Primera
Plana, Confirmado y Crisis, tres revistas, un marco de época
Por Alejandra Fernández Guida
La
década del 60 fue uno de los períodos de renovación cultural más importantes
del siglo XX. En
esta etapa, tanto en la
Argentina como en el resto del mundo, se produjeron fuertes
cuestionamientos hacia los valores y costumbres establecidas.
Las
revistas también se subieron a esta ola de cambios: se inició en aquellos años
el mercado de “revistas gráficas de interés general, consumísticas e impresas a
todo color”. Siete Días, de editorial Abril, y Gente, de
Atlántida, estaban en la cima de esa tendencia. Ambas se ubicaban, además, a la
cabeza de las estadísticas de tiraje. También hubo una renovación en el
segmento de semanarios de opinión y formación. En ese decenio comenzaron a
apoyarse en las fórmulas de Times o L’Express, como en el caso de
Primera Plana, Panorama y Confirmado. Estas publicaciones
estaban dirigidas a un lector ávido de las nuevas corrientes culturales, con
mayor nivel socioeconómico e interesado en cuestiones políticas y económicas.
Entre
1955 y 1965, aproximadamente, se verificó un notable desarrollo de la
fotonovela (Anahí y Nocturno,
entre algunos ejemplos representativos), y se produjo, al mismo tiempo, un
sensible deterioro del rubro “historietas nacionales”. También se interrumpió
el éxito de la línea de humor liderada por Rico Tipo y más tarde por Tía
Vicenta, que no volverá a protagonizar fenómenos de alta tirada hasta la
aparición de Hortensia y Satiricón, entre 1971 y 1972, respectivamente.
Estos
cambios en los medios impresos se imprimen en un fenómeno más amplio, que tiene
que ver con una nueva situación sociopolítica creada por los procesos de
industrialización en los que el peronismo primero y el desarrollismo después
jugaron un papel preponderante.
El
30 de mayo de 1962, tras 46 meses en su cargo, lapso en que los militares lo
amenazaron con 44 intentos de golpe, fue destituido el presidente Arturo
Frondizi y enviado a prisión en la isla Martín García. Ocupó su cargo José María
Guido, por entonces presidente provisional del Senado, ya que el vicepresidente
Alejandro Gómez había renunciado a su cargo. Entre los planteos que Frondizi
soportó durante su gobierno, los militares llegaron a imponerle, incluso, al
ministro de Economía Álvaro Alsogaray.
“La
intervención permanente de las Fuerzas Armadas, expresada en la ‘vigilancia’
que ejercían sobre el presidente, había derivado en una relajación de la
disciplina interna y el crecimiento de facciones dentro de las armas, en
particular en el Ejército. Sus diferencias afloraron durante gobierno de José
María Guido, cuando confrontaron una tendencia
golpista, orientada a establecer una ‘dictadura democrática’ que
terminara de una vez y para siempre con el peronismo, y otra orientación ‘legalista’
que, con argumentos profesionales, se negaba a involucrar a las Fuerzas Armadas
en la política partidaria. Finalmente, ambos grupos -conocidos luego como
“colorados” y “azules” respectivamente- se enfrentaron en septiembre de 1962 y
en abril de 1963” .[1]
Los
“colorados” se caracterizaban por un antiperonismo visceral. Consideraban que
el movimiento proscripto -el peronismo, desde 1955- había constituido una
aberración que debía ser desterrada de la Argentina. Eran
partidarios de no trasferir el gobierno e instaurar una dictadura duradera si
fuera necesario. En esa visión, subyacía la línea intervencionista en la vida
política. En su ultraliberalismo, además, tenía mayor afinidad con los sectores
agroexportadores.
Los
“azules”, en cambio, planteaban que el peronismo, a pesar de los excesos
-siempre de acuerdo con su mirada-, había nacionalizado y cristianizado al
proletariado. En consecuencia, tenían una actitud más abierta y estaban
dispuestos permitir su acceso -controlado- a algunas posiciones de poder. De
allí, su intento de organizar un amplio frente político que incluyera, de
manera subordinada, a los peronistas para llegar a una salida electoral. Pero,
sobre todo, los “azules” auspiciaban una vuelta del Ejército a los cuarteles.
Tal como lo expresaron en su comunicado 150, redactado por Mariano Grondona
después del primer conflicto en septiembre de 1962. El comunicado decía que era
necesario retornar a la vigencia de la Constitución , llamar a elecciones e incorporar al
peronismo a la vida política. Esta orientación, con la novedosa ayuda de
sociólogos y expertos en comunicación social, asignó a la línea “azul” -liderada
por Juan Carlos Onganía- el sostenimiento de un Ejército legalista, democrático
y al servicio del pueblo.
Inclinando
el conflicto a su favor -en esa disputa que los enfrentaba con los “colorados”-
un grupo de coroneles “azules” pensó en la necesidad de contar con un medio
propio e incluso deslizaron la posibilidad de llamarlo Azul. La idea de
la marca fue finalmente rechazada porque el nombre ya se encontraba registrado
por el semanario Azul y Blanco. Finalmente, el empresario Jacobo
Timerman pensó que un nombre apropiado para la publicación era Primera
Plana. El 13 de noviembre apareció, con ese nombre, el primer número, con
un juvenil y exitoso John Fitzgerald Kennedy en la portada.
Un
discurso moderno
En
aquellos tiempos en los que, tras la salida forzada de Frondizi, el escenario
político estaba convulsionado y la vida cotidiana exigía un fuerte proceso
modernizador, irrumpió Primera Plana, una revista que se hizo cargo de
la avidez del lector por nuevas formas de lenguaje periodístico. Sigmund Freud,
el Instituto Di Tella, el “boom” de la literatura latinoamericana y la
instalación del candidato de la facción de los “azules”, Juan Carlos Onganía,
fueron algunos de los puntos centrales de una publicación que marcó a una
generación.
La
revista adoptó nuevas formas entre las que se destacó una profunda indagación
noticiosa hacía el interior de los partidos políticos a partir de algunos ejes
novedosos como el trazado de panoramas de actualidad y de previsiones sobre el
futuro inmediato; la búsqueda y publicación de informaciones ocultas o
desconocidas; el seguimiento permanente y más intenso de las actividades
políticas, sindicales y militares; el diálogo constante con los líderes
partidarios, y la emisión de comentarios y opiniones con mayor profundidad.
Primera
Plana fue pionera y eso
determinó que se convierta en un modelo a seguir por otras publicaciones; para
los periodistas, que se prestigiaban escribiendo allí, y para los lectores, que
encontraban en sus páginas algunas respuestas a su demanda modernizadora. La
revista de Timerman fue innovadora, además, a la hora de considerar y darle
importancia a los asuntos económicos e internacionales, en este último caso,
con la revalorización de América latina. También analizó la política de las
demás naciones del exterior y privilegió el envío continuo de redactores a
todas partes del mundo, lo que era inusitado en esos años.
El
primer número de la revista salió a la calle el 13 de noviembre de 1962 con el
propósito de ser vocero del sector “azul” del Ejército. Los capitales fueron
puestos por el empresario textil Victorio Dalle Nogare. Con Kennedy como figura de tapa; incluyó una
larga nota sobre el entonces presidente de los Estados Unidos, apreciado,
justamente, por su aliento modernizador. Además, produjo una investigación
sobre la salud mental del “ciudadano medio argentino”; otra, sobre el teatro en
New York y el cine de Bergman, y artículos sobre política y economía nacional.
El
staff de la revista estaba compuesto por periodistas jóvenes de entre 25 y 32
años, con una formación cultural apabullante. Timerman tuvo en su primera
formación a Osiris Troiani, Tomás Eloy Martínez, Ramiro de Casasbellas, Ernesto
Schoo, Roberto Aizcorbe y Hugo Gambini. Con el correr de los meses y la
instalación de la publicación en el mercado fueron apareciendo entre sus
páginas los nombres de Ricardo Frascara, Aida Bortnik, Edgardo Cozarinsky, Eduardo
Bugatti, Julio y Juan Carlos Algañaraz, Jorge Llistosela, Homero Alsina
Thevenet, Silvia Rudni, Hermenegildo Sábat y Landrú, entre otros.
