un reloj de arena. La disputa es entre que nosotros nos acomodemos a ese reloj de chequeo y Fox se acomode al reloj de arena. No va a ser ni uno ni otro. Tenemos que entender, él y nosotros, que tenemos que construir otro reloj de común acuerdo, y que ese es el reloj que va a marcar el ritmo del proceso de diálogo y finalmente el de la paz. Estamos en el terreno de ellos, el de la sede del poder político, donde la clase política está en el medio en donde se desarrolla. Estamos con una organización perfectamente ineficaz a la hora de hacer política, al menos esa política. Somos torpes, balbuceantes y con buena voluntad. Del otro lado están los que manejan bien esos códigos. Es, otra vez, una disputa entre si el quehacer político va a ser el que dicte la clase política o el que nosotros traemos. Pienso, otra vez, que no va a ser ni uno ni otro. Cuando hicimos la guerra tuvimos que desafiar al Gobierno y ahora para construir la paz tenemos que desafiar no sólo al Gobierno sino a todo el Estado mexicano. No hay una mesa para sentarse a dialogar con el Gobierno. La tenemos que construir. El reto es que tenemos que convencer al Gobierno de que tenemos que hacer esa mesa, que debe sentarse y que va a ganar. Y que si no lo hace va a perder.

¿Quiénes deben estar en esa mesa?
Por un lado el Gobierno y por el otro nosotros.

¿Fox no está aceptando de hecho esa mesa cuando dice que quiere hablar con usted, y que lo recibe en Palacio o que hablan en el lugar que usted escoja?
Lo que él está diciendo es que quiere su parte del pastel mediático, porque no se ha convertido esto en un proceso de diálogo y negociación sino en una carrera de popularidad. Lo que quiere Fox es conseguir la foto para garantizar su presencia en los medios de comunicación. El proceso de paz no se construye con un evento coyuntural sino con un diálogo. Ese proceso no se construye con fotos, sino dando señales, sentándose y dedicándose a eso. Nosotros estamos dispuestos a hablar con Fox, si él se va a responsabilizar del diálogo y la negociación hasta que termine. Pero nosotros le preguntaríamos: ¿entonces, quién va a gobernar al país durante el tiempo en que esté reunido con nosotros, que será un proceso arduo? Bueno, qué les voy a decir yo a los colombianos de eso, si saben que los procesos de negociación y diálogo de un conflicto armado son escabrosos y que no es posible que el jefe del Ejecutivo se dedique de tiempo completo a eso. Que nombre un comisionado y sobre ese comisionado lo podemos construir. No hay afán. Nosotros no tenemos entre nuestros sueños húmedos una foto con Vicente Fox.

En ese proceso tan largo, ¿va a seguir así, vestido de guerrillero en un recinto universitario? ¿Cómo es un día suyo?
Me levanto, doy entrevistas y llega la hora de volver a dormir (risas). Hacemos interlocución con varios de estos grupos que le he mencionado. Un montón de mundos o submundos -depende de cómo estén perseguidos y marginados- que el discurso zapatista ha tocado. Lo que estamos haciendo es tener dos mesas y una de esas sillas giratorias y de rueditas que había cuando yo era joven. Estamos en este momento en una mesa con el Congreso de la Unión y en otra mesa con las comunidades de la Ciudad de México. Pero nos preocupa que el Congreso nos está dando el tratamiento que le da a cualquiera que pide ser atendido y le dicen que espere porque están atendiendo otros asuntos. Si esto es así, son muchas cosas las que se lastiman porque no sólo está en juego el reconocimiento de los derechos indígenas. Sería una carambola mala porque los golpeados serían muchos. La gente no va aceptar que la volteen a mirar sólo en la fecha electoral. Además sería una señal para los otros grupos político-militares más radicales, que han crecido con la bandera de que la negociación política es una claudicación.

Entre paréntesis, dice usted que había sillas giratorias cuando era joven. ¿Cuántos años tiene?
Yo tengo 518 años... (risas).

¿El diálogo que ustedes proponen busca la creación de nuevos mecanismos de participación popular para la toma de decisiones o están detrás de decisiones de Gobierno que consideran necesarias para el país?
El diálogo significa simplemente acordar las reglas para que la disputa que se da entre ellos y nosotros sea en otro terreno. Lo que está en la mesa del diálogo no es el modelo económico. Lo que está en juego es cómo nos vamos a disputar eso. Es algo que Vicente Fox tiene que entender. Nosotros no nos vamos a hacer foxistas en la mesa. Lo que la mesa tiene que construir es que este pasamontañas salga con dignidad y que ni yo ni nadie tenga que regresar a llenar esto de parafernalia militar. El reto es que no sólo tenemos que construir la mesa, sino que tenemos que construir al interlocutor. Tenemos que construirlo como un hombre de Estado y no como producto de la mercadotecnia o del diseño de los especialistas de imagen. No es fácil. Era más fácil la guerra. Pero con la guerra lo que es irremediable es mucho mayor. En la política siempre se puede remediar.

