-"¿Quiere
hacerme más preguntas?", inquirió Trotsky amablemente.
-"Una sola,
pero temo que sea indiscreta. ", (Sonríe y me indica con un gesto que
prosiga.)
-"Algunos
diarios afirman que hace poco vinieron a verlo unos agentes enviados por Moscú
para pedirle que vuelva a Rusia.",
(Su sonrisa se
hace más amplia) .
-"Es falso,
pero conozco el origen de ese rumor. Se trata de un artículo mío, publicado por
la prensa norteamericana hace un par de meses. Yo diría, entre otras cosas, que
dada la situación existente en Rusia, estaría dispuesto a servir al país si lo
amenaza cualquier peligro." ,
(Está tranquilo y
silencioso. )
-"¿ Volvería
usted al servicio activo?"
Asiente con la
cabeza...
El novelista belga George Simenon viajó en
junio de 1933 a la isla de Prinkipo, frente a Estambul, para entrevistar a León
Trotsky en su exilio. El fundador del Ejército Rojo había puesto la condición
de que le enviara sus inquietudes por escrito y Simenon lo hizo pero advirtiendo
que le resultaba difícil formular preguntas precisas y que su foco de interés
estaba en conocer su opinión sobre "los nuevos grupos humanos que surgen
en esta época de turbulencia".
Trosky respondió también por escrito, pero luego admitió continuar con este diálogo que Simenon relató en su
nota publicada en el “Paris Soir”, para el que entonces era corresponsal
especial.
La entrevista es la seducción, la
perspicacia, la inteligencia, la osadía. Es la negociación, la incomodidad, la
sorpresa, la batalla de sentidos. La
entrevista es, al fin, el arte del vínculo, como sostiene el periodista Jorge
Halperin, y es en el creativo y sólido despliegue de este intercambio (antes,
durante y luego del diálogo) donde surge
la potencia periodística del género.
Como la forma literaria del diálogo inventada por los
griegos 400 años antes de cristo para divulgar principios filosóficos, a través
del mecanismo de interlocutores antagónicos, la entrevista periodística
mantiene hoy el precepto de transmitir conocimiento. Y en eso reside el rol
social de este género informativo que se muestra tan íntimo y privado, pero que
adquiere una función en la implantación de “discursos de autoridad” para una
comunidad y en un contexto histórico determinado.
La entrevista
periodística masifica la voz de determinados locutores, dándola a
conocer a un buen número de lectores/oyentes/televidentes e instituyéndole un
papel social. La opinión del entrevistado (un personaje socialmente
significativo por su actividad, profesión o posición de poder) pasará a ocupar
(o ratificará su espacio), a través de su publicación en el medio de
comunicación, el universo de modelos de pensamiento que constituyen una
sociedad, que hacen a sus normas de convivencia, que plantean parámetros de
aceptación y de juzgamiento.
La entrevista
mantiene la notoriedad pública de algunas posiciones sociales, tal como
sostiene la investigadora Ana Atorresi, porque confiere, refuerza y socializa
el prestigio de un entrevistado. Y también contribuye a generar la identificación
con el universo de ideas y opiniones del personaje, puesto que al
difundirlo está reconociendo y corroborando su autoridad y distinción dentro de
la sociedad (y reforzando, por consenso u oposición, los rasgos esenciales de
la ideología dominante).
La confrontación
La relación
entre entrevistado y entrevistador es asimétrica. Hay una captura simbólica
del otro, hay una pregunta que orienta e intenta controlar la respuesta. Y que
obliga a una reacción, (“la pregunta es fascista”, denunció Milan Kundera), ya
sea de cooperación o de resistencia pasiva o incluso explícita.
Preguntar es
detener por un instante el mundo y someterlo a un examen. Desde la inmolación
de Sócrates, el gran preguntador, el tábano de los griegos, hasta nuestros
días, las preguntas son socialmente más incómodas que las respuestas.
Pertenecen, claro al campo de lo incierto y, en consecuencia, es comprensible
que puedan desatar cortocircuitos, sostiene Jorge Halperín en su libro La
Entrevista Periodística.
En esta puja
dialógica es donde se ponen a prueba las cualidades de un buen entrevistador:
la curiosidad, la habilidad para escuchar y repreguntar, la capacidad para no
anteponer su opinión por sobre la del interlocutor en cuanto al tema
abordado; la tolerancia con las
diferencias políticas, sociales e ideológicas; el conocimiento adecuado del
personaje (su trayectoria y hasta su temperamento) pero también de la realidad
política, social y económica que los enmarca; la facultad para ser incisivo
pero no agresivo, para manejar los climas, los tiempos y los silencios; la inteligencia
de poner en juego un buen cuestionario.
Y también en esta puja dialógica subyacen los
condicionamientos del entrevistado. No solamente habla para el interlocutor
físico, sino también en cada respuesta y abordaje del tema está pensando en los
miles de lectores que puede convencer y en sus colegas que juzgarán sus
palabras, en las personas que influyen en su actividad y en su vida y en la
repercusión que sus dichos tendrá en la realidad de la sociedad. El
entrevistado tratará de convencer con sus respuestas, de controlar el juego de
seducción puesto en práctica por el buen entrevistador, limitar las fisuras y
contradicciones de su discurso, controlar su intimidad.
El buen trabajo
de los contendientes dará como resultado la buena entrevista.
Por qué, para qué
La entrevista no
escapa a la esencia del periodismo: contar historias. Pero aquí la estrategia
cambia, el sujeto narrador será el personaje – que revelará lo interesante- y
también el periodista –que tendrá que lograr esa revelación y encaminar el
relato que genere interés en el lector-. Dos narradores que construirán una conversación que tendrá la
cotidianeidad del intercambio verbal entre las personas, pero con una estricta
normativa institucional donde las posiciones de uno y otro no son
intercambiables, los temas a abordar pueden tener limitaciones e incluso están
latentes las infracciones.
Este juego de
confrontación, entonces, se merece buenas razones para ser desplegado. Y la primera de ellas debería ser elegir un
buen personaje para entrevistar (porque es representativo de un sector social,
de una escuela de pensamiento; porque tiene autoridad intelectual para hablar
sobre determinada cuestión; porque es interesante, curioso, polémico; porque
puede aportar ideas valiosas a la comunidad). La segunda, tener en claro los
objetivos de la conversación: desde una revelación o una denuncia en boca del
entrevistado, pasando por el debate que
su forma de pensar puede disparar en el seno de la sociedad, hasta bucear más
profundamente en su personalidad y/o intimidad.
Gran parte del
camino, entonces, estará hecho. Las preguntas luego traerán las conjeturas, las
hipótesis, las inquietudes y las perspectivas. La sagacidad del
guía-entrevistador generará el clima y
el escenario para que el personaje se confiese, se contradiga, profundice, navegue en el debate, se
silencie. La apropiación de la palabra quedará materializada en el texto. Y con
ella la utopía de la transparencia. La palabra ya está fuera del marco de su enunciación, de
su contexto y de su tiempo. Pero el relato buscará restituir la escena.
Bibliografía:
- ARFUCH, Leonor. La entrevista, una invencion dialógica,
Paidós, Barcelona, 1995.
- HALPERIN, Jorge. La entrevista periodística. Paidós,
Buenos Aires, 1995.
- ATORRESI, Ana. Los géneros periodísticos. Ediciones
Colihue. Buenos Aires, 1996.
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