“Desde
el primer momento mostró que ningún tema le resultaba distante: las ambiciones
de los militares, la difusión del psicoanálisis, el nacimiento de los
‘ejecutivos’ y los sucesos del Instituto Di Tella. Durante años propagó un
estilo zumbón de abordar la actualidad, dictó juicios, impulsó moda, dijo
-incluso con arbitrariedad- lo que estaba bien y lo que estaba mal pensar,
hacer o ver. La revista se impuso rápidamente y alcanzó mucha más influencia
que ventas”.[2]
El
Di Tella se convirtió en un punto de referencia de las nuevas tendencias donde
la “moda hippie” fue identificada con los cuadros que lo rodeaban y su zona se
comenzó a conocer como “la manzana loca” a causa de sus boutiques, bares y el Instituto
mismo. Allí era posible fusionar la producción local en función de las
influencias extranjeras y, a su vez, era capaz de catapultar a Buenos Aires
como un centro artístico que pudiera insertarse en el circuito internacional.
Primera
Plana intentaba
demostrar que el periodismo también podía hacer un semanario con una parte
considerable de formato literario. En efecto, la revista se presentaba como
innovadora: en el tipo y diseño de información contenida entre sus páginas, en
las temáticas tratadas y en las maneras de abordarlas. En este aspecto, las
notas periodísticas contenían una pretensión de “exquisitez” que se expresaba
con citas eruditas provenientes de la literatura y la vanguardia artística, y
en notas con aires de “ensayo”.
Se
proponía la figura del periodismo testigo-protagonista, que escrutaba las
grandes noticias en el escenario mismo de los acontecimientos.
“[…]
el rechazo del lector a las formas narrativas “asépticas” de la experiencia y
las explicaciones sin fisuras de una supuesta verdad. Fue así que el
subjetivismo y la urgente inmediatez impregnaron las remozadas redacciones con
periodistas transgresores; el nuevo periodismo reunía, en un conglomerado,
elementos de la narrativa realista con el fin de transmitir los hechos […] El
lenguaje periodístico registrará cambios, se volverá más complicado,
contaminado por la estilización literaria y un estilo alambicado, que permitirá
describir y captar la trama de nuevas relaciones sociales y estilos de vida de
una sociedad más compleja”. [3]
El
semanario caracterizaba al lector implícito como un público del más alto nivel
intelectual[4], de considerable poder adquisitivo
y con inquietudes de conocimiento del extranjero. Muchos de los lectores de Primera
Plana eran pertenecientes a sectores urbanos, universitarios con
inclinaciones intelectuales, y profesionales del mundo de la economía, curiosos
de novedades, que eran provistos de información que los guiaba en la elección
de los nuevos insumos estéticos y culturales. Para responder a la demanda de
sus lectores, la revista tenía en su índice secciones sobre vida moderna, moda,
reseñas de libros con el registro de los best
sellers, los discos de mayor venta, galerías de artes y espectáculos.
Ofrecía, también, una guía de la moda en sus diversas manifestaciones: desde
libros y música, hasta cine europeo, específicamente de la producción de Ingmar
Bergman.
“Liberal
y conservadora en economía, de avanzada iconoclasta en el tratamiento de los
fenómenos culturales y crítica del oficialismo en materia política”[5], incorporó los valores de la clase
media urbana. Al mismo tiempo, se hacía eco de las necesidades del mundo
económico de una mayor racionalidad y eficiencia para potenciar la actividad
industrial. “Primera Plana se presentaba como rectora de un “saber
vivir” urbano, de un “saber hacer” cultural y de un “deber ser” nacional
conjugando un proyecto político superador de la antinomia peronismo-antiperonismo”.[6]
En
la publicación se soslayaban los lugares comunes propios de los diarios, pero
se advertía cierto regodeo en utilizar sustantivos pintorescos, giros insólitos
o adjetivos originados en rangos físicos o psicológicos. También se caracterizó
por quebrar la estructura tradicional de las notas que respondían a las
clásicas preguntas: qué, quién, cómo, cuándo y dónde. En cuanto al tiempo
discursivo, salta a la vista el uso dominante del pretérito imperfecto, tiempo
privilegiado del relato de ficción, dosificado con el pluscuamperfecto y el
pretérito perfecto.
Otro de los rasgos ficcionales del
discurso de Primera Plana lo constituye la profusión de indicios,
detalles aparentemente superfluos pero con una fuerte carga informativa. El
semanario habría contaminado su discurrir sobre los hechos de la política con
procedimientos propios de la literatura para responder a los requerimientos de
un “gusto de época”. Esto fue aprovechado por la revista para seducir una
público ávido de la literatura norteamericana, que se siente atraído por el
juego ficcional que propone el semanario desde sus títulos, que son citas de
otros títulos, en un afán de constante remisión al intertexto literario.
Otras
de las innovaciones de la revista de Timerman fueron la introducción de
columnistas especializados en distintos temas y los viajes de enviados
especiales para tratar la noticia de un modo directo. También le dio fuerza a
la literatura latinoamericana. Se publicaron los primeros reportajes y avances
de novelas y cuentos de Gabriel García Márquez, José Donoso, Juan Carlos
Onetti, Octavio Paz, Salvador Garmendia, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa.
Primera
Plana comenzó vendiendo
25 mil ejemplares, pero esa cifra creció a medida que se fue acercando el golpe
de Estado de 1966, hasta alcanzar un promedio mensual de 50 mil ejemplares.
Un
actor político
De
la mano de la facción del Ejército de los “azules”, durante el gobierno de Arturo Illia, Primera
Plana jugó un rol muy fuerte en el desprestigio del gobierno radical y en
la instalación de un escenario para un golpe de Estado que lo derroque e
imponga la figura de Onganía.
“Electo
en 1963 por la Unión
Cívica Radical del Pueblo con un 25 por ciento de los votos,
Arturo Illia apostó a mantener dividido a los peronistas y los militares, viendo
en ellos el único camino para la supervivencia de una frágil institucionalidad
democrática. La fórmula ya utilizada por Frondizi, consistente en aplicar o
levantar -según la conveniencia circunstancial del gobierno- la proscripción
que desde 1955 pesaba sobre los candidatos que se identifican con Perón, ahora
fue usada por Illia contra lo que consideró su principal enemigo: el
neoperonismo controlado por Vandor”[7].
“Illia,
un hombre que hacía gala de una honestidad personal a toda prueba y de una fidelidad
hacía los compromisos asumidos muy poco común en la política argentina,
descubriría demasiado tarde que esas virtudes también podían traerle problemas.
Su terca determinación de defender las promesas realizadas durante su campaña
electoral, abonaría su imagen como exponente de la “vieja política”, mal dotada
para enfrentar los cambiantes tiempos que corrían, ante una opinión pública y
grupos organizados ya por otros motivos, dispuestos a desconfiar de él y a
considerarlo incapaz, tibio y, sobre todo, lento”[8].
Primera
Plana no sólo hacía
consideraciones negativas sobre Illia mediante sus editorialistas, también lo
hacía por medio de dirigentes opositores que se expresaban contra el gobierno,
sus ministros y la investidura presidencial. También las portadas funcionaban
como impactantes editoriales gráficas. Allí se acomodaba la información de tal
forma que determinaba el sentido de la lectura. La revista presentaba a lo
largo de sus páginas a los militares como protagonistas victoriosos; y por el
otro, a un gobierno confundido, inoperante, enfrentado internamente y falto de
reflejos.