Su indumentaria es extraña: un pañuelo raído amarrado al cuello y una gorra deshecha. Pero a la vez lleva una linterna que aquí no necesita, un aparato de comunicaciones que se ve muy sofisticado y tiene un reloj en cada muñeca. ¿Son símbolos? ¿Qué significa todo eso?
La linterna es porque nos tienen metidos en un hueco donde no hay luz y el radio es para que mis asesores de imagen me dicten las respuestas a las preguntas de los periodistas. No. En serio. Este es un walkie talkie comunicado con seguridad y con nuestra gente en la selva para que nos comuniquen si hay algún problema. Hemos recibido varias amenazas de muerte. El paliacate (pañuelo) era rojo y nuevo cuando tomamos San Cristóbal de las Casas hace siete años. Y la gorra es con la que llegué a la selva lacandona hace 18 años. Con un reloj llegué a esa selva y el otro es de cuando empezó el alto el fuego. Cuando las dos horas coincidan significa que se acabó el zapatismo como ejército y que siguen otra etapa, otro reloj y otro tiempo.

¿Cómo ve a la guerrilla colombiana y en general el conflicto armado de nuestro país?
Desde acá veo muy poco. Lo que dejan filtrar los medios de comunicación: el proceso de diálogo y negociación que tienen ahora, las dificultades que surgen en ese proceso. Por lo que alcanzo a ver es un proceso de diálogo muy tradicional, no es novedoso. Están sentados los dos a la mesa y los dos están poniendo al mismo tiempo en juego sus fuerzas militares para construir posiciones ventajosas en la mesa. O al revés, porque no sabemos qué tiene cada quien en la cabeza. A lo mejor la mesa está produciendo situaciones ventajosas para los enfrentamientos militares. No hacemos mucho caso sobre las acusaciones de ligas con el narcotráfico porque no sería la primera vez que se le acusa a alguien de esas cosas y luego resulta que no es cierto. Dejamos el beneficio de la duda. No lo calificamos como bueno o malo, pero sí tomamos distancia como lo hacemos con otros grupos armados en México en cuanto que consideramos que no es ético que todo se valga por el objetivo del triunfo de la revolución. Todo, incluyendo llevarse entre las patas a civiles, por ejemplo. No es ético que la toma del poder cubra de bondad las acciones de cualquier organización revolucionaria. No creemos eso de que el fin justifica los medios. Finalmente nosotros pensamos que el medio es el fin. Construimos nuestro objetivo a la hora en que vamos construyendo los medios por los que vamos luchando. En ese sentido, el valor que le damos a la palabra, a la honestidad y a la sinceridad es grande, aunque a veces pequemos de ingenuos. Por ejemplo, el 1° de enero de 1994, antes de atacar al Ejército, nosotros le dijimos que lo íbamos a atacar. No nos creyó. A veces nos da resultado y a veces no. Pero a nosotros nos satisface que, como organización, nos vayamos construyendo una identidad.

¿Usted cree posible negociar la paz en medio de la guerra como sucede en Colombia?
Es muy cómodo y muy irresponsable opinar desde acá sobre lo de allá. Un proceso de diálogo y negociación no tiene éxito si las partes no renuncian a vencer. Si una de las partes utiliza el proceso de diálogo como un tour de force para ver quién derrota al contrario, el proceso de diálogo va a fracasar tarde o temprano. En ese caso, el terreno de la confrontación militar se está trasladando a la mesa. Para que el diálogo y la negociación tengan éxito necesitan partir los dos del precedente de que no pueden vencer al contrario. Hay que construir una salida que signifique la victoria para los dos, y en el peor de los casos que signifique una derrota para los dos. Pero que no siga la confrontación como está. Claro que es difícil, sobre todo en movimientos que tienen muchos años como es el caso de la guerrilla colombiana. Hay mucho ya lastimado de uno y otro lado y muchas deudas pendientes, pero creo que nunca es tarde para intentarlo.

¿Todavía, en medio de todos esos rollos, tiene tiempo para leer?
Sí porque, si no..., ¿qué hacemos? En los ejércitos de antes, el militar aprovechaba el tiempo para limpiar su arma y rehacerse de parque. En este caso, como nuestras armas son las palabras, tenemos que estar pendientes de nuestro
arsenal a cada momento.

Todo lo que dice, la forma en que lo dice y el contenido, demuestran una formación literaria muy seria y muy antigua. ¿Cómo se hizo y de dónde salió?
Tiene que ver con lo que fue nuestra niñez. En nuestra familia la palabra tenía un valor muy especial. La forma de asomarse al mundo era a través del lenguaje. No aprendimos a leer en la escuela sino leyendo los periódicos. Mi padre y mi madre nos metían rápidamente a leer libros que te permitían asomarte a otras cosas. De una u otra forma adquirimos la conciencia del lenguaje como una forma no de comunicarnos sino de construir algo. Como si fuera un placer más que un deber. Cuando viene la etapa de las catacumbas, frente a los intelectuales burgueses, la palabra no es lo más valorado. Queda relegado a un segundo plano. Es cuando llegamos a las comunidades indígenas, cuando el lenguaje llega como una catapulta. Te das cuenta de que te faltan palabras para expresar muchas cosas y eso obliga a un trabajo sobre el lenguaje. Volver una y otra vez sobre las palabras para armarlas y desarmarlas.