“En los 60 -piensa en 1996 Ramiro de Casasbellas-
los periodistas tenían un perfil común. Irresponsables, jugábamos a hacer un
periodismo brillante sin medir las consecuencias. Escépticos frente a las
instituciones, cultos en permanente formación, para no parecer complacientes
con el poder nos mostrábamos con poco tacto”.[9]
En
el semanario, tanto el gobierno de la Unión Cívica Radical del Pueblo como el peronismo
tradicional fueron considerados por sus posturas populistas, como obstáculos
para alcanzar la nación “moderna y desarrollada”. Por eso, presentó como opción
válida a agrupaciones políticas de centro derecha conservadora y todas aquellas
organizaciones y factores de poder comprometidos con el progreso material
inspirado en el liberalismo económico desarrollista.
“El
clima político adverso a Illia contribuyó a convertir la figura de un simple y
limitado militar reglamentarista -Onganía-
en la de un cultor del orden como un fin en sí mismo, en la de un líder
de nuevo cuño, el “Mesías”, como lo denominó Mariano Grondona –uno de los
editorialistas de Primera Plana-. Imbuido de una mística reforzada en el
cursilismo católico, se proponía implantar, a diferencia de los golpes de
estado consumados a partir de 1955, un orden generador de tipo corporativista,
una nueva forma política destinada a solucionar la antinomia
peronismo-antiperonismo, mediante el autoritarismo paternalista y un veloz
proceso de desarrollo sostenido en la libre entrada del capital financiero
internacional”.[10]
Según cuenta Carlos Ulanovsky en su libro Paren
las rotativas, “el 9 de julio de 1964, Jacobo Timerman citó en su
departamento a las cuatro figuras más encumbradas de la redacción: Luis
O’Donnell, Ramiro de Casasbellas, Julián Delgado y Tomás Eloy Martínez y les
anunció que había decidido alejarse de la dirección del semanario y de la
empresa que lo editaba. Víctor Dalle Nogare tomaría el lugar de Timerman en la
sociedad y Ramiro de Casasbellas se hace cargo de la jefatura de redacción. La
revista siguió adelante, a pesar de la partida de su director estrella, aquel
que dejó su sello de vanguardia en la publicación”.
El
17 de agosto de 1965, Primera Plana publicó una larga nota titulada “La
señora del presidente”, una semblanza de Silvia Martorell de Illia, la esposa
del vapuleado presidente. En aquella nota se mostraba a la primera dama como
una mujer poco refinada y vulgar. Esto lesionó la imagen del presidente de la Nación. La defensa de
los redactores de la revista fue que las respuestas de la esposa de Illia
fueron trascriptas sin tocarles una coma, de un modo crudamente real, con
respeto hasta de los silencios. La entrevista causó sensación -agotó el número-
y estupor.
Meses
antes de la publicación de aquella emblemática entrevista, la relación entre el
gobierno radical y Primera Plana comenzó a deteriorarse fuertemente. El
14 de junio de 1965, luego de que el secretario de Comercio, Alfredo
Concepción, presionara a sectores empresarios para que no colocaran avisos en
varias publicaciones, el gobierno denunció ante la Justicia por instigación
a la rebeldía y por crear un clima psicológico propicio al golpe de Estado a
las revistas Atlántida, Imagen y Primera Plana, y a los periodistas Mariano Grondona y
Mariano Montemayor, de Confirmado. Los medios rechazaron las acusaciones y
resistieron la medida.
“[…]
necesitaban propagar entre las clases medias consenso favorable al golpe de
Estado. Se trataba de suplantar la imperfecta legalidad constitucional como
instancia necesaria para la implementación del proyecto político de la
“modernización autoritaria”, frente al fracaso electoral de las propuestas de
liberalismo económico y el conservadurismo político y social”. [11]
“El mismo día del golpe, en una edición que se
había cerrado con anterioridad, Primera
Plana representa en la tapa una encuesta inquietante: “¿Quiénes (SI/NO)
quieren el golpe?”. El 30 la revista saca a la calle una edición especial con
los detalles de la conspiración triunfante. Era un editorial titulado ‘Por la Nación el nuevo caudillo’,
opina que Onganía es una pura esperanza, arco inconcluso y abierto a la gloria
o a la derrota’. [12]
El
golpe de Estado que derrocó a Arturo Illia en la madrugada del 28 de junio de
1966 fue el quinto que interrumpió la gestión de un presidente electo en la Argentina. Desde
mediados de 1965 algunos medios se habían comprometido en una campaña
deliberada para desacreditar a la administración radical. A transmitir la idea
de que un golpe era inevitable y los que no participaron desempeñaron un papel
pasivo, observando con indiferencia el proceso sin hacer nada para
desalentarlo.
“En
una primera etapa, antes de que Illia asumiera el gobierno, Primera Plana
planteaba las contradicciones de los radicales y su falta de “eficiencia
técnica” para gobernar. Estos argumentos, continuarían siendo utilizados por la
oposición hasta el derrocamiento. Una segunda instancia consistió en demostrar
que en la Argentina
se hacía factible una solución al estilo brasileño o franquista y que era
menester tomar decisiones en forma inmediata ante el avance del caos social, la
antesala del comunismo. Una vez presentado un peligroso cuadro de la situación
nacional y que los “ciudadanos lectores” creyeran que, efectivamente, la
situación descrita ocurría, se imponía la necesidad de comunicar el modelo
alternativo y revertir la situación, en un sentido que satisficiera las
expectativas generadas y aceptadas por la población”[13].
Según
narra Ulanovsky, el 5 de agosto de 1969, “como protagonizando la metáfora del
huevo de la serpiente, el presidente Juan Carlos Onganía ordenó el cierre de
una de una de las revistas que más había hecho para que él se acercara al
poder. La nota que irritó al general revelaba un secreto a voces: los
enfrentamientos entre él y el general Agustín Lanusse, considerado a esa altura
como el próximo presidente militar de la Argentina ”. “La ofensiva de Lanusse”, se
denominaba la investigación que acercaba a la opinión pública pormenores
desconocidos de un intento de desestabilizar el poder de Onganía y que en un
apartado incluía detalles de una entrevista que Julio Landívar le había hecho
al presidente en una residencia de descanso en el sur del país. En un momento
de la charla, con toda la ironía de la que era capaz, Onganía desafió a Lanusse
diciendo: “Si el general Lanusse quiere hacerme un planteo, que espere hasta el
lunes”. Ese próximo lunes sería 5 de agosto. Lanusse no se inmutó y destituyó a
su rival otro lunes, pero diez meses más tarde.
El
cierre dejó a 150 personas en la calle. La gente de Primera Plana sale a
la semana siguiente con Ojo, a la que el gobierno de Onganía, tras
verificar los vínculos con su antecesora, prohíbe también. De inmediato,
insisten con Periscopio, que no es cerrada y de la que aparecen 50 números.
En octubre de 1970 se logra la rehabilitación del nombre Primera Plana,
pero nunca volvió a ser lo que fue en sus inicios.
Mariano Grondona: el editorialista
de Primera Plana
Mariano
Grondona inició su participación política militando en una agrupación católica,
de derecha y antiperonista que
funcionaba dentro de la
Universidad de Buenos Aires, en la que se graduó como abogado
en 1959 y de la que fue docente de Derecho Político.
“Su
evolución desde un antiperonismo radical hacía una posición negociadora con el
neoperonismo vandorista y su inserción en los círculos militares “azules” se
verificó en la redacción del famoso Comunicado 150” [14], una proclama de 1962 del sector “azul” acerca de la actitud
a tomar con respecto al retorno a la constitucionalidad.
“Su
columna política exhibió a Onganía como el líder extrapartidario y el conductor
excepcional capaz de conducir a la
Argentina hacía el destino de grandeza que le auguraba y que
los tradicionales partidos políticos y sus dirigentes, inhábiles para
vislumbrar la “Argentina real”, le negaban profundizando “la decadencia
nacional”.[15]
Su
discurso, por un lado, invalidaba la gestión presidencial, y justificaba y
“naturalizaba” la solución autoritaria del Ejército. En forma paralela,
encumbraba la figura de Onganía. De acuerdo con lo que escribía en sus
editoriales, a la Argentina
le acontecía la posibilidad de dejar de ser un país adolescente, para alcanzar
una madurez y autogestión política, pero también desarrollo económico y respeto
internacional.
“Lo
que para el columnista político de Primera Plana constituía la precaria
situación Argentina se condensaba en cuatro aspectos interrelacionados: en
primer y segundo lugar, la decadencia del sistema político tradicional y la
ineficiencia de Illia, al que reprochaba que como presidente fuese un médico
anticuado alejado de las innovaciones de su profesión. Esta apreciación era, a
la vez, la parábola de su perspectiva atrasada en su oficio de “curar” los
males de la Nación ,
tercer y cuarto aspecto en cuestión: el
estancamiento económico –como consecuencia del intervencionismo estatal-
y la autonomía internacional por la cual no se suscribía el liderazgo
norteamericano”.[16]
Grondona
condenaba la intervención del Estado en la regulación socioeconómica y en la esfera
política y, como si se tratara de un círculo vicioso, tal alteración de la
división de poderes, sembrada la anarquía y la irreverencia de vastos sectores
de la sociedad hacía sus gobernantes.
“Onganía
–para Grondona- no era el hombre violento conducido por la irracionalidad de
las armas; por el contrario, en él conjugaba la síntesis de tres poderes
ancestrales: representaba la ley moral -héroe épico-, la ley del vínculo entre
la tierra y la sangre -caudillo- y la ley divina -Mesías- y la reunión de los
tres poderes sobre los cuales la generación del ’80 edificó la Nación”.[17]
En
el editorial del 30 de junio de 1966, “Por la Nación ”, ejemplar dedicado al golpe de Estado del
28 de junio y la asunción de Onganía al gobierno, Grondona celebraba a viva
voz. Se trata de la apertura de “una nueva etapa, la apuesta vital de una
nación en dirección de su horizonte”.[18]
En
conclusión, “a través de la lectura e interpretación de la columna, que
funcionaba como editorial política del semanario, Mariano Grondona alzaba una
campaña de acción psicológica que, al tiempo que atacaba la gestión radical de
Illia, publicitaba la opción alternativa de Onganía. Sin duda, tal campaña tuvo
resultados exitosos no sólo por la influencia que pudiera ejercer el columnista
en el universo de lectores sino también porque esos sectores “modernos” que, a
diferencia de Frondizi, no son integrados en el proceso de toma de decisiones,
veía en el golpe de Estado la posibilidad de un cambio fundacional y un nuevo
líder que lo impulsara”.[19]
Confirmado
El
7 de mayo de 1965, con una tapa tipográfica en la que se leían tres títulos
contundentes
-“Buenos Aires: batalla secreta por dominar el gobierno”, “América: relaciones entre civiles y militares” y “Santo Domingo: se presenta el fantasma de Castro”-, dice presente en los quioscos la nueva producción de Jacobo Timerman: Confirmado.
-“Buenos Aires: batalla secreta por dominar el gobierno”, “América: relaciones entre civiles y militares” y “Santo Domingo: se presenta el fantasma de Castro”-, dice presente en los quioscos la nueva producción de Jacobo Timerman: Confirmado.
“El
primer número carecía de personalidad, era una sucesión de temas, una suma de
notas, informaciones recopiladas sin ningún aporte original y algunos artículos
interesantes aunque insuficientes para despertar la curiosidad y menos aún la
pasión del lector potencial. En suma, un pálido reflejo de Primera Plana,
un autoplagio en tono menor, una estructura de frágil esqueleto, una sombra, y
lo más humillante: frente a la expectativa suscitada, un parto de los montes”.[20]
En
el staff estaban Mariano Montemayor, José Güiraldes, Rodolfo Terragno, Osvaldo
Soriano, Miguel Briante, Leonardo Bettanin, Luis Guagnini, Carlos Ulanovsky,
Andrés Bufali, Andrés Ariza, Horacio Agulla, Emilio J. Corbiere, Sara Gallardo,
Horacio Verbitsky y el teniente coronel Alberto Garasino, entre tantos otros.
La nueva apuesta de Timerman presentaba como rasgo distintivo ser una fuente
alternativa y veraz de información que accedía al conocimiento directo de los
secretos que se ocultaban tras situaciones políticas, económicas, y
principalmente militares, a los que no accedía la prensa tradicional. La
revista contaba con columnistas de excelencia como Bernardo Verbitsky, el único
periodista que entre mayo y noviembre de 1966 tuvo una columna con su foto.
“El
protagonismo de Primera Plana estará marcado por su activa y directa
participación en el golpe de Estado de 1966: fue su órgano de difusión, un
dispositivo periodístico que formaba parte del plan de acción psicológica del
Estado Mayor del Ejército, para derribar al gobierno constitucional. En este
sentido, Timerman, en declaraciones al sociólogo Alain Rouquié, afirmó que “en
el caso de Confirmado fue otro general quien le pidió crear un semanario
para derrocar a Illia”. Podríamos definir a Confirmado como el arma de
combate, un engranaje más de la maquinaria destinada a propiciar la caída del
gobierno radical mediante un golpe conducido, principalmente, por los
victoriosos “azules”, en su mayoría integrantes del arma de caballería”.[21]
Confirmado promulgó el golpe de Estado como
una necesidad impostergable, parte natural del panorama político y, a la vez,
como un acontecimiento ineluctable. En las dos publicaciones que Timerman vio nacer,
se cultivó la famosa tesis del “vacío de poder” que tanto erosionó la
estabilidad del gobierno radical.
La revista ejecutó una jugada fuerte cuando
incorporó entre sus filas al teniente coronel Alberto Gerbasio como subdirector
de la publicación. Este, a su vez, era responsable de las columnas sobre temas
militares y estaba vinculado al servicio de información del Ejército y Estado
Mayor General del Ejército, desde el que se planificaba el golpe contra Illia.
En
su plataforma de propósitos editoriales, Confirmado decía que intentaban
presentar “sin escamoteos ni subterfugios la actualidad del mundo
contemporáneo”. La revista nunca dejó de lado su asociación con las posiciones
que alentaron y promovieron el golpe de Estado que destituyó a Illia.
Tal
campaña la reforzaba, en los hechos, una efectiva distorsión política del país,
resultado de la proscripción del peronismo y de la debilidad de un gobierno que
había asumido con cerca del 25% del electorado a su favor. La campaña
propagandística se preparó para presentar la solución a los problemas
nacionales y el crecimiento económico “vía rápida” (retomar la apertura a las
inversiones extranjeras), dentro del marco de una paz social que sólo
garantizaría un sistema autoritario. Esta nueva alternativa, posible de
concretarse por primera vez en el siglo XX. El plantel periodístico de la
revista tenía tal manejo de la información que Rodolfo Pandolfi escribió el 23
de diciembre de 1965 una especie de crónica futurológica de asombrosa
precisión. A siete meses del golpe afirmó que se produciría el 1 de julio (se plasmó
tres días antes) y detalló la hora en que Illia abandonaría la Casa Rosada.
“A pesar de que la unidad de objetivos
consistía en propiciar el derrocamiento de Illia, lo que supuestamente debería
unirlos, los militares golpistas y la oficialidad menor del Ejército, para la
que el antisemitismo era un ingrediente clave, desconfiaban de Timerman.
Onganía mantuvo una actitud distante con la revista e ignorará totalmente la
existencia de su director: su talente crítico lo convertía en un “instigador
sospechoso y de poco fiar”. Teniendo en cuenta esta situación, la revista no se
transformó en el referente político del nuevo gobierno ni logró el apoyo
oficial que se esperaba por el rol desempeñado en el proceso político de la
Revolución Argentina”[22].