¿No será al contrario? ¿No será que ese manejo de la palabra es lo que permite esa nueva etapa?
Pasa como en una licuadora. No sabes qué fue lo que le aventaste primero, y lo que se tiene es el cóctel.

¿Podemos hablar de esa familia?
Era una familia de clase media. El padre, el jefe de familia, era maestro de escuela rural en la época del cardenismo cuando, como decía él, a los maestros les cortaban las orejas por comunistas. Mi madre, también maestra rural, finalmente cambia de lugar y se hace a una familia de clase media. Quiero decir que era una familia sin ninguna dificultad. Todo esto en provincia, donde el horizonte cultural es la página de sociales de un periódico. El mundo de afuera o el gran mundo era la Ciudad de México y sus librerías, porque eso era el gran atractivo de llegar acá. Eventualmente había ferias del libro en provincia, y ahí era donde podíamos conseguir algo. García Márquez, Fuentes, Monsiváis, Vargas Llosa (independientemente de cómo piense) para mencionar algunos a grandes rasgos, entran a través de mis padres. Nos ponen a leerlos. Cien años de soledad era para explicar lo que era la provincia en ese entonces. La muerte de Artemio Cruz, lo que había pasado con la revolución. Días de guardar, lo que estaba pasando en la clase media. De alguna forma era nuestro retrato pero desnudo, La ciudad y los perros. Todas esas cosas estaban ahí. Estábamos saliendo al mundo de la misma forma en que estábamos saliendo a la literatura. Yo creo que eso nos marcó. No nos asomábamos al mundo a través de un cable noticioso sino a través de una novela, un ensayo o un poema. Eso nos hizo muy otros. Ese fue el cristal que mis padres pusieron, como otro puede poner el cristal de los medios de comunicación, o un cristal negro para que no se vea qué está pasando.

¿En dónde está El Quijote en medio de todas esas lecturas?
Me regalaron un libro cuando cumplí 12 años, hermoso, de pasta dura. Era Don Quijote de la Mancha. Yo lo había leído pero en esas ediciones juveniles. Era un libro caro, un regalo muy especial que por ahí debe estar esperando. Shakespeare es el que llega después. Pero si pudiera dar el orden, diría que en literatura entra primero lo que se llamó como el boom latinoamericano, luego Cervantes, luego García Lorca, y ahí viene una etapa de poesía. De manera que usted (señala a García Márquez) es corresponsable de todo esto.

¿Los existencialistas y Sartre pasaron por ahí?
No. Llegamos tarde a todo eso. Propiamente a la literatura existencial y antes de ella a la literatura revolucionaria, llegamos ya muy maleados, como dirían los ortodoxos. De modo que a Marx y a Engels les entramos muy viciados por la literatura, su sarcasmo y su humor.

¿No había lecturas de teoría política?
En la primera etapa, no. Del A, B, C, D pasamos a la literatura y de ahí a los textos teóricos y políticos hasta que va entrando uno a la preparatoria.

¿Creían sus compañeros que era o podía ser comunista?
No, creo que no. Tal vez lo más que llegaron a decirme fue que era un rabanito: rojo por fuera y blanco por dentro.

¿Qué está leyendo ahora?
El Quijote es el que está de cabecera y por lo regular cargo el Romancero Gitano de García Lorca. El Quijote es el mejor libro de teoría política, seguido de Hamlet y Macbeth. No hay mejor forma para entender el sistema político mexicano en su parte trágica y en su parte cómica: Hamlet, Macbeth y El Quijote. Mejor que cualquier columna de análisis político.

¿Usted escribe a mano o en computadora?
En computadora. Sólo en esta marcha tuve que escribir mucho a mano porque no había tiempo de trabajar. Hago un borrador, después otro y otro y otro. Parece broma, pero es por ahí del séptimo cuando sale.

¿Qué libro está escribiendo?
Estaba intentando escribir un despropósito, que es tratar de explicarnos a nosotros mismos desde nosotros mismos, que es casi imposible. Lo que nosotros tenemos que contar es la paradoja que somos. Por qué un ejército revolucionario no se plantea la toma del poder, por qué un ejército no combate si ese es su trabajo. Todas las paradojas que hemos enfrentado: que hayamos crecido y nos hayamos hecho fuertes en un sector que está completamente alejado de los canales culturales.

Si todo el mundo sabe quién es usted, ¿para qué el pasamontañas?
Un dejo de coquetería. No saben quién soy, pero además no les importa. Lo que se está jugando aquí es lo que es y no lo que fue el subcomandante Marcos.