Una
de las figuras principales de Confirmado fue Mariano Montemayor. Se
incorporó a la revista en calidad de columnista político, en la edición del 28
de octubre de 1965, fase final de la ofensiva golpista contra el presidente,
con el fin de desgastar la imagen del gobierno y obtener el consenso necesario
en la opinión pública para un golpe de Estado. El derrocamiento de Illia
iniciaría la auténtica “Revolución Nacional”, como la que Montemayor, bajo
diferentes ideas, propiciaba desde la década del cuarenta.
A
través de sus editoriales, Montemayor le advertía al “lector-ciudadano” la
necesidad de analizar los defectos y errores del gobierno, al que le imputaba
un engaño a la ciudadanía y una lentitud intrínseca para cambiar todas las
estructuras que facilitarían al país el ingreso al acelerado y dinámico mundo
contemporáneo. El editorialista más importante de la revista trataba de que la
opinión pública no se confundiera con la aparente figura bonachona, tranquila y
decadente del presidente, que finalmente era un “hábil político que estafaba a
la población”.
“Montemayor
instalaba la noción de un acontecimiento inevitable: el golpe de Estado. Este
será distinto a todos los conocidos hasta ese momento, no sería una aventura
más como la “Revolución Libertadora”, pues, frente a la concreta situación que
detallaba en sus editoriales, las Fuerzas Armadas -más prestigiosa que los
gobiernos de los partidos políticos- al poseer un proyecto de desarrollo
socioeconómico, perfilaban una alternativa de poder ante un gobierno que no
atinaba a fortalecer ni a tomar las medidas solicitadas por militares y
empresarios. Propuso al gobierno militar como la solución para la crisis
nacional. Este podía cumplir una misión de trascendencia histórica: el rescate
de Nación de la decadencia y de la improvisación”[23].
Siguiendo
los pasos de Primera Plana
Timerman
dotó a Confirmado de un espíritu irreverente y desenfadado muy notable,
sobre todo, en lo político. En diciembre de 1965, y a pocos meses de estar en
la calle, el título de tapa de la revista fue: “Onganía ¿Qué hará en 1966?” en
una clara muestra del estado de ánimo de aquellos que querían un cambio de
gobierno.
Confirmado, de alguna forma, intentó seguir la
huella de Primera Plana. Marcó una época y un periodismo distinto y al
igual que su antecesora, pronto sentiría los rigores de la censura. Con Confirmado
compitiendo de igual a igual con revistas como Panorama y Primera
Plana, los años sesenta tuvieron su cuota de audacias en lo referido a
revistas argentinas.
En
sus páginas iniciales, se destacaba la información cultural con una guía de
actividades estructurada en torno a la música, el cine, las listas de ventas de
libros, los lugares de ocio. Y en un avance se anunciaba lo ocurrido en la
semana y lo que habría de suceder en la siguiente. Luego, en una sección que se
denominaba “Punto y Coma”, se solían citar frases textuales de aquellos agentes
culturales o políticos que habían tenido una cierta trascendencia durante esos
días. Pasadas estas páginas de presentación, la revista privilegiaba en lugar
central la editorial de la semana.
Fue,
de alguna forma, una revista de actualidad dirigida a la clase media con
inquietudes intelectuales, antiperonista, identificada con los gobiernos fuertes
en lo político; mientras que en lo cultural, propiciaba el consumo de aquellas
tendencias de moda en Europa. También tenían su lugar las variadas expresiones
artísticas no masivas, para pocos y entendidos.
En
1966, junto con Primera Plana, apoyó la clausura de la revista Tía
Vicenta, la gran revista argentina de humor político, por menospreciar la
imagen del General Onganía como presidente adicto a las carrozas y al polo.
El
golpe anunciado
A
Confirmado no se la vinculó con el “boom” de la literatura
latinoamericana ni con el periodismo cultural sofisticado; en cambio, fue una
revista semanal de posturas extremas y poco sutiles en la campaña instalada en
la opinión pública, alimentando el apoyo al golpe de Estado de junio de 1966,
objetivo para el cual, en rigor, había sido creada.
Finalmente,
el presidente Illia fue sacado por la fuerza de la casa de gobierno y los
militares se hicieron cargo del poder. El 30 de junio, asumió Onganía jurando
sobre los estatutos de la autodenominada "Revolución Argentina". En
la ceremonia estuvieron presentes notorios dirigentes sindicales peronistas,
como el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor.
“El
objetivo de Confirmado se había cumplido, el gobierno radical había sido
depuesto y el nuevo régimen impulsaba un proceso de regeneración superador de
las facciones partidarias, el caos social y el sesgo partidocrático en la
administración pública y en la vida política. Así, se estaba en las vísperas de
una “Revolución nacional” que, sin plazos definidos de duración, convocaría a
la mayoría silenciosa, que “los derrocados” no habían tenido en cuenta para
lograr la concordia”.[24]
La
respuesta que Illia dio a esta “ofensiva mediática” fue la menos pensada: para
él todo lo que fuese acción psicológica de masas y propaganda gubernamental era
un medio deshonesto para mantenerse en el poder. Tiempo atrás, había definido
su actitud al respecto: “Dispongo de los medios de difusión más rápidos: la televisión
y las radios y no los utilizaré en monólogos”, dijo en aquellos años.
“Cuando sus colaboradores le presentaban a
publicistas que le proponían diseñar campañas para contrarrestar, merced a la
propaganda oficial, la imagen que los humoristas, periodistas y editores de
diarios y revistas habían creado de su personalidad y la imagen pública del
gobierno, se negaba rotundamente a tomar sus servicios, restando importancia a
las estrategias de los que cuestionaban. La respuesta a los asesoramientos “de
imagen” de los técnicos giraba, invariablemente, en torno a la distorsión de la
realidad que presuponía en la utilización de la publicidad”.[25]
“La
existencia de la una campaña periodística, como parte del “golpe Estado
programado”, se desplegó, con diferentes grados de intensidad, además de las
revistas Primera Plana y Confirmado, en los diarios La Nación , Clarín,
La Razón ,
La Prensa ,
y en publicaciones semanales y mensuales, entre las que podemos contar: Todo,
Atlántida, Panorama, Análisis, Imagen Economic Survey y
El Príncipe. El clima propicio para la ruptura del orden constitucional
se preparó de diversas maneras: la trama del poder mediático configuró una
mediación de la realidad con titulares alarmistas, editoriales y columnas
críticas hasta permanentes comentarios negativos que describían minuciosamente
los movimientos conspirativos del Ejército y validaban informaciones acerca de
las fechas de la asonada militar. Asimismo, estas intervenciones de la prensa
escrita pronosticaban las características que tendría el nuevo régimen
institucional junto a la composición de los elencos del futuro gobierno”.[26]
Crisis
La
década del 60 da inicio a un periodo de fuerte movilidad social; en 1969 se
había registrado el “Cordobazo”, y se imponían cada vez más la militancia en
diversos sectores de la sociedad, especialmente reunida alrededor del peronismo
para dar lucha en todos los frentes por la vuelta de su líder, Juan Domingo
Perón, que había sido derrocado en 1955 y estaba exiliado en España.
Tal
como lo pedía el pueblo, en 1973 se registra el regreso definitivo de Perón. Meses
antes, el 11 de marzo de ese año,
triunfa la fórmula justicialista integrada por Héctor Cámpora-Vicente Solano
Lima, que renuncia meses después y llama a comicios en septiembre; en los que
triunfa la fórmula que, luego de largos años de proscripción, puede encabezar Perón.
Ulanovsky
asegura que en aquellos años “las organizaciones de izquierda y derecha tenían
sus propias publicaciones: tras El Mundo estaba el Ejército
Revolucionario del Pueblo; Noticias, Descamisados y La Causa Peronista ,
respondían a Montoneros; Cabildo avalaba la posición de la ultraderecha
y El Caudillo, la de la
Triple A ”.
“Las señales de cambio en el terreno político
eran muy diversas y, vistas en retrospectiva, claramente contradictorias en
muchos aspectos. Pero en el clima entonces reinante podían parecer fácilmente
traducibles a unos pocos y convergentes signos de “época” -la revolución
cubana, el movimiento de descolonización del Tercer Mundo, el surgimiento de
experiencias guerrilleras en todos los continentes y la diversidad de las
experiencias socialistas en el este europeo y el Asia- que indicaban con
claridad la descomposición del sistema político y económico y el nacimiento de
un mundo nuevo. Uno en el que los ideales de justicia finalmente se harían
realidad”. [27]
En
ese contexto, el 3 de mayo de 1973, mientras la dictadura del general Alejandro
Lanusse instauraba la Ley
Marcial en Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Tucumán, como
respuesta al atentado en el que murió el almirante Hermes Quijada, apareció el
primer número de la revista Crisis.
El
surgimiento en el mercado de esta nueva publicación se da tras la asociación de
dos figuras que parecían no tener nada que ver: Federico Vogelius, un
empresario detenido bajo la acusación de comercializar cuadros falsificados del
plástico Pedro Fígari, y el escritor Ernesto Sabato. Cuando Vogelius salió en
libertad visitó a uno por uno a los que habían pedido por su liberación, entre
otros, a Sabato. Cuando le preguntó cómo podía retribuir su generosidad, el
escritor le sugirió que “haciendo una revista cultural”. Finalmente, Vogelius
decidió invertir parte de su fortuna en proyectos culturales y siguió el
consejo de Sabato de montar una revista. Se organizó un comité de notables con
el crítico Jorge Romero Brest, el musicólogo Ernesto Epstein y Víctor Massuh,
entre otros. El empresario vendió un cuadro de Marc Chagall para iniciar el
proyecto, contrató oficinas, personal administrativo, a Roger Plá como
secretario de redacción, y una periodista que venía de Gente, Julio
Constenla, para que le diera mayor dinamismo y ejecutividad a los pensamientos
de los intelectuales. Para ocupar el puesto de director se pensó en el nombre
superlativo de Juan Gelman, que en ese momento dirigía el suplemento cultural
de La Opinión
y por eso prefirieron no sacarlo de ese puesto. Fue, finalmente, el
encumbrado periodista y escritor Eduardo Galeano (que acababa de publicar Las
venas abiertas de América latina), el elegido para ese puesto. “Yo no sabía
quién era Vogelius. Pero hubo un buen enganche y esa noche, cenando, empezó la
historia”, recuerda Galeano.
Como
se sabe, el nombre decidido para el proyecto fue Crisis, pero éste ya
figuraba en los registros de propiedad intelectual. Por eso, Sabato resolvió el
percance y la revista terminó registrada como “Ideas, artes, letras en la Crisis ”.
Un
equipo básico empezó a trabajar en oficinas de avenida Pueyrredón, dando un
giro al proyecto original de Sabato. “Heredamos un título, Crisis, y
ningún otro compromiso. El proyecto anterior funcionaba como una correa de
transmisión de las novedades europeas que llegaban al Río de la Plata. Nosotros
hicimos una revista radicalmente diferente, que buscaba difundir nuestra
cultura”, dice Galeano.
“Como se trataba de una publicación para
tiempos de crisis -dice Constenla-, pero al mismo tiempo culta, la queríamos
elegante y sofisticada pero que no fuera cara. Se eligió el papel más barato,
grueso y amarillento, con tapa a dos colores y sin fotos. Del primer número
tiramos diez mil ejemplares, agotados en una semana. Antes del número dos,
tuvimos que reeditar el primero”.
En
el staff aparecían los periodistas Julio Huasi, Eduardo Baliari, Mario
Szichmann, Orlando Barone, y el ilustrador uruguayo Hermenegildo Sábat, aunque
durante los cuarenta meses de vida en su primera época, la estructura de la
redacción de Crisis sufrió cambios y transformaciones. En octubre de
1973 el poeta Juan Gelman ingresó como secretario de redacción y en diciembre
lo hizo Aníbal Ford, en remplazo de Julia Constenla.
Otros renombrados colaboradores fueron Mario Benedetti,
Ernesto Cardenal, Julio Cortázar, Roberto Fernández Retamar, Roberto Fontanarrosa,
Rogelio García Lupo, Kalondi, Heriberto Muraro, Pancho, Ricardo Piglia, Angel
Rama, Eduardo Romano, Gregorio Selser y Héctor Tizón.
La revista dirigida por Galeano, se
caracterizó por desplegar en sus páginas un horizonte ideológico marcado por el
anticolonialismo y la utopía revolucionaria; instaurar un mecanismo de mutuo
reconocimiento entre editores y lectores a lo largo de un período enmarcado por
el auge y la supresión del horizonte emancipador; y por la implementación de un
“nosotros” subyacente e inclusivo que interpelaba al lector.
Esto parece haberle permitido funcionar como
un espejo, bien creativo, de las propias expectativas del lector; Crisis
iba dejando paulatinamente de representar el proyecto de un grupo particular
para ser interpretada como parte del proyecto colectivo. El “nosotros” de sus
realizadores se iba fundiendo con el “nosotros” de la clase intelectual y de la
juventud sensibilizada por ese horizonte utópico.
Aníbal Ford, uno de los secretarios de
redacción que tuvo la revista, recuerda que en Crisis “se sintetizaban,
o mejor convergían, de manera bastante plural y en relación muy abierta y
conversada con su público, diferentes líneas político culturales, periodísticas
y laburantes”.
Si bien su orientación ideológica
predominante respondía a modo amplio a lo que podría simplificarse como una revista “de
izquierda”, de acuerdo con las pautas de la época, una lectura más atenta revela
que en ella se dan cita distintos tipos de discursos ideológicos y de la
cultura cuya convergencia expresa una voluntad dialógica, que alzaba la voz de
los que no tenían espacio en otras publicaciones contemporáneas. Crisis
les dio espacio a los inmigrantes
provenientes de los países limítrofes, paraguayos, bolivianos, chilenos,
refugiados en villas miseria.
Como principio orientador, Crisis
privilegió la noción de cultura en tanto sistema fundamentalmente dinámico.
Otorgó preferencia a aquellas expresiones que, habiendo habitado el espacio
difuso de la no-cultura, pasaban a formar parte de ella. La revista puso en la
primera línea de discusión la cultura popular y el arte de vanguardia; la vida
cotidiana de grupos sociales marginados; y la historia, la cultura y la
sociedad de las regiones que un largo proceso ha situado en una posición
periférica con respecto a Buenos Aires por una parte, y la escritura de un
grupo de narradores provenientes de ellas, por otra.
Ford afirma que “hoy pareciera reconocérsele
a Crisis un perfil más volcado a lo literario y cultural, pero no fue
así. En el centro de nuestro trabajo estaban también otros ejes y también otros
colaboradores. Basta con hojear lo publicado sobre multinacionales, nuevo orden
informativo (…), tecnología, Malvinas, petróleo, política internacional,
etcétera. Para ver que no era sólo una revista ‘cultural’”.
Mostró,
además, un interés inusitado hasta ese momento en el horizonte nacional y
latinoamericano. Expresado, a modo de ejemplo, en su interés por la revolución
cubana, como expresión de los nuevos ecos por ella provocados en estos años de
renacimiento del horizonte revolucionario en Argentina. También se le dio
espacio a los autores y a los relatos del revisionismo histórico, poniendo en discusión lo que hasta ese
momento era la “historia oficial”, contada por los manuales escolares.
Galeano dice que Crisis “estuvo siempre
centrada en la cultura argentina y latinoamericana y en la difusión de sus
voces más reveladoras […]. Ningún tema nos era ajeno […] Hubo siempre un lugar
de privilegio para todo lo que ayudara a desenmascarar la realidad pasada y
presente y todo lo que ayudara a descubrir la capacidad de maravilla de tierras
y gentes despreciadas por la cultura oficial”.
Por otro lado, la típica exclusión que
Buenos Aires ejercía respecto de la literatura del interior quedó suprimida con
Crisis. La recuperación de la cultura popular era ya un código vigente
en las revistas culturales de principios de la década como Hoy en la cultura
o El escarabajo de oro. Pero lo que hizo Crisis fue
profundizar saberes culturales originales, artículos sobre mitos indígenas
orales y la supervivencia del tango en el universo simbólico de las clases
populares. Por otro lado, propuso anular los límites entre arte popular y arte
de vanguardia.
Por los 40 números de esa primera etapa, que
duró de 1973 a
1976, pasaron temas culturales, políticos, sociales y de comunicación abordados
en forma específica y global con la interrelación permitida por el marco
histórico. Heriberto Muraro analizó la publicidad en TV como medio de
penetración cultural, Carlos Villar Araujo documentó la crisis del petróleo a
escala mundial y sus coletazos en la Argentina. También
hubo entrevistas a Artur Lundkvist, Costa Gavras, Rafael Alberti, Vassili
Vasilikos, Melina Mércuri, Carlos Saura, Geraldine Chaplin y Peter Weiss. En lo
político, Ernesto González Bermejo, corresponsal de Crisis en Europa,
cubrió los golpes militares de 1974 en Grecia y Portugal.
Crisis era innovadora y apostaba sobre
terrenos inexplorados: Santiago Kovadloff se acercó a la revista ofreciéndose
como colaborador para material de lengua portuguesa. Sin conocerlo, Galeano le
dijo que tenía seis páginas y libertad para hacer lo que quisiera. “Traduje un
poema de Chico Buarque, prohibido por la dictadura en Brasil y fue Crisis
la primera en publicarlo en América latina”, recuerda hoy. Según Kovadloff:
“Esta revista fue el correlato desde la izquierda de lo que significó Sur
desde el pensamiento liberal. Ambas publicaciones condensaron el espíritu de
dos momentos fundamentales del país. Uno, el de la preguerra, donde América del
Sur y del Norte no se veía como antitética. A esa convergencia, respondió Sur.
Crisis, en cambio, respondió a la posibilidad de transformación
ideológica, cultural y política del continente hacia una izquierda
progresista”.
“Cuando
fundamos la revista -asegura Galeano-, queríamos demostrar que la cultura
popular existía, que no era la mera reproducción degradada de las voces del
poder, sino que tenía fuerza propia y expresaba una memoria colectiva
lastimada, herida, traicionada.”
Un
plato fuerte de la revista dirigida por Galeano fueron los “Cuadernos de
Crisis”, que aparecieron entre octubre de 1973 y agosto de 1976, con 29
títulos, bajo la dirección de Julia Constenla y Aníbal Ford. Eran biografías de
los grandes “actores” de América latina y analizaban hechos puntuales de la historia
continental: Che Guevara, Pablo Neruda, Felipe Varela, Facundo Quiroga y José
Artigas, entre otros. También editó 39 libros en colecciones dirigidas por
Rogelio García Lupo y Mario Benedetti.
Aníbal
Ford llegó a Crisis por medio de Gelman. “Toda redacción es un mundo de
laburantes y amigos que viene a charlar o a carburar proyectos. Esa vida era
intensa, marcada por las amenazas en medio de las que había que producir la
revista”, resume Ford recordando su doble trabajo de secretario de redacción y director
de Cuadernos.
En
el número 12, bajo el título de “Al lector” y a un año de su nacimiento, alude
a la ausencia de “estridentes manifiestos y declaraciones de principios” y
aporta un dato para entender la función de la revista al proclamarse como “un
vehículo de difusión y conquista de una identidad cultural nacional y
latinoamericana que quiere ser útil en el marco mayor de las luchas de
liberación”.
Jorge
Rivera, redactor y colaborador de Ford en los Cuadernos, recuerda las largas
tardes en la redacción: “Gran profesionalidad, muchísimo trabajo y un clima de
distensión como en pocas redacciones. Existía tiempo de imaginación, pero había
una economía de ese despilfarro traducido en los proyectos que se tiraban como
puntas. Hasta los intensos “boludeos intelectuales” funcionaban bien”.
La
noción de “imperialismo” atraviesa y define el interés de Crisis
respecto del escenario político internacional. Prioriza la difusión y discusión
de hechos ligados al eje Imperialismo y
Descolonización; Dictadura y Democracia. En este contexto, da amplio espacio al
golpe de Estado contra Salvador Allende de 1973; a la revolución peruana de
Velasco Alvarado, un año después; a la muerte de Francisco Franco y la
transición española, en 1975, y a las consecuencias mundiales de la guerra de
Vietnam, la crisis del petróleo y la carrera armamentista.
En
relación al tópico “alta cultura”, Crisis no dudó en incluir textos,
producciones y reportajes a autores clásicos o de vanguardia, pero usualmente
ligados a un consumo elitista, que en buena medida ayudó a socializar: James
Joyce, Italo Calvino, Roland Barthes, Franz Kafka, Umberto Eco, Alain Resnais,
Luigi Nono, Sigmund Freud, Cesare Pavese, Jean Paul Sartre, Thomas Mann,
solamente entre norteamericanos y europeos.
Entre
los escritores incipientes o poco difundidos hacia principios de los ´70 que la
revista sumó a sus páginas, se encuentran intelectuales que años más tarde
escribirían sus mejores obras: Ricardo Piglia, Liliana Heker y Andrés Rivera.
Otro mérito de la revista fue abrir sus páginas a escritores del interior de
nuestro país como Antonio Di Benedetto, de Mendoza, Héctor Tizón, de Jujuy, y Daniel Moyano, de La Rioja.
En
cuanto a las ventas, según el Instituto Verificador de Circulaciones, la
revista vendió, en marzo de 1974, 17.468 ejemplares; creció hasta un tope de
24.637 en julio, y mantuvo un promedio de 22 mil ejemplares hasta su cierre en
1976.
Esta publicación, que marcó a una época, en
la primera época editó 40 números de alrededor de 80 páginas. Se distribuyó en
la mayoría de las provincias y se ofreció en librerías de Bolivia, México,
Perú, Uruguay, y Venezuela. En abril de 1986 Crisis inicia una segunda
época con algunos de sus antiguos realizadores como Federico Vogelius (director
ejecutivo desde la primera época).
Censura,
hostigamiento y cierre
“(...)
Por creer en la palabra, en esa palabra, Crisis eligió el silencio.
Cuando la dictadura militar le impidió decir lo que tenía que decir, se negó a
seguir hablando”, explica Eduardo Galeano.
A
mitad de diciembre de 1974, ya bajo el gobierno de María Estela Martínez de
Perón, las clausuras se vuelven habituales. Primero se ordena la clausura de
los diarios Crónica, que en ese año vendía más de 800 mil ejemplares, luego
de El Mundo y Noticias. En
esa época la situación se volvió claramente hostil con los medios, y la vida
cotidiana. Los periodistas comenzaron a conformar un grupo de riesgo.
“Ya
comenzada la última dictadura militar – el 24 de marzo de 1976- los editores y directores de diarios y revistas
fueron informados por los militares acerca de qué era lo que se esperaba de
ellos. En un lapso no superior a los 15 días, los responsables de las
publicaciones escritas debían acercar cada página a una oficina ubicada en la Casa de Gobierno para que miembros
de las Fuerzas les autoricen la publicación”.[28]
El
comunicado 19 de la
Junta Militar decía lo siguiente: “Será reprimido con
reclusión de hasta diez años el que por cualquier medio difundiese, divulgare o
propagare comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o
desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de Seguridad o Policiales”.
Luego del golpe crearon, además, una oficina de censura a la que denominaron
“Servicio Gratuito de lectura previa” y que funcionaba en la Casa Rosada.
“Íbamos
con Zito Lema a la Casa
Rosada llevando las pruebas de la revista y en el Ministerio
del Interior se decidía qué era publicable y qué no. Así no se podía seguir.
Meses después, dijimos que era mejor morir parados que vivir agachados”, evoca
Galeano. El número 40 apareció en agosto de 1976. Fue el último.
Con
el golpe militar instalado, el nuevo secretario de redacción fue Vicente Zito
Lema tras la partida de Juan Gelman a Roma. Recuerda Galeano: “Las cosas se
pusieron feas, hasta el punto de que el costo de la página en blanco era más
alto que el de la impresa. La economía se enloqueció tanto que nosotros nunca
recibíamos por la venta de un número el dinero suficiente para sacar el del mes
siguiente. De todos modos, quedaron buenos recuerdos de esos días inciertos.
Los partidos de fútbol los miércoles de mañana en Palermo, con Vicente Zito
Lema, Jorge Asís, Kovadloff, el poeta Guillermo Boido y el dibujante Mingo
Ferreyra. Nos juntábamos con Conti, más pachorriento, y no con Osvaldo Soriano,
muy buen jugador de fútbol pero que jamás pudo despertarse de mañana temprano”.
Durante
la última dictadura, gran parte del staff de la revista vivió las consecuencias
de la crueldad y el ensañamiento de “las botas”. Eduardo Galeano, Julia
Constenla, Juan Gelman, Hermenegildo Sábat y Vicente Zito Lema debieron
exiliarse. Haroldo Conti, colaborador de la revista, fue desaparecido el 4 de
mayo de 1976 por un comando de la Policía y del Ejército que
lo secuestró en su casa en Palermo. Las denuncias internacionales de García
Márquez y de los exiliados argentinos en México y Europa no alcanzaron. El cura
Leonardo Castellani, nacionalista y amigo de Conti, nada pudo hacer cuando en
una cena junto a Ernesto Sabato y Jorge Luis Borges pidió por el escritor al
dictador Jorge Videla.
Por
su parte, Vogelius fue detenido y torturado en 1977 por la dictadura. Se exilió
en Londres desde donde inició juicios por sus obras de arte saqueadas de su
quinta. Volvió del exilio en 1985 decidido a relanzar Crisis, pero
–víctima de un cáncer terminal- sólo llegó a ver el primer número de esa
segunda época, en abril de 1986. Allí se rendía homenaje a los que ya no iban a volver a
aparecer en las páginas de las revista: Urondo, Walsh, Conti, Santoro, Bustos y
Gleyzer.
En
los meses de dictadura que logró sobrevivir Crisis, hasta llegó a ser
peligroso tenerla, tanto que sus colecciones empezaron a aparecer empaquetadas
en baldíos y basurales.
“En
siete años y siete meses de dictadura, el saldo negativo para el periodismo fue
de censura, publicaciones clausuradas, editoriales enteras arrasadas, millares
de despidos, desmejora de las condiciones de trabajo, amenazas, atentados con
bombas en las puertas de las redacciones, altísimo nivel de censura oficial y
autocensura promovida por el miedo, más de cien periodistas presos y
torturados, casi el doble exiliado en distintos países y casi un centenar de
desaparecidos. La estadística de UTPBA
consigna que en los primeros tres años de gobierno militar hubo 87
periodistas desaparecidos: 45 en 1976, 31 en 1977, 11 en 1978 y 1 en 1980” [29].
Bibliografía:
-Historia
de los medios de comunicación en la Argentina. Paren las rotativas. Diarios, revistas y periodistas (1970-2000).
Carlos Ulanovsky. Editorial Emecé.
-Historia
de los medios de comunicación en la Argentina. Paren las rotativas. Diarios, revistas y periodistas (1920- 1969).
Carlos Ulanovsky. Editorial Emecé.
-Apunte:
Las revistas argentinas. El siglo XIX. Horacio Raúl Campos
-Historia
de la Argentina :
1955-2010. Siglo Veintiuno. Marcos Novaro.
-La
caída de Illia. La trama oculta del poder mediático. B de bolsillo. Miguel
Ángel Taroncher.
-Los
cuatro peronismos. Ensayo Edhasa. Alejandro Horowicz.
-“Carta
al lector”, Primera Plana, Nº169, 22 de marzo de 1966.
-“Por la Nación ”, Primera Plana.
Número especial, 30 de junio de 1966.
-
Entrevista a Tomás Eloy Martínez, Página 12, 10 de enero de 1988.
-Clase
de Roberto Baschetti dada en la Universidad Nacional de La Plata , Facultad de Periodismo y Comunicación Social en el segundo
semestre de 2000; en el marco de la materia que brinda, titulada “Una
interrelación entre Periodismo e Historia Política Argentina”.
-Historia
confidencial. La Opinión
y otros olvidos, Rotemberg, Abrasha, Sudamericana.
-Historia
Argentina Contemporánea. Pasados presentes de la política, la economía y el
conflicto social. Capítulo: “Proscripción, modernización capitalista y crisis.
Argentina (1955-1966). Elena Scirica. Dialektik, Historia y Sociedad.
[1] Historia Argentina Contemporánea. Pasados presentes de la política, la
economía y el conflicto social. Capítulo: “Proscripción, modernización
capitalista y crisis. Argentina (1955-1966). Elena Scirica. Dialektik, Historia
y Sociedad.
[2] Historia de los medios de comunicación en la Argentina. Paren
las rotativas. Diarios, revistas y
periodistas (1920- 1969). Carlos Ulanovsky. Editorial Emecé.
[3] La caída de Illia. La trama oculta del poder mediático. B de bolsillo.
Miguel Ángel Taroncher.
[4] “Carta al lector”, Primera Plana, Nº169, 22 de marzo de 1966.
[5] Entrevista a Tomás Eloy Martinez, Página 12, 10 de enero de 1988.
[6] La caída de Illia. La trama oculta del poder mediático. B de bolsillo.
Miguel Ángel Taroncher.
[7] Historia Argentina Contemporánea. Pasados presentes de la política, la
economía y el conflicto social. Capítulo: “Proscripción, modernización
capitalista y crisis. Argentina (1955-1966). Elena Scirica. Dialektik, Historia
y Sociedad.
[8] La caída de Illia. La trama oculta del poder mediático. B de bolsillo.
Miguel Ángel Taroncher.
[9] Historia de los medios de comunicación en la Argentina. Paren
las rotativas. Diarios, revistas y
periodistas (1920- 1969). Carlos Ulanovsky. Editorial Emecé.
[10] La caída de Illia. La trama oculta del poder
mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel Taroncher.
[11] Ibid.
[12] Historia de los medios de comunicación en la Argentina. Paren
las rotativas. Diarios, revistas y
periodistas (1920- 1969). Carlos Ulanovsky. Editorial Emecé.
[13] La caída de Illia. La trama oculta del poder
mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel Taroncher.
[14] La caída de
Illia. La trama oculta del poder mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel
Taroncher
[15] Ibid.
[16] Ibid.
[17] La caída de Illia. La trama oculta del poder
mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel Taroncher.
[18] “Por la
Nación ”, Primera Plana. Número especial, 30 de junio de 1966.
[19] La caída de Illia. La trama oculta del poder
mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel Taroncher.
[20] Rotemberg, Abrasha, Historia confidencial. La Opinión y otros olvidos,
Sudamericana.
[21] La caída de Illia. La trama oculta del poder
mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel Taroncher.
[22] La caída de Illia. La trama oculta del poder
mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel Taroncher.
[23] La caída de Illia. La trama oculta del poder
mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel Taroncher.
[24] La caída de Illia. La trama oculta del poder
mediático. B de bolsillo. Miguel Ángel Taroncher.
[25] Ibid.
[26] Ibid.
[27] Historia de la Argentina : 1955-2010.
Siglo Veintiuno. Marcos Novaro.
[28] Historia de los medios de comunicación en la Argentina. Paren
las rotativas. Diarios, revistas y
periodistas (1920- 1969). Carlos Ulanovsky. Editorial Emecé.
[29] Historia de los medios de comunicación en la Argentina. Paren
las rotativas. Diarios, revistas y
periodistas (1920- 1969). Carlos Ulanovsky. Editorial Emecé.